Cristo, Hijo, despréndete de ti, y me
encontrarás a mí. Vive indiferente a todo sin ser propietario de nada, y
ganarás siempre.
Porque se te dará mayor gracia tan pronto
como renuncies a ti mismo irrevocablemente.
El discípulo.
Señor, ¿cuántas veces debo renunciar a
mí mismo, y en qué cosas debo desprenderme de mí?
Cristo. Siempre y a toda hora, en lo poco y en
lo mucho. Quiero verte despojado de lodo, sin exceptuar nada.
De otra manera, ¿cómo podrás ser mío y yo tuyo sin renunciar enteramente a tu voluntad,
así en las cosas exteriores como en las interiores?
Cuanto más pronto lo hagas, tanto mejor
estarás, y cuanto más completa y sincera fuere tu renuncia, tanto más me
agradarás y tanto mayor será tu ganancia.
Algunos renuncian a sí mismos, pero exceptuando
algo. Quieren proveer para sí por no tener plena confianza en Dios.
Otros renuncian al principio a todo; pero,
cediendo a las tentaciones, después lo recuperan. Por eso no progresan en la
virtud. Nunca alcanzarán la libertad verdadera del corazón puro, ni gozarán la
gracia de mi amorosa familiaridad, si cada día no se inmolan renunciando a sí
mismos por completo. No hay, no puede existir sin esta condición la feliz unión
de amor.
Te lo he dicho muchísimas veces y te lo
repito ahora: despréndete, renuncia a tí mismo, y gozarás de profunda paz
interior.
Dalo todo por el Todo. Nada pidas; nada
recobres. Apóyate en mí solo, sin vacilar, y me poseerás. Tendrás el corazón
libre, y no te envolverán las tinieblas.
Desea, pide, esfuérzate por alcanzar esto:
despojarte por completo de todo lo tuyo; seguir así desnudo a Jesús desnudo;
morir para tí, y eternamente vivir para mí.
Se acabarán entonces
las imaginaciones vanas, las perturbaciones impías, los cuidados inútiles. El
excesivo temor también se te quitará entonces, y el amor desordenado morirá.
“LA
IMITACIÓN DE CRISTO”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.