domingo, 30 de abril de 2017

SANTA MARÍA MAGDALENA (patrona y el modelo de la vida de adoración y de servicio a Jesús sacramentado.) –– Por San Pedro Julián Eymard.




   NUESTRO COMENTARIO SOBRE ESTE ARTÍCULO: Si te crees el peor de los pecadores de la tierra, no dejes pasar esta lectura. Es simplemente bella, edificante y esperanzadora.

   “Jesús amaba a María Magdalena.” (Juan, XI, 5.)

   Santa María Magdalena era la amiga privilegiada de Jesús. Le servía con sus bienes y le acompañaba a todas partes. Ella honró también magníficamente su Humanidad con sus regalos: Tenía gusto especial en orar a sus pies con el silencio de la contemplación: por todos estos títulos es la patrona y el modelo de la vida de adoración y de servicio a Jesús sacramentado. Estudiemos a Santa María Magdalena: su vida está llena de las mejores enseñanzas.

   Jesús amaba a Marta, a María su hermana y a Lázaro; a María especialmente. Sin duda que amaba a los tres, pero sentía especial afecto por María.

   Aunque Jesucristo nos ame a todos, sin embargo, tiene sus amigos predilectos, y permite que también nosotros tengamos amigos en Dios. La naturaleza, y aun la gracia misma necesitan de ellos. Todos los santos han tenido amigos de corazón, y ellos mismos han sido los más tiernos y desinteresados amigos.

   Magdalena fué, antes de su conversión, una pecadora pública. Poseía todas las cualidades de cuerpo y espíritu, y al mismo tiempo todos los bienes de fortuna que pueden conducir a los mayores excesos. Y ella se dejó llevar. El Evangelio la rebaja hasta el punto de decir que fué una pecadora pública. Tal llegó a ser su degradación, que túvose como una deshonra para Simón el Fariseo que ella hubiese entrado en su casa. Y aun llegó a dudarse del espíritu profético de Jesús, a causa de haberla tolerado a sus pies.

   Mas esta pobre pecadora, una vez conseguido el perdón de sus culpas, va a remontarse hasta la cumbre de la santidad. Veamos cómo.

   Lo que detiene, sobre todo, a los grandes pecadores, impidiéndoles la conversión, es el respeto humano. Yo no podría perseverar en el bien, dicen; no me atrevo a emprender una cosa en que no me sería posible continuar. Y se detienen desalentados.

   No obró así la Magdalena: sabe que Jesús está en casa de Simón, y no vacila; se dirige directamente a Jesús y hace pública confesión de su vida libertina. Ella se atreve a penetrar en una casa, de donde se la hubiese despedido ignominiosamente y sin miramiento alguno si se la hubiese reconocido al entrar en ella. A los pies de Jesús no profiere palabra alguna; pero su amor habla muy alto. Los pintores la representan con los cabellos esparcidos, desaliñados, y con los vestidos en desorden. Esto es pura imaginación, pues ni hubiese sido digno de Jesús, ni digno de su arrepentimiento.

   Va derechamente a Jesús sin equivocarse. ¿Dónde le ha conocido? ¡Ah, es que el corazón enfermo sabe, muy bien encontrar a aquel que hade consolarle y curarle!

   María no se atreve siquiera a levantar la vista a Jesús; no dice palabra: tal es el carácter del verdadero arrepentimiento, como se ve en el Hijo pródigo y en el publicano. El pecador que mira de frente al Dios a quien ha ofendido, le insulta. María llora, y enjuga con sus cabellos los pies de Jesús rociados con sus lágrimas. He aquí su puesto, a los pies de Jesús. Los pies pisan la tierra, y ella sabe que no es más que polvo de cadáver. Los cabellos, esa vanidad que el mundo adora, ella los desprecia y los hace servir como de trapo, y permanece postrada esperando la sentencia. Ella oye los propósitos de los envidiosos, de los Apóstoles y demás judíos, que no honraban sino la virtud coronada y triunfante. Ellos no amaban a Magdalena, que les da a todos esta lección. Todos habían pecado, pero nadie había tenido valor para pedir perdón públicamente. ¡El mismo Simón, modelo de orgullo e hipocresía, se indigna! Pero Jesús defiende a Magdalena. ¡Qué palabras de rehabilitación: Se le han perdonado muchos pecados, porque ha amado mucho! “Ve en paz—le dice el Salvador, —tu fe te ha salvado.” Y no añade: “No peques más”, como dijo a la adúltera, más humillada por haber sido sorprendida en el crimen que arrepentida por haber ofendido a Dios. La Magdalena no necesita de esta recomendación: su amor produce en Jesús la certidumbre de su firme propósito. ¡Qué absolución tan hermosa y conmovedora! Magdalena tiene, pues, una contrición perfecta. Cuando vayáis a los pies del confesor, unidos á la Magdalena, y que vuestra contrición, como la suya, sea producida más por el amor que por el temor.

   La Magdalena se retiró con el bautismo de amor, y con su humildad llegó a ser más perfecta que los Apóstoles. ¡Ah! Después de este ejemplo, menospreciad a los pecadores, si a ello os atrevéis. Un instante basta para hacer de ellos grandes Santos. ¡Cuántos, entre los mayores de éstos, no han sido buscados y habidos por Jesucristo entre el lodazal del pecado! San Pablo, San Agustín y tantos otros son de ello elocuentísimos ejemplos. La Magdalena les abre el camino: supo remontarse hasta el Corazón de Jesús, porque partió de muy abajo y se humilló profundamente. ¿Quién, pues, podrá desesperar?

¿Padre, por qué insiste tanto sobre la Comunión frecuentes?




Discípulo. –– ¿Hacedme el favor de decirme, Padre, porque se insiste tanto sobre la Comunión frecuente?

Maestro. –– Porque la Comunión, como ya hemos dicho, es el deseo más grande del Corazón de Jesucristo y el mejor medio para salvarse. Así como Dios sustenta, con su Providencia, a todas las criaturas, para que no mueran de hambre, de la misma manera Jesucristo quiere alimentar y sustentar a las almas que ha redimido.

