martes, 30 de agosto de 2022

Santa Rosa de Lima: Peleas con el diablo.

 




   Rosa no desconocía las manifestaciones del mundo infernal: muchas veces había pelado ella con el diablo, al que llamaba sarnoso y malagata. Una noche, mientras oraba en su celda, se le apareció el sarnoso bajo la figura de un perrazo disforme y negrísimo que lanzaba fuego por las narices y la boca: lo primero que intentó fue atemorizar a la virgen, dando vueltas a su alrededor, lanzándole a la cara vahos de azufre y erizando su pelambrera llameante, como dándole a entender que ya se lanzaba sobre ella; pero Rosa, lejos de inquietarse, lo miraba con absoluto desprecio, no sin decirse que el demonio, a pesar de ser un ángel, mucho había perdido de su inteligencia en la caída, ya que imaginaba poder asustar con aquel ridículo aparato de fuego y humo, no obstante el perro, al observar su fracaso, se lanzó al fin sobre la niña, la derribó en tierra y se puso a tironearla como a un trapo viejo; y entonces Rosa, más ofendida que asustada, pronunció las palabras del salmista:

    –– “no entregues, Señor, a las crueles bestias del infierno el alma de los que te confiesan y alaban”.

   No bien el demonio hubo escuchado el versículo, soltó a la niña y huyo ignominiosamente con el rabo entre las patas.

   Tres cobardes agresiones del enemigo sufrió después la virgen: Saliendo una vez del oratorio que había en cada de Don Gonzalo, recibió una bofetada de manos invisibles que la hizo reír y presentar la otra mejilla; otra vez, estando Rosa en lo de Doña Isabel Mejía, el diablo, no atreviéndose a pelearla cara a cara, le tiro una piedra por detrás y desde lejos; una tercera, viendo que nada lograba con la virgen, se metió con sus libros, rompiéndoselos y tirándolos a lugares inmundos, hazaña bien mediocre por cierto y que revelaba un gusto deplorable.

   Tales escaramuzas no habrían afectado a Rosa, si el demonio, pasando a mayores, no la hubiese ofendido una vez en su honestidad. Atravesaba el huerto para dirigirse a su celda, cuando vió salir al enemigo de entre las espesuras; no presentaba ninguna forma terrible, sino la de un galán muy vistoso que con desagradable insistencia comenzó a cortejarla. Extraño a Rosa ver un hombre en la huerta, y aún más oír sus galanteos dichos con lengua torpe y ademanes insolentes; por lo cual, reconociendo al enemigo, la niña voló a su refugio tomo una cadena de hierro y empezó a golpearse las espaldas, no sin exhalar, entre lágrimas y sangre, las quejas que les inspiraba el abandono de su Esposo místico, el cual si hubiera estado con ella no habría permitido la consumación de aquel ultraje. En estas cavilaciones andaba, cuando se le apareció Cristo diciéndole:

   –– Oye, Rosa, ¿Piensas que si yo no hubiese estado contigo habría alcanzado tan feliz victoria?

   Fue aquél el único ataque del demonio hecho a su honestidad, porque, renunciado a tan inútiles estratagemas, el enemigo creyó emplearse mejor estorbando a Rosa en sus piadosos ejercicios. Tomando la forma del sueño, gravitaba sobre sus parpados y la envolvía en celajes de modorra, sobre todo al amanecer, cuando la niña iniciaba sus oraciones. Entonces Rosa, con seguro instinto, lo sentía girar en torno suyo, y, sustrayéndose a los lazos sutiles que le tendía, se aferraba a la gran cruz de madera que tenía en su habitación o bien se colgaba de un garfio por los cabellos, ante lo cual el maleficio desaparecía.

