Entremos en un tema de particular
trascendencia. El marxismo es enemigo frontal de la religión. El odio al
misterio, la lucha contra el misterio, he ahí el pathos que lo dinamiza. Su
filosofía, esclava del tiempo presente, no medita jamás sobre el sentido del
sufrimiento y de la muerte, sobre el minusvalor de lo efímero, sobre la
eternidad. Sin
embargo su lucha no es la de un ateo escéptico, sino la de un creyente
invertido, la del que cree... pero en la antirreligión.
1.
Karl Marx, ateo y anti-teo
Marx no inventó la concepción del mundo que
proclama. De la filosofía burguesa del siglo XVIII tomó el materialismo, y de
la sociedad capitalista del siglo XIX la visión economicista. Pero todo lo
revistió de colores metafísicos y cuasi religiosos, poniendo en ello sus
esperanzas de salvación. (N. Berdiaeff,
El cristianismo y el problema comunista…, pp. 132-133) La vida mecanizada,
la supresión de la personalidad del hombre, su transformación en instrumento
del progreso, la mengua de su espiritualidad, todo eso ya había comenzado con
el capitalismo liberal en la civilización técnica del siglo XIX. La sociedad
contra la cual se rebeló Marx era en gran parte atea. Y contra ese ateísmo
jamás se rebeló. Por eso no hay que
buscar en el marxismo el origen último del mal: en su negación de Dios y del
hombre no dio pruebas de originalidad, sino que en buena parte lo copió de su
enemigo.
a.
Marx y la religión.
Para Marx, la religión no es tan sólo una
ficción o una idea falsa, sino también una máscara tras la cual se oculta un
enemigo. Por eso, como dice Yurre, “siempre
que Marx haga una clasificación de valores, colocará la religión en la vereda
de enfrente, en el sistema de valores opuestos que Marx combate y trata de
revolucionar. Marx defiende la libertad, la religión encarna la tiranía; Marx
se siente identificado con lo racional, con las luces del nuevo mundo
intelectual, la religión es lo irracional; Marx es comunista, la religión es la
superestructura del capital; Marx está encandilado con el gran ideal la
revolution proletaria, la religión es el factor conservador y retrógrado que se
opone al progreso y al devenir de la historia”. (Cit. En Oligatti,
Carlos Marx, Difusión, Buenos Aires, 1950, p.53.)
La
crítica de la religión instaurada por Marx comienza en el plano político a
través de una crítica del Estado cristiano, tal como él lo veía encarnado en la
Prusia protestante de los años cuarenta, Esta crítica del estado cristiano le
llevó a la crítica de las instituciones religiosas mismas. A través de ellas,
creyó captar la esencia de la religión como signo de la enajenación del hombre.
(Cf. H. Chambre, E marxismo en la Unión Soviética…, P. 288)
A
semejanza de su maestro Hegel, Marx toma las ideas cristianas para vaciarlas de
su contenido sobrenatural, pero a diferencia de aquel no la vuelve a llenar de
una significación solamente filosófica. Lo que intenta es elaborar una especie de teología
al revés, una teología del más acá en donde el Hombre venga a ocupar el lugar
de Dios. En el fondo no hay ateísmo sino antiteísmo. Marx no prescindirá de la
religión sino que construirá una religión al revés. (Sobre el ateísmo de Marx cf. El excelente
artículo de D.F. Cardozo Biritos, “Redención y Transfiguración en Calos
Marx” en Mikael 26 “1981”, 53-75, donde el autor describe los tres ateísmos de
Marx, siempre “in crescendo”).
Comienza Marx por afirmar que Dios no es
sino una proyección que el propio hombre
realiza de su esencia. Tal idea le viene de Feuerbach. Espíritu penetrante,
sin duda el más genial de los filósofos ateos del XIX quien, atraído por el
problema del hombre, trató de convertir la teología en antropología. Según Feuerbach,
no es el hombre quien ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, sino que es
Dios quien ha sido hecho a imagen y semejanza humana. Para crear a Dios el hombre se ha vaciado, se ha
empobrecido, se ha despojado, en orden a enriquecer a ese Dios inventado por su
imaginación. El hombre miserable posee un Dios rico. La fe que el hombre pone
en Dios expresa su debilidad, su pobreza y su esclavitud. Si hubiese sido
fuerte, rico y libre, no hubiera tenido necesidad de Dios. “Dios es el género humano, pero enajenado,
alienado”.
De esas premisas feuerbachianas, Marx
sacaría sus propias conclusiones, aplicando aquellas ideas a la vida social. En
uno de sus primeros trabajos, La introducción a la crítica de la filosofía del
derecho de Hegel,
propuso su definición de la religión. Allí encontramos la célebre máxima que
luego figuraría sobre todos los muros soviéticos: “La religión es el opio del pueblo”. La religión es un
obstáculo para la liberación del hombre, para el ejercicio de su poder y para
la realización de su felicidad, porque le promete bienes ilusorios y adormece
su conciencia con la promesa de vanas esperanzas ultraterrenas. Por
consiguiente, si realmente se quiere obtener la felicidad autentica es preciso
independizarse de lo que no es más que una quimera, es decir, de la mentira
religiosa. La religión constituye la expresión de la impotencia del hombre, por
eso es el opio del pueblo. La religión es igualmente el instrumento de
explotación del hombre por el hombre, de la clase por la clase. Presentando a
Dios como supremo señor, la religión sacraliza a los poderosos y dominadores de
este mundo. Así impidió que las clases oprimidas, esclavizadas, pobres y
laboriosas, se rebelasen contra sus perseguidores, prometiéndoles a cambio de
su resignación una recompensa en el reino de los cielos. La religión ha
bendecido siempre el sufrimiento, la injusticia, la desgracia real de los
hombres, dándoles únicamente la esperanza en la posibilidad de una dicha
celestial. Las clases dominantes, que explotan al individuo, fomentan las
creencias religiosas para que el hombre pobre, oprimido y desgraciado soporte con
paciencia su triste suerte. (Cf.
N. Berdiaeff, el Cristianismo y el problema comunista…, pp. 22-24). Si se quiere
liberar a la clase obrera y a la humanidad será pues preciso sacudir el yugo de
la fe religiosa.
Tras este diagnóstico, Marx proyecta la “redención” del hombre despojado. En
sus escritos se encuentran dos propuestas o tipos de redención: una automática,
operada por el mero devenir histórico, y otra violenta —que al parecer se contradice con la anterior, pese a las explicaciones
de los pensadores marxistas—, lograda por la revolución del proletariado. Este proceso
terminará finalmente con la Transfiguración del hombre y su entrada triunfal en
el mundo feliz del paraíso comunista.
De
la Rus´de Vladímir al “hombre nuevo” soviético.
EDICIONES
GLADIUS
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