La Comunión es alimento; pero este alimento debe ser comido: la cosa es bien clara.

San Buenaventura dice que “el alimento que no sirve para ser comido no tiene razón de ser” o, lo que es lo mismo, es un alimento inútil; por esto decía, con mucha gracia, un Obispo: “La Eucaristía es pan, y el pan es para comerlo, y no para una exposición”.

D. –– Así es, Padre, pues yo he oído, muchas veces, predicar que Jesucristo apenas instituyó la Santísima Eucaristía, inmediatamente la dió a comer en su presencia, diciendo: Tomad y comed.

M. –– Y no solamente esto, sino, además, quiso que, para renovar este cambio del pan en su cuerpo, o sea para renovar la Santísima Eucaristía, fuera necesario comerle. Repetid este prodigio, les dijo Jesucristo, cuantas veces hagáis lo que habéis visto hacer a mí.

El consagró el pan y diólo a comer. Por eso, sapientísimos teólogos deducen de aquí que, si se pretendiese consagrar con el fin de consumir después de otra materia distinta a la establecida por Jesucristo, no habría consagración, porque faltaría la intención que tuvo Jesucristo y que tiene la Iglesia, y así faltaría la esencia de la acción eucarística.

Además, Jesucristo escogió, entre todos los alimentos, el pan, que no sirve sino para que se coma; de la misma manera el alimento eucarístico debe ser comido, de lo contrario no produciría los efectos que el Señor ha asignado a este alimento.

Como sacar beneficios de los sufrimientos –– Por Santa Catalina de Siena




   A Fray Tomás de la Della Fonte, de la Orden de los HH. Predicadores, año 1368

   En nombre de Jesucristo crucificado y de la dulce María.

    Carísimo padre en Cristo, el dulce Jesús. Yo, Catalina, sierva y esclava de los siervos de Jesucristo, os escribo en la preciosa sangre con el deseo de veros bañado en ella, pues embriaga, fortalece, quema e ilumina al alma con la verdad, y por eso no cae en la mentira. ¡Oh sangre que fortalece al alma y le quita la debilidad! Esta procede del temor servil, y este de la falta de luz. El alma es fuerte porque en la sangre ha sido iluminada por la verdad, y ha conocido y visto con el entendimiento que la verdad primera la creó para darle vida perdurable en la gloria y alabanza de su nombre. ¿Quién le manifiesta que es así? La sangre del Cordero inmaculado. Ella muestra que todas las cosas que Dios concede, prósperas y adversas, consuelos y tribulaciones, vergüenza, y vituperio, escarnios y villanías, infamias y murmuraciones, todas nos son otorgadas con ardiente amor para que se cumpla en nosotros la primera y dulce verdad para la que hemos sido creados.

   ¿Quién nos lo certifica? La sangre. Porque, si hubiese intentado otra cosa de nosotros, no nos habría dado a su Hijo, y el Hijo la vida. En cuanto el alma ha conocido esta verdad con el entendimiento inmediatamente recibe la fuerza capaz de soportarlo y sufrirlo todo por Cristo crucificado. No se enfría; se calienta con el fuego de la caridad divina, con aborrecimiento y descontento de sí misma. Poco a poco se encuentra ebria. Como el embriagado pierde sus sentidos y no tiene más sensación que la del vino, y todas sus sensaciones quedan inmersas en el vino, así el alma, embriagada de la sangre de Cristo pierde la sensación propia  y es privada del amor sensible y del temor servil (donde no hay amor sensible no hay temor a la pena; se deleita en las tribulaciones y no quiere gloriarse sino de la cruz de Cristo). Esta es su gloria. Entonces todas las potencias del alma se hallan ocupadas en nuestro interior. La memoria se encuentra llena de la sangre; la recibe como beneficio;  en ella descubre amor divino (expulsa al amor propio); amor a los oprobios y pena por la honra; amor a la muerte y pena de la vida. ¿Con qué se ha llenado la memoria? Con las manos del afecto y del santo y verdadero deseo. Ese afecto y amor proceden de la luz del entendimiento que conoce la verdad y la dulce voluntad de Dios. Así quiero, carísimo padre, que dulcemente nos embriaguemos y bañemos en la sangre de Cristo crucificado, para que las cosas amargas nos parezcan dulce, y ligeros los grandes pesos; de las espinas y abrojos saquemos la rosa: la paz y la quietud. No digo más. Permaneced en el santo amor a Dios. Jesús dulce, Jesús amor.



“ESCRITOS ESCOGIDOS”

Aceptación de la voluntad de Dios en los sufrimientos –– Por Santa Catalina de Siena.




   Al venerable religioso Fray Antonio de Niza, de la Orden de los HH. Ermitaños de San Agustín. Año 1378.

   En nombre de Jesucristo crucificado y de la dulce María.

   A vos, dilectísimo y carísimo padre y hermano en Cristo Jesús. Yo, Catalina, sierva y esclava de los siervos de Jesucristo, os escribo encomendándoos en la preciosa sangre del Hijo de Dios, con deseo de veros sumergido y ahogado en el horno de la divina caridad y que arda y vuestra voluntad propia se halle anegada, pues ésta nos quita vida y da la muerte. Abramos los ojos, carísimo hermano, porque tenemos dos voluntades: la sensitiva, que buscas las cosas sensibles, y la espiritual que, con especie y color de virtud, mantiene firme su voluntad. Esto lo demuestra cuando quiere elegir los lugares, tiempos y consuelos a su aire. Así dirá: “Yo quisiera esto para poseer más a Dios”. Y es un gran engaño e ilusión del demonio, quien, no pudiendo engañar a los siervos de Dios con la primera clase de voluntad (porque ya han mortificado a sus sentidos), a hurtadillas, toma posesión de la segunda voluntad con lo espiritual. Muchas veces recibe el alma consuelo y después se siente privada de él por Dios, que le dará otra cosa de menos consuelo y más provecho. El alma, animada por lo dulce, al verse privada de ello, siente pena y cae en el tedio. ¿Por qué? Porque no quisiera carecer de ese consuelo. Y dice: “Me parece amar de este modo más que de aquél. Con éste recibo algún fruto y ninguno con aquél, sino sufrimiento, y muchas veces combates, y creo ofender a Dios”. Digo, hijo y hermano en Cristo Jesús, que esta alma se engaña con la propia voluntad a no querer estar sin aquella dulzura. Con este cebo la atrapa el demonio. Con frecuencia pierde el tiempo, queriendo disponer de él a su modo, pues no ejercita lo que tiene sino en sufrimiento y en tinieblas.