   Pero su batalla más ruidosa fue la que sostuvo con el diablo en la despensa del contador. Una anochecer, habiendo concluido Rosa sus oraciones, subió a un aposento de la casa que por hallarse retirado convenía mucho a sus deseos de soledad; lo encontró lleno de ratas que a favor de la noche naciente salían a chillar, corriendo de un lado a otro; por lo cual, renunciando a tan molesta compañía, Rosa descendió a la despensa de la casa, un lugar espacioso y tranquilo donde amontonaban instrumentos de vendimia, toneles y otros útiles del mismo género. No bien entro en la despensa sintió de pronto que se le erizaban los cabellos, y que una presencia infernal se escondía entre las apretadas sombras de aquel recinto. Comprendió entonces que el sarnoso la esperaba, y, no queriendo rendirse al miedo, llamo a una sirvienta para que le trajese un candil, lo tomo en sus manos la despidió luego, no sin encomendarle el secreto y advertirle que no la llamasen a cenar. Ya sola, y candil en mano, la niña cerró la puerta; oyó entonces como el diablo hacia girar la llave, y rió en su alma. Pero el enemigo, lejos de acometerla, se había metido luego en un canasto y desde allí armaba una batahola infernal, sin duda con el propósito de asustarla. Visto lo cual, y desdeñosa de un contendiente que llevaba su indignidad hasta el punto de refugiarse en un canasto, Rosa entendió que la luz del candil era una ventaja indigna de ella y que las leyes del honor le ordenaban pelear a oscuras con tal flojo enemigo. Entonces apago la luz, creyendo que así la batalla no tardaría en entablarse; pero ¡Qué!, el demonio no daba señales de querer abandonar su trinchera. Sin ocultar su disgusto, Rosa comenzó a provocarlo:

   –– ¡Sal afuera, sarnoso, que aquí te espero! ¡Comienza la batalla! ¿Cómo, no sales? ¿Qué cobardía es la tuya?

   Por más indigno que fuese, el demonio recordó entonces que alguna vez había sido un ángel y oyendo tamañas ofensas no las pudo sufrir, máxime al reflexionar que venían de una doncella sin más armas que un candelero apagado. Salió al final de su escondite, y, bajo la forma de un gigante, se lanzó a la pelea, tomando a la niña por los hombros, estrujándola, clavándole sus púas de erizo y arrojándola de un lado al otro como una pelota. Sin embargo, cuanto más la golpeaba, más alegre y entera sentíase Rosa en el castillo de su alma; por lo cual, despacho y rabioso, el gigante se hubiese dado al diablo sino fuera el mismo. La lucha duró largar horas, al cabo de las cuales Doña María de Usategui, buscando a Rosa, supo que se hallaba en la despensa desde el anochecer; se dirigió a ese lugar, abrió la puerta con sus llaves aguardó aún; y casi a medianoche vió salir a la niña, jadeante, sí, pero trayendo en sus ojos el resplandor de la victoria. Al día siguiente, como Doña María, le instase a ello, Rosa contó los pormenores de su batalla con el diablo.

   Hemos referido estos encuentros de la virgen con las potencias demoníacas para demostrar que no intervenía su temor en aquellos ponientes del sol divino que afligieron a Rosa durante quince años y una vez al día. Lo que más le atormentaba no era el poder de las tinieblas en que caía, sino la viudedad en la que dejaba el cielo al arrebatarle la visión de su Amado. Inútilmente cambiaba de confesores; algunos atribuían sus congojas a delirios de la imaginación, otros a la violencia de sus mortificaciones y los sabios a inexplicables efectos de mística. Sólo después, cuando se sometió al examen del Dr. Castillo, varón ilustre, gran teólogo y excelente metafísico, supo Rosa que sus vías eran seguras y que aquella sucesión de amaneceres y anocheceres divinos acabaría sólo cuando, enajenada de su envoltura mortal, descansase al fin en el eterno mediodía del Esposo.

“VIDA DE SANTA ROSA DE LIMA”

 

Leopoldo Marechal (año 1945)


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jueves, 25 de agosto de 2022

MEDITACIÓN SOBRE SAN LUIS, EL REY CRISTIANÍSIMO


 



   I. San Luis fue verdaderamente rey, pues supo mandar a sus pasiones, sujetar su cuerpo a la razón, y su razón a Dios. Ayunar, llevar cilicio, vivir en medio de la corte una vida tan santa como la de un cenobita, ¿no es acaso ser dueño de sí mismo? Mira a este santo, mira si lo imitas, si tus pasiones están tan sometidas como las de él a la razón. ¿Qué hay más real que un alma sometida a Dios y dueña de su cuerpo? (San León).

 

   II. San Luis fue el padre de su pueblo. A todo el mundo amaba, hasta a sus enemigos; no podía tolerar a los detractores; él mismo juzgaba en los procesos de los pobres, nada tomaba más a pecho que el trabajar en la salvación de sus súbditos. Agradece a Dios, si te ha dado superiores semejantes a este santo rey. Si tú mismo eres superior, acuérdate que debes ser el padre de tus inferiores. ¿Cómo ejerces la caridad con tu prójimo?