Nuestro dulce Salvador dijo una vez a una hija suya (ella misma): “¿Sabes cómo actúan los que quieren cumplir su voluntad en los consuelos, dulzuras y deleites? Al encontrase privados de ellos, quieren apartarse de mi voluntad, pareciéndoles que no hacen bien y que no me ofenden; pero en ellos se halla oculta la parte sensitiva y, pretendiendo huir de los sufrimientos caen en el pecado y no se dan cuenta. Si el alma actuase sabiamente y tuviera la luz (Divina)  consideraría el fruto y no la dulzura. ¿Cuál es el fruto del alma? El aborrecimiento de sí y el amor a Mí. Ese aborrecimiento y amor han nacido del conocimiento de sí misma. Se reconoce defectuosa, no ser nada. Contempla en sí misma mi bondad, la que le conserva la buena voluntad. Ve que lo he realizado Yo, por lo que mi sierva está en mayor perfección y piensa que lo he hecho por ser lo mejor para su bien. Es tal, carísima hija, que no quiere el momento a su modo, porque es sumisa; conoce su enfermedad y no confía en su querer sino que me es fiel. Se viste de mi suma y eterna voluntad, porque Yo no doy ni quito si no es para su santificación y ve ella que sólo el amor me mueve a daros la dulzura y a quitarla. Por eso no se puede doler que se le prive de algún consuelo interior o exterior, por parte del demonio o de las criaturas, ya que ve que si no fuese para bien suyo no le permitiría Yo. Se goza en ello porque tiene la luz dentro y fuera y, tan iluminada se encuentra que, llegando el demonio con las tinieblas a su mente para confundirla, diciéndole “esto es por tus pecados”, ella contesta como persona que no esquiva sufrimiento diciendo: “gracias sean dadas a mi Creador que se ha acordado de mí en el tiempo de las tinieblas, castigándome con sufrimientos en el tiempo perecedero. Gran amor es este, pues no me quiere castigar en el tiempo que no termina”. ¡Oh, qué tranquilidad de espíritu tiene esta alma por haberse despojado de la voluntad que produce tempestad! No obra así el que tiene interiormente viva su voluntad y busca las cosas de su agrado, pues parece que cree saber lo que necesita mejor que Yo. Ese dice con frecuencia: “me parece que ofendo a Dios. Que me quite la ocasión de pecado y que haga lo que Él quiera”. Cuando en vosotros veáis la voluntad de no ofender a Dios y el aborrecimiento del pecado, es señal de que el pecado ha desaparecido, por lo cual debéis tener confianza, puesto que, aunque todas las obras exteriores y consuelos interiores disminuyesen, permanecería siempre firme la voluntad de agradar a Dios. Sobre esta piedra se halla fundada la gracia. Si dices “no me parece tenerla”, te digo que es falso, porque si no la tuvieses no temerías a Dios. Es el demonio el que te hace ver esto para que entre el alma en confusión y desordenada tristeza y mantengas firme tu voluntad en desear los consuelos, el tiempo y los lugares a tu capricho. No le creas, hija queridísima, sino ten tu alma tu alma dispuesta a sufrir penas según el modo con que Dios las de. De otro modo haréis como el que se halla a la salida con la lámpara en la mano, que, extendiendo el brazo hacia afuera, ilumina fuera y dentro quedan las tinieblas. “Esto hace el que ya ha conformado las cosas exteriores con la voluntad de Dios; desprecia al mundo, pero dentro le queda viva la voluntad espiritual, disimulada con pretexto de la virtud”. Así habló Dios a aquella sierva suya interiormente.

   Por eso dije que quería y deseaba que vuestra voluntad estuviese sumergida y transformada en Él, disponiéndoos a soportar las penas y trabajos de cualquier modo que Dios las quiera dar. Así nos veremos libres de las tinieblas y tendremos la luz. Amén. Alabado sea Jesucristo crucificado y la dulce María.




“ESCRITOS ESCOGIDOS”

viernes, 28 de abril de 2017

¿Cómo he de atreverme a comulgar con frecuencia, si siempre vuelvo a caer en las mismas faltas? –– Por Monseñor de Segur.




   ¿Y piensas que serás mejor cuando comulgues menos?

   Si tomando el ordinario alimento tus fuerzas desfallecen, ¿qué será cuando no comas nunca o casi nunca? En lugar de ser débil, te morirás de hambre. Absteniéndote de comer el Pan de los fuertes, centuplicarás tu debilidad y tendrás que llorar, no ya ligeras faltas come ahora, sino caídas gravísimas, pecados mortales. Cada día.

   Pero, decía San Ambrosio, citado por santo Tomás: “cada día peco, luego cada día necesito tomar la medicina” “Éste Pan de cada día se toma como remedio de las flaquezas de cada día”

   Esto es lo que la Santísima Vírgen dijo un día a Santa Francisca Romana, muy afligida y turbada por los pocos progresos que observaba en si a pesar de sus comuniones. “Hija mía, díjole con ternura, las faltas que cometes no deben causa para que te abstengas de presentarte a la sagrada Mesa; muy al contrario, deben excitarte más y más a participar del convite celestial, porque en él encontrarás el remedio a todas tus miserias,”

   Es verdad que la Comunion nos preserva de caer en el pecado mortal, pero también lo es que ni aun la cotidiana nos hace impecables. Mientras estamos en la tierra cometemos pecados, de manera que se puede decir muy bien que los mejores de entre nosotros no son, en último resultado, sino los menos malos. Sufrámonos, pues, a nosotros mismos, ya que Jesucristo nos sufre.

   Así lo han hecho todos los santos; así lo hacían los primitivos cristianos, los cuales, a pesar de que comulgaban cada día, eran sin embargo tan débiles como nosotros, Porque yerran grandemente los que se figuran que eran todos santos: los escritos de los Apóstoles y los documentos que nos quedan de los primeros siglos de la Iglesia prueban sobradamente lo contrario.

   En efecto, San Pablo no escribe carta en que no eche en cara a muchos de ellos “sus divisiones, su inconstancia, su ingratitud y sus negligencias”

   San Cipriano se queja amargamente de las debilidades y flaquezas de los cristianos de Cartago. San Agustín y otros escritores eclesiásticos hablan también de las miserias en que caían los fieles de sus días. Luego, no todos los primitivos cristianos eran santos; y sin embargo, repito que comulgaban cada día.

   El papa San Anacleto, citado por Santo Tomás de Aquino, nos dice que esta regla venia directamente de los Apóstoles: Sic et Apostoli statuerunt, y que tal era la doctrina de la Iglesia romana et sic sancta tenet Romana Ecclesia. Esta decretal forma parte de las Constituciones apostólicas, las cuales según el común parecer de los teólogos de más nota, se remontan por lo menos al siglo II.

   La Comunión cotidiana no les hacía, pues, impecables; pero sí que les daba fuerzas para no caer en muchas faltas graves, infundía a muchos de ellos virtudes heroicas, y les hacía llegar a un incomparable grado de perfección y santidad.

   Lo mismo nos sucederá a nosotros. Aunque no nos haga perfectos, la sagrada Comunión destruirá poco a poco nuestros defectos y nos hará crecer insensiblemente en piedad y sabiduría del cielo.

   No te admires de que semejante trasformación no se haga en un día. ¿Cuántos años se necesitan para que un niño llegue a ser hombre? ¿Vemos acaso cómo va creciendo? Y sin embargo, por un trabajo continuo e insensible; trabaja y contribuye a su crecimiento cuando come y bebe, asi el niño crece cada día.

   No te admires tampoco si vuelves a caer en las mismas faltas. La piedad y la Comunión perfeccionan nuestra naturaleza, no la destruyen; por consiguiente, aunque estemos sometidos a la acción santificante de Jesucristo conservamos nuestra personalidad y el germen de nuestros defectos dominantes. Ese germen es el lado débil, el punto vulnerable; al cual el demonio dirige sus incesantes ataques; y de ahí proceden esas recaídas arto frecuentes por desgracia, que fatigan y humillan a los cristianos, pero que no deben abatirlos y desalentarlos.

   Si consultando la conciencia puedes decirte a tí mismo que no amas el pecado y que quieres servir fielmente a Jesucristo, no te turbe ni espante la consideración de las faltas en que caes cada día, pues la comunion te purificará y librará de las mismas, como has podido ver más arriba que enseña formalmente el sagrado concilio de Trento.

   Si los directores de almas no pueden, a pesar de sus deseos aconsejar a todos los penitentes el uso frecuente de la Comunion, es porque desgraciadamente hay pocos cristianos sinceramente dispuestos a evitar hasta las menores faltas y a consagrar a Jesucristo todos los pensamientos de su alma y todos los afectos de su corazón. Pero la misma razón Santo Tomás, que establece tan categóricamente en su suma la tesis católica y tradicional de la excelencia de la Comunión cotidiana, dice: que no todos los fieles indistintamente deben recibir cada día la Sagrada Eucaristía.

   Reverencia y amor; tal es la conclusión práctica del Ángel de las escuelas; pero tiene cuidado de hacer notar: “que el amor y la confianza son preferibles al temor”. No olvidemos nunca esta preciosa máxima y obremos en conformidad con ella.



“LA SAGRADA COMUNIÓN”

jueves, 27 de abril de 2017

Más al comulgar mi corazón se queda frio e insensible; estoy distraído y no siento el menor fervor, la menor devoción. –– Por Monseñor de Segur.




   Para los que gustan mucho de  hablar y oír sobre la Comunión: Esta lectura no sólo es de una gran sabiduría, sino también de gran consuelo y hermosura. ¡RECOMENDABLE!

   Cuando por la milagrosa pesca conoció San Pedro la divina santidad y majestad de Aquel que había entrado en su barca, se arrojó a los pies de Jesús, y le dijo: Exi a me, Domine, quia homo peccator sum. “Apartaos de mí, Señor porque soy un hombre pecador” Y el buen Maestro le contestó: Noli timere. “No temas” (Lucas V. 8.)

   No temas tú tampoco: ¿no entregaste tu corazon a Dios? ¿No quieres servirle bien y fielmente? Pues no te pide más. Las distracciones deben humillarnos, no desanimarnos; estate  seguro de que la mayor parte de las veces no son voluntarias, y, por lo tanto, no nos privan del fruto de nuestras Comuniones. Si tienes buena voluntad, buena será también la Comunión.

   ¿Piensas que les Santos no experimentaron también esas tristezas, ese tedio, esa privación de todo consuelo sensible, esas importunas distracciones de que te quejas?

   San Vicente de Paul sufrió por espacio de dos años enteros tan gran sequedad de espíritu, que ni aun podía formular un acto de fe y como el demonio se aprovechaba de su situación angustiosa para turbar la paz de su alma con fuertes tentaciones, el Santo puso sobre su corazón, cosido en la sotana el Credo que había escrito al efecto, y una vez por todas convino con Nuestro Señor que cuando pondría la mano sobre aquella fórmula se entendería que hacia los actos de fe y piedad que no le permitía el estado interior de su alma. Permaneciendo incontrastable en su fe, continuó sus ejercicios espirituales, sin dejar uno solo, celebrando cada día la misa. Y pregunto ahora: ¿eran buenas las Comuniones?