 

   III. Es preciso ser servidor de Dios para ser buen rey. La piedad de San Luis, la honra que tributaba a las santas reliquias, el celo que lo inflamaba por la conversión de los bárbaros, la generosidad cristiana y heroica que puso de manifiesto combatiendo contra los enemigos de Jesucristo, muestran que olvidaba su título de rey para no acordarse sino del de servidor de Dios. Príncipes de la tierra, si no servís a Dios, ¿qué provecho obtendréis en la otra vida de haber aquí empuñado el cetro? La muerte os arrebatará todas vuestras dignidades: la sola gloria que sobrevive a la tumba es la de haber servido bien al Señor. Servir a Dios es reinar.

 

Ejerced la  piedad.

Orad por los jefes de estado.


miércoles, 24 de agosto de 2022

Alocución Consistorial de Pío IX contra la Masonería – Pronunciada en Roma, el 25 de septiembre de 1865.


 

   Entre las numerosas maquinaciones y medios por los cuales los enemigos del nombre cristiano se atrevieron a atacar a la iglesia de Dios, e intentaron aunque en vano, derribarla y destruirla, hay que contar, sin lugar a duda, a aquella sociedad perversa de varones, llamada vulgarmente “masónica”, la cual, encerrada primero en las tinieblas y la oscuridad, acabó luego por salir a la luz, para la ruina común de la Religión y de la Sociedad humana.

   Apenas Nuestros antecesores, los Pontífices Romanos, fieles a su oficio pastoral, descubrieron sus trampas y sus fraudes, juzgaron que no había momento que perder para reprimir, por su autoridad, condenar y exterminar como con una espada, esta Secta criminal que ataca tanto las cosas santas como las públicas.

   Por eso Nuestro antecesor Clemente XII, por sus Cartas Apostólicas, proscribió y reprobó esta Secta y prohibió a todos los fieles, no sólo de asociarse a ella, sino también de propagarla y fomentarla de cualquier modo que fuera, bajo pena de excomunión reservada al Pontífice. Benedicto XIV confirmó por su Constitución esta justa y legítima sentencia de condenación y no dejó de exhortar a los Soberanos católicos a dedicar todas sus fuerzas y toda su solicitud para reprimir esta Secta profundamente perversa y en defender a la Sociedad contra el peligro común.

Dejadez de los gobernantes civiles en la defensa de la Sociedad contra las Sectas secretas.

   ¡Pluguiera a Dios que los monarcas hubieran escuchado las palabras de Nuestro antecesor! ¡Pluguiera a Dios que, en asunto tan grave, hubieran actuado con menos dejadez! Por cierto, no hubiéramos tenido entonces  (ni tampoco nuestros padres) que deplorar tantos movimientos sediciosos, tantas guerras incendiarias que pusieron fuego a Europa entera, ni tantas plagas amargas que afligieron y todavía siguen afligiendo a la Iglesia.

   Pero como estaba lejos de aplacarse el furor de los malvados, Pío VII, Nuestro antecesor, anatemizó una Secta de origen reciente, el  Carbonarismo, que se había propagado sobre todo en Italia, donde había logrado gran número de adeptos; y León XII, inflamando del mismo amor a las almas, condenó por sus Cartas Apostólicas, no sólo las Sociedades secretas que acabamos de mencionar, sino también todas las demás, cualquiera sea su nombre, que conspiraban contra la Iglesia y el Poder civil, y las prohibió severamente a todos los fieles bajo pena de excomunión.

   Sin embargo, estos esfuerzos de la Sede Apostólica no lograron el éxito esperado. La Secta masónica de la que hablamos no fue ni vencida ni derribada: por el contrario, se ha desarrollado hasta que, en estos días difíciles, se muestra por todas partes con impunidad y levanta la frente más audazmente que nunca. Por tanto hemos juzgado necesario volver sobre este tema, puesto que en razón de la ignorancia en que tal vez se  está de los culpables designios que se agitan en  estas reuniones clandestinas, se podría pensar equivocadamente que la naturaleza de esta sociedad es inofensiva, que esta institución no tiene otra meta que la de socorrer a los hombres y ayudarlos en la adversidad; por fin, que no hay nada que temer de ella en relación a la Iglesia de Dios.