   Fenelón pasó los últimos años de su vida sufriendo penas iguales, y escribía a su piadoso amigo, el duque de Besuvilliers: “Experimento una sequedad de espíritu terrible, y la paz de que gozo es muy amarga,”

   Estas son las pruebas con que el Señor purifica comúnmente a todos sus verdaderos servidores; esta es la vía ordinaria por donde lleva a sus escogidos a la cima de la perfección cristiana; y precisamente la Comunión frecuente es, según Santa Teresa, el mejor remedio para esas almas desoladas.

   Por otra parte, muchas veces la sagrada Eucaristía obra en nuestra alma sin que lo echemos de ver, como observa San Lorenzo Justiniano; y el gran doctor San Buenaventura, añade: “Aunque te sintieres tibio y sin devoción, no debes por eso dejar de acercarte a la sagrada Mesa porque, cuanto más enfermo estuvieses, más necesidad tienes del médico”

   Decía un santo sacerdote, director de Seminario, me decía igualmente cierto día: “Temo menos la negligencia en la Comunion, que la negligencia de la Comunion, siempre la muerte es peor que la enfermedad.”

   La Eucaristía es el foco del amor de Dios; luego cuanto más frio te sientas mucho más cerca debes ponerte de ese fuego que despide ardores divinos.

   Además, ¿no tendrías tú la culpa de esa se quedad que tantas inquietados te causa? ¿Pones mucho cuidado de evitar las faltas veniales? ¿Te guardas mucho de disgustar al Espirita Santo?  Ordinariamente las infidelidades de esta clase tienen por consecuencia inmediata, diré más, por castigo, una especie de tristeza, un abandono aparente, durante el cual el alma se ve privada de toda dulzura espiritual.

   Otra observación: estas tus penas ¿no podrían provenir también de un encogimiento, de una mezquindad, por decirlo así, de sentimientos; de una piedad, en fin, demasiado personal? Cuando comulgues, y en general cuando ores, piensa más en los otros que en tí. La caridad te hará mucho bien. Ta corazón se ensanchará a medida que te ocupes de la salvación de tus hermanos, de la conversión de los pecadores y de los intereses de la fe. Al rogar por tus semejantes se te despertarán unos sentimientos y una atención que no tenías cuando pensabas exclusivamente en tí solo.

   Por último, debes saber que ese tedio, ese hastío y disgusto por las cosas del alma son casi siempre una tentación. Viendo el maligno espíritu que no puede atacarte de frente, se venga hostigándote incesantemente, para que el cansancio te obligue a abandonar la buena senda. Sé más astuto que el demonio: él quiere desalentarte no dándote momento de reposo; mantente, pues, firme y tranquilo, que no se hará esperar mucho el tiempo de la paz y de los dulces consuelos.


“LA SAGRADA COMUNIÓN”


¿QUIÉN HA VUELTO DEL OTRO MUNDO? - CAPÍTULO V - (Diálogo entre dos amigos, Francisco que si cree en el infierno y Adolfo que no)




Si el bien de la sociedad exige la creencia en el infierno.


FRANCISCO –– ¿Qué te parecen, Adolfo, las doctrinas de esos herejotes sobre el asunto que debatimos?

ADOLFO — Paréceme de perlas; porque bueno es se finjan esos temores para contener las masas en sus deberes. De otra suerte, ¿a qué vendría a parar la sociedad? El vulgo es ciego, y con cualquier patraña se contenta.

FRANCISCO — Absurdo, Adolfo, absurdo. La ficción y engaño son impotentes para conducir al hombre al fin de la sociedad, porque tarde o temprano se descubren. Hemos, pues, de convenir en que Dios, autor y criador de la sociedad, infundió en sus miembros, sabios e ignorantes, el temor de las eternas penas, obligándolos a la guarda de la divina ley, base de sólida paz y prosperidad verdadera. Y ¿quién se atreverá a sostener que Dios puede apelar al engaño para sus Elevadísimos fines?

ADOLFO — Medio es, a mi entender, para conseguir el orden y la paz, primero la promulgación de leyes civiles que pongan coto a los desórdenes de los criminales, y segundo la elección de gobernantes probos y activos que velen por su observancia.

FRANCISCO — Medio es, pero ineficaz; porque, ¿quién contiene a los Gobiernos tiránicos que se extralimitan? ¿Quién castiga a los súbditos que, sin ser vistos y aparentando honradez, se lanzan al crimen? Además, ¿qué nos demuestran los desórdenes y anarquía que nos amenazan? Las bayonetas, cañones y cadalsos son insuficientes, porque a las bayonetas se responde con la dinamita y el puñal; mas a las divinas amenazas, intimadas por los ministros del Omnipotente, ¿con qué se responde?
   Por esto los incrédulos mismos confiesan que Dios no pudo fundar con solidez las humanas sociedades sin amenazar con los tormentos del infierno a príncipes y vasallos que intentasen gravemente perturbarlas. Voltaire lo proclama sin ambages. “Yo no quisiera, dice, tener trato con un príncipe que no creyera en el infierno; porque si él hallaba interés en hacerme triturar en un mortero, a buen seguro que sería molido.”

   Para los vasallos, añadía Voltaire: “Si fuera yo soberano, huiría de relaciones con cortesanos que no creyeran en el infierno; porque, si encontrasen algún provecho en darme veneno, acaso a cada triquitraque tendría que tomar triaca o contraveneno.” De todo lo cual concluye aquel impío: “Es, pues, de todo punto necesario para reyes y pueblos que la idea de un Ser Supremo, criador, gobernador, remunerador y vengador, esté profundamente grabada en todos los espíritus.”

miércoles, 26 de abril de 2017

No dejen de rezar el Santo Rosario




   No dejen de rezar el Santo Rosario, nada bueno podemos hacer sin la oración constante a nuestra Madre del Cielo. Ella es quien nos consigue de su Hijo Divino cuantas gracias necesitamos para salvar nuestras almas. Por eso ¡Sed valientes y no abandonéis el rezo del Santo Rosario! El demonio busca eso que dejes la oración.


   Reza el Santo Rosario hasta que El Señor te llame a su presencia, y de sus dulces labios escuches decir: “He oído a mi Madre hablar de ti”

LA VIDA DE ORACIÓN –– Por San Pedro Julián de Eymard




   “Me alimento de un pan y una bebida invisibles a los hombres”. (Tob., XII, 19).

   Hay en el hombre dos vidas: la del cuerpo y la del alma; una y otra siguen, en su orden, las mismas leyes.

   La del cuerpo depende, en primer lugar, de la alimentación; cual es la comida, tal la salud; depende en segundo lugar del ejercicio que desarrolla y da fuerzas, y, por último, del descanso, donde se rehacen las fuerzas cansadas con el ejercicio. Todo exceso en una de estas leyes es, en mayor o menor grado, principio de enfermedad o de muerte.

   Las leyes del alma en el orden sobrenatural son las mismas, de las cuales no debe apartarse, como tampoco el cuerpo de las suyas.

   Ahora bien: la comida, el manjar del alma, así como su vida, es Dios. Acá abajo, Dios conocido, amado y servido por la fe; en el cielo, Dios visto, poseído y amado sin nubes. Siempre Dios. El alma se alimenta de Dios meditando su palabra, con la gracia, con la súplica, que es el fondo de la oración y el único medio de obtener la divina gracia.

   De la misma manera que en la naturaleza cada temperamento necesita alimentación diferente según la edad, los trabajos y las fuerzas que gasta, así también cada alma necesita una dosis particular de oración. Notad que no es la virtud la que sostiene la vida divina, sino la oración, pues la virtud es un sacrificio y resta fuerzas en lugar de alimentar. En cambio, quien sabe orar según sus necesidades cumple con su ley de vida, que no es igual para todos, pues unos no necesitan de mucha oración para sostenerse en estado de gracia, en tanto que otros necesitan larga. Esta observación es absolutamente segura: es un dato de la experiencia.

   Mirad un alma que se conserva bien en estado de gracia con poca oración; no tiene necesidad de más; pero no volará muy alto.

   A otra, al contrario, le cuesta mucho conservarse en él con mucha oración y siente que le es necesario darse de lleno a ella. ¡Ore esa alma, que ore siempre, pues se parece a esas naturalezas más flacas que necesitan comer con mayor frecuencia, so pena de caer enfermas!

   Más hay oraciones de estado que son obligatorias. El sacerdote tiene que rezar el oficio y el religioso sus oraciones de regla. Estas nunca es lícito omitirlas ni disminuirlas por sí mismo, de propia autoridad.

   La piedad hace que uno sea religioso en medio del mundo. A estas almas la gracia de Dios pide más oraciones que las de la mañana y de la tarde. La condición esencial para conservarse en la piedad es orar más. Es imposible de otro modo.

   Sabéis muy bien que hay dos clases de oración; la vocal, y la mental, que es el alma de la primera. Cuando uno no ora, cuando la intención no se ocupa en Dios al orar verbalmente, las palabras nada producen: la única virtud que tienen se la presta la intención, el corazón.

EL AMOR DE LOS SANTOS A NUESTRO SEÑOR Y A SU SANTÍSIMA MADRE



   Los bienaventurados ven sin celajes (con claridad) las tres Personas divinas, ven también en Dios la unión personal del Verbo y de la Humanidad de Jesús, la plenitud de gracia, de gloria, de caridad de su santa Alma, los tesoros de su Corazón, el valor infinito de sus actos humano-divinos (teándricos), de sus méritos pasados, el valor de su Pasión, de la mínima gota de su Sangre, el valor desmedido de cada Misa, el fruto de las absoluciones; ven también la gloria que irradia del Alma del Salvador sobre su Cuerpo después de la Resurrección, y cómo después de su Ascensión al Cielo está El en la cúspide de toda la creación material y espiritual.

   Los elegidos ven también, en el Verbo, a María corredentora, la eminente dignidad de su Maternidad divina, la cual, por su fin, pertenece al orden hipostático, superior a los órdenes de la naturaleza y de la gracia: contemplan la grandeza de su amor al pie de la Cruz; su elevación sobre las jerarquías angélicas, la irradiación de su mediación universal.

   Esta visión, in Verbo, de Jesús y de María, se une a la bienaventuranza esencial, como el objeto secundario más elevado se une, en la visión beatífica, al objeto principal (Al contrario, la visión extra Verbum y, con mayor motivo, la visión sensible de Cristo y del cuerpo glorioso de María, pertenecen a la felicidad accidental. Hay una gran diferencia entre estos dos conocimientos: el más elevado es llamado por San Agustín la visión de la mañana, el otro, la visión de la tarde, porque ésta descubre las criaturas, no en la luz divina, sino en la luz creada, que es como la del crepúsculo. Se identifica mejor esta diferencia si se consideran los dos conocimientos que se pueden tener de las almas sobre la Tierra: se pueden considerar a sí mismas, por lo que dicen o escriben, como haría un psicólogo; y se pueden considerar en Dios, como hacía, por ejemplo, el Santo Cura de Ars, cuando oía en confesión a los que se dirigían a él; fué el genio sobrenatural del confesonario, porque escuchaba a las almas en Dios, permaneciendo en oración; y por eso, bajo la inspiración divina, les daba una respuesta sobrenatural, no solo verdadera, sino inmediatamente aplicable; y la gente iba a él porque tenía el alma rebosante de Dios.)

martes, 25 de abril de 2017

No se puede, comulgar sin preparación, y no tengo tiempo para prepararme del modo debido –– Por Monseñor de Segur.