   Sin embargo, ¿quién no advierte cuánto se aleja semejante idea de la verdad? ¿Qué pretende pues esta asociación de hombres de toda religión y de toda creencia? ¿Por qué estas reuniones clandestinas y este juramento tan riguroso exigido a los iniciados, los cuáles se comprometen, a no revelar nada de lo que a ella se refiera? ¿Y por qué esta espantosa severidad de los castigos a los cuales se someten los iniciados, en el caso de que falten a la fe del juramento? Por cierto tiene que ser impía y criminal una sociedad que huye así del día y de la luz; pues el que actúa mal, dice el Apóstol, odia la luz.

Entre los católicos, “nada hay escondido, nada secreto”

martes, 23 de agosto de 2022

Meditaciones sobre el Inmaculado Corazón de María.


 


De la grandeza del Corazón de María.

   Aquel Corazón es y se llama grande, que está siempre dispuesto a dispensar favores, y mucho más incomparablemente el que, no teniendo en cuenta la ingratitud, ni cualquiera otra suerte de mala correspondencia, está igualmente pronto a dispensarlos, aunque sea a costa de grandes sacrificios. Semejante grandeza de corazón es hija legítima de la caridad, la cual extiende y dilata el corazón para encerrar en el a todos los hombres, sin distinción de amigos, ni enemigos; porque se complace igualmente en hacer bien a todos por amor de Dios y no mide su caridad y beneficencia por la correspondencia que halla en las criaturas, sino por la necesidad y las desgracias de ellas. Tal es puntualmente el Corazón de nuestra augusta Madre. ¡Qué favores, qué gracias, qué beneficios ha dispensado siempre su Corazón a pesar del olvido, de la ingratitud y mala correspondencia de los hombres! ¿Quién, pues, podrá medir la grandeza y anchura de su Corazón? Todos somos testigos de ella, todos la hemos experimentado; porque nadie, dice San Bernardo, acude debidamente a aquel Corazón sin ser consolado por él. A todos nos tiene dentro de sí con maternal afecto, ninguno está excluido de sus favores; a él debemos las gracias espirituales que el Señor nos comunica, la paciencia en los trabajos, el consuelo en las aflicciones, y el remedio de nuestros males. Y aun los pecadores, que viven alejados de Dios, los herejes que le blasfeman y los infieles que le desconocen, y son, por lo tanto, enemigos de Jesús y de ella, deben a la grandeza de su Corazón la vida que tienen, la salud de que disfrutan y todos los bienes naturales y de fortuna. ¡Oh! ¡Cuán inmensa es la grandeza del Corazón de María! ¿Queremos experimentarla, recibiendo de él copiosas gracias? Pensemos en ella, resolvámonos a imitarla, y pidámosle con fervor esta y las demás gracias que necesitamos.

ORACIÓN.

   ¡Oh Corazón de María, cuya grandeza testifica y admira el universo!; comunicádnosla a nosotros, haciéndonos igualmente grandes de corazón, alcanzadnos valor, Madre querida, para olvidar toda suerte de injurias, y ser todo para todos, a fin de ganarlos para Jesucristo. Amén.


MEDITACIÓN SOBRE EL CONOCIMIENTO DE SÍ MISMO


 


I. Pocas personas se conocen, porque pocos estudian su interior. Y sin embargo el conocimiento de sí mismo es el más importante de todos los que se pueden adquirir. Mira, pues, hoy, al pie de tu crucifijo, lo que eres en el fondo de tu alma. ¿Qué bien has hecho? ¿Qué pecados has cometido? ¿Qué virtudes has practicado? ¿Qué defecto domina en ti? Examina con cuidado todas estas cosas.

 

   II. Tienes buena opinión de ti mismo porque crees fácilmente a los que elogian tus virtudes. Una falsa apariencia puede engañar a los hombres; pero Dios, que escruta los corazones, no puede ser engañado. Además, comparas tu vida con la de los impíos y te tienes por santo, porque no eres autor de crímenes monstruosos. Examina el fondo de tu conciencia, compara tu vida con la de los santos, y te resultará fácil la humildad. Muchas cosas se conocen y uno se ignora, se examina a los otros y se tiene miedo de mirarse a uno mismo.

 

   III. Ve lo que Dios aprueba o desaprueba en ti. Esas brillantes cualidades que te atraen la atención de los hombres, tal vez te hacen incurrir en la desgracia de Dios. ¿Trabajas únicamente por amor a Dios? ¿Cumples tus deberes de estado? ¿Juzgas tú mismo de tus acciones como juzgarías las de otro, sin prevención y sin amor propio? Colócate frente a ti mismo como si estuvieras frente a otro, y llora sobre ti mismo (San Bernardo)”.

 

La penitencia.

Orad por los pecadores.


lunes, 15 de agosto de 2022

La Asunción de nuestra Señora. — 15 de agosto.


 


   Subió Cristo nuestro Salvador a los cielos, y dejó a su benditísima Madre y Señora nuestra en la tierra, para que en ausencia de aquel sol de justicia, brillase ella como luna de serenos resplandores en medio de la primitiva cristiandad; y enseñase a los apóstoles, instruyese a los Evangelistas, esforzase a los mártires, alentase a los confesores y encendiese en el amor de la pureza a las vírgenes, y a todos consolase y ayudase con su ejemplo y magisterio.

   Quince años sobrevivió nuestra Señora a su Hijo bendito, observando, como dicen los santos padres, con gran perfección los consejos evangélicos, obedeciendo a lo que san Pedro como vicario de Cristo ordenaba, frecuentando los sagrados lugares donde se habían obrado los misterios de nuestra Redención, comulgando cada día de mano del discípulo amado san Juan, a quien Jesús la había encomendado. Dice san Dionisio que la vio y trató, que “resplandecía en ella una divinidad tan grande, que si la fe no lo corrigiera, pensaran todos que era Dios, como lo era su Hijo.”

   Aunque el Señor la preservó de la culpa original, no quiso preservarla de la muerte del cuerpo, para que en esto imitase a Jesús, y para que mereciese mucho, venciendo la natural repugnancia que tiene la carne a morir, y se compadeciese de los que mueren, como quien pasó por aquel trance, ya que había de ser nuestra abogada en la hora de la muerte. Es pía tradición que asistieron a su dichoso tránsito los santos apóstoles con Hieroteo, Timoteo, Dionisio Areopagita, y otros varones apostólicos que con velas encendidas rodeaban el lecho de la Virgen: y que en habiendo expirado, no por dolencia alguna, sino por enfermedad de amor y deseo de ver y abrazar a su divino Hijo glorioso; sepultaron honoríficamente su inmaculado cuerpo en el Huerto de Getsemaní, con muchas flores, ungüentos olorosos y especies aromáticas.


   Mas no era conveniente que aquella verdadera arca del Testamento padeciese corrupción, y así se cree que los tres días resucitó la Madre, como había resucitado su Hijo unigénito, el cual la vistió de inmortalidad y de claridad y hermosura sobre todo lo que se puede explicar y comprender, y la llevó sobre las alas de los querubines, en triunfal procesión hasta lo más alto del cielo, y hasta el trono de la santísima Trinidad. Allí fué coronada por las tres Personas divinas, con inefable gloria y regocijo de todas las jerarquías y coros celestiales. Coronóla el Padre con diadema de Potestad, el Hijo con corona de Sabiduría, el Espíritu Santo con corona de Caridad. Allí fué aclamada por soberana Princesa de los ángeles, arcángeles, tronos, dominaciones, potestades, querubines y serafines, y por Reina de los apóstoles, de los mártires, de los confesores, de las vírgenes, y de todos los santos: y finalmente allí fué constituida Emperatriz del universo, y Reina soberana de todas las criaturas.

   Reflexión: Creyendo, pues, ahora con viva fe, que esta excelsa Señora tan encumbrada y gloriosa no sólo es Madre de Dios, sino también Madre adoptiva nuestra, Reina de misericordia y dulcísima. Abogada de los pecadores, acudamos todos los días a ella con gran confianza en su maternal bondad, suplicándole que no. nos deje de su mano, a fin de que por su poderosa intercesión alcancemos seguramente la vida y gloria eterna.

   Oración: Suplicámoste, Señor, que perdones a tus siervos los pecados de que son reos, para que ya que no podemos agradaros por nuestras obras, seamos salvos por la intercesión de la santa Madre de vuestro Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que contigo vive y reina por todos los siglos de los siglos. Amén.

 

FLOS SANCTORVM.