   Les puedo asegurar que esto que van a leer pocos católicos lo saben. Una lectura ¡¡¡Imperdible!!!

   La cuestión no está en saber si se puede comulgar sin preparación; claro está que un acto tan sagrado no puede hacerse a la ligera e inconsideradamente. La falta de preparación lleva a la tibieza y hace no solo inútiles, sino hasta peligrosas, las más excelentes prácticas religiosas. Sí, no hay duda: debemos prepararnos y prepararnos con el mayor cuidado y solicitud, para recibir la sagrada Eucaristía; más todavía, cuando nos hayamos preparado bien y muy bien, aun debemos humillarnos ante la presencia de Dios y pedirle encarecidamente que se digne suplir con su misericordia los defectos de nuestra preparación.

   Pero ¿en qué consiste esta preparación? ¿Será necesario multiplicar las prácticas de piedad, hacer largas meditaciones? De ningún modo: muy bueno y laudable es todo esto, y hasta necesario para el que tiene tiempo, más no todos la tienen. La Iglesia que nos exhorta a todos, cualquiera que sea nuestra condición, a comulgar con frecuencia, es la primera en decirnos que ante todo debemos cumplir con las obligaciones de nuestro estado.

   ¿Qué debemos, pues, hacer para disponernos bien? Vivir cristianamente, es decir, orar atenta y devotamente, elevar con frecuencia nuestro pensamiento a Dios, mantenerse interiormente unidos a él, velar sobre nuestro genio a fin de evitar las faltas ligeras, dedicarnos valerosamente al cumplimiento de nuestros deberes para agradar a Dios, y ejercitarnos en la práctica de la humildad y de la mansedumbre. El género de vida que llevamos, esa es la verdadera preparación para la sagrada Comunión; así como la verdadera acción de gracias está en el buen empleo de las horas del día después que nos hemos alimentado con el pan de los Ángeles.
   ¿Qué es lo que te impide obrar así? ¿Se necesita mucho tiempo para pensar en nuestro Señor, y para amarle? ¿Necesitas mucho tiempo para conservarte puro y bueno y para proponerte en todas tus acciones un fin cristiano que las santifique? ¿Necesitas mucho tiempo para consagrar todos tus pensamientos, afectos y deseos a la mayor gloria de Dios? No se necesita más tiempo para ser bueno que para ser malo, ni para vivir por Jesucristo que para vivir por el mundo.

   “La Comunión frecuente, dice Cornelio Alápide, es la mejor preparación para la Comunión. La Comunión de hoy es una acción de gracias de la de ayer y la mejor preparación para la de mañana con la comunión sucede lo mismo que con la oración: cuanto más se ora, mejor se ora y más gusto se halla en orar.”

   “Así, añade San Alfonso María de Ligorio, aun cuando no hayas tenido tiempo para prepararte porque te lo haya impedido una obra buena o una obligación de tu estado, no dejes por eso de comulgar. Basta con que procures evitar toda conversación inútil y toda ocupación no urgente”

   Esto no quiere decir que deban omitirse las oraciones y los ejercicios de piedad que constituyen la preparación inmediata, así como la acción de gracias también inmediata para la recepción del augusto Sacramento. No, la preparación y la acción de gracias inmediata son del todo necesarias como nos lo enseña el papa Inocencio XI, y con él todos los doctores de la Iglesia y todos los maestros de la vida espiritual. Sin ellas, bien pronto debilitaríase en nuestros corazones el sentimiento de respeto a la sagrada Eucaristía, y no tardaría en extinguirse, o por lo menos en languidecer el espíritu de fe. Si podemos disponer de mucho tiempo, consagrémoslo a la Comunión; más si tenemos poco, como sucede con frecuencia, contentémonos con el necesario, y suplamos con nuestro fervor y devoción las horas que no hayamos podido dedicar a la preparación.

   San Francisco de Sales completa los prudentes consejos que acabamos de consagrar en estas páginas, trazando en su “Introducción” la línea de conducta que sería de desear que todos nosotros observásemos, “La víspera, dice, retírate tan temprano como te sea posible, a fin de que puedas recogerte y orar en paz. Por la mañana al despertarte, saluda de antemano al divino Salvador que te está aguardando. Al ir a la iglesia, ofrece tu Comunión a la santísima Virgen, y recibe luego con el corazon lleno de amor a Aquel que se da por amor.”

   Persuádete de que en esto como en muchas otras cosas querer es poder, y de que como lo desees, seguro encontrarás siempre tiempo y lugar para prepararte y comulgar. ¡Cuántas personas de todas condiciones y edades he conocido que parecían estar materialmente imposibilitadas de comulgar con frecuencia, y que, sin embargo, encontraban, inspirándose en su fervor, medio de satisfacer, los deseos de su piedad!

Un caso ejemplar de que querer es poder:

   He conocido un pobre niño que se veía rigurosamente maltratado por sus brutales e impíos padres, cuando estos sabían que había cumplido con sus deberes religiosos; pues bien, este niño se las componía tan bien que, desde su primera Comunión, no dejaba pasar, por decirlo así, un solo domingo sin recibir la sagrada Eucaristía. Levantábase antes del amanecer, salía secretamente, iba a la iglesia y comulgaba; luego daba gracias por el camino, y volvíase a casa sin que sus padres se hubiesen apercibido de su ausencia.

* * *

   Asimismo conozco en Paris a muchas madres de familia que van cada día, tanto en invierno como en verano a Misa primera, a fin de que estando de vuelta temprano, no cansen molestias con su ausencia ni a sus maridos ni a sus hijos.

   Ten igual buena voluntad; inspírate en iguales sentimientos de fe y de amor, y también tú encontrarás tiempo de recibir frecuente y santamente la divina Eucaristía: Vade, et tu fac similiter. Ve, y haz lo mismo.



“LA SAGRADA COMUNIÓN”

LOS NOVÍSIMOS: (La muerte)




La palabra “Novísimos” (del latín novíssimus — último, postrero) o Postrimerías, significa las últimas cosas que a todos nos aguardan, y son cuatro: Muerte, Juicio, Infierno y Gloria.

   La meditación seria y frecuente de estas cuatro verdades es el medio mejor para evitar el pecado como dice el Espíritu Santo: En todas tus acciones acuérdate de tus postrimerías, y nunca jamás pecarás (Eccli; VII, 40).

   Así como la amenaza del castigo aparta al niño de sus travesuras; del mismo modo el temor de los castigos de la otra vida aparta a muchos hombres del camino de la perdición.

   Se confirma con el ejemplo de innumerables santos, quienes se convirtieron o se perfeccionaron con el pensamiento de la muerte o de los otros Novísimos.

La muerte. – Su naturaleza.

   La muerte es la separación del alma y del cuerpo.

   La unión del alma con el cuerpo, al cual anima y comunica el movimiento y la acción, constituye la vida; al romperse esta unión, el hombre deja de vivir, ha muerto.

   La muerte es para el cuerpo la desaparición absoluta de la sensibilidad: el cuerpo ya no ve nada, no oye nada, no siente nada. Es el estado más humillante y más próximo a la nada por cuanto el cuerpo se descompone y lentamente se deshace, es devorado por los gusanos y se reduce a polvo, cumpliéndose asi las palabras de Dios a Adán prevaricador: “Polvo eres y en polvo te convertirás” (Gen; III, 19).

   Por lo que toca al alma, la muerte la desata del cuerpo, de donde sale como de una cárcel y súbitamente se halla en la eternidad.

"El gran medio de la oración" San Alfonso María de Ligorio - Audio libro mp3


lunes, 24 de abril de 2017

No me atrevo a comulgar sin confesarme, y no puedo confesarme a cada momento –– Por Monseñor de Segur.




   Y ¿quién te pide esa perpetua confesión? La Iglesia, que nos exhorta encarecidamente a comulgar a menudo y hasta, si es posible, a comulgar cada día, nunca nos ha impuesto la obligación de confesarnos cada vez que comulguemos.

   No hemos de ser más católicos que el Papa, no hemos de crearnos obligaciones que, lejos de habernos sido impuestas, ni siquiera se nos aconsejan. Aún más añado que en el caso presente tu temor es opuesto al espíritu de la Iglesia. No hay más que un caso en que, según el concilio de Trento, haya establecido la obligación de confesar antes de comulgar; a saber: cuando se tiene conciencia de haber cometido un pecado mortal. Pero las almas cristianas que se acercan con frecuencia a los Sacramentos, pocas veces caen en pecado mortal.

   Por lo que toca  sobre aquellas faltas menos graves que se llaman veniales y que son inherentes a la flaqueza humana, la fe nos enseña expresamente que quedan completamente borradas con un acto de amor de Dios y de sincero arrepentimiento; y para facilitarnos todavía más esta purificación, la Iglesia en su solicitud maternal ha establecido, con el nombre de Sacramentales, medios muy sencillos con cuyo empleo quedan purificadas nuestras conciencias: tales son, entre otros, hacer la señal de la cruz con agua bendita, rezar el Padre nuestro, el Confiteor en la misa, etc.

   Y si después de esto titubeases aún en comulgar a causa de algunos pecados veniales que hubieses cometido desde la última confesión, oye al concilio de Trento, la gran voz de la Iglesia católica, declarar que “la sagrada Comunión preserva del pecada mortal y borra las culpas veniales.”

   Medita y comprende bien estas palabras del Concilio; no fué instituida la confesión para borrar las faltas de cada día, sino la Comunión, esa Comunión a la que tienes tanto miedo. Las culpas cotidianas, con tal que te arrepientas sinceramente de ellas, con tal que las detestes, la Comunión las devorará directamente como el fuego devora la paja; el fuego no consume las piedras ni el hierro; pero sí que devora y consume la paja. Ahora bien, las piedras y el hierro son los pecados mortales que solo pueden desmenuzar y reducir a polvo el rudo martillo de la confesión; la paja son esas faltas más graves que por desgracia cometemos cada día, a pesar de nuestros buenos deseos.

   El jansenismo es el que introdujo entre nosotros este temor anticatólico, que, bajo pretexto de mayor santidad, ensalza la confesión a expensas de la Comunión, nos fatiga con una carga abrumadora de escrúpulos, falsea nuestras conciencias, y con tenernos respetuosamente alejados de la Eucaristía, foco vivo y fuente de toda santidad y hace las delicias del diablo.

   Si Dios reina en tu corazón, comulga valerosamente, sin temor, antes bien con gozo, a pegar de tus cotidianas flaquezas. Si fueses a encontrar muy a menudo a tu confesor, podrías tener acaso temor de cansarle; pero yendo a comulgar a menudo y aun cada día, no cansarás a Jesús que tanto te ama: te lo aseguro.



“LA SAGRADA COMUNIÓN”

domingo, 23 de abril de 2017

¡Pureza! En el momento de comulgar




Maestro. –– Como acabas de oír, mi estimado discípulo, Jesucristo quiere y ama a las almas generosas; pero ama y quiere todavía más a los corazones limpios y puros. Él es el cordero que se apacienta entre lirios. La impureza es una mancha asquerosa que aparta las miradas de Jesús, sus caricias y sonrisas. Escucha esta hermosísima comparación:

Sucede con harta frecuencia sobre todo en los niños, llenárseles la cara de llagas y postillas, que deforman sus rosadas mejillas y supuran materias y sangre. Sus madres están apesadumbradas por ello, y también toda la familia. Pero a pesar de todo, les quieren lo mismo, aunque por precaución, y hasta repugnancia, no les pueden acariciar ni besar.  Pues lo mismo sucede con Jesús, cada vez que se ve obligado a entrar en el corazón de aquellos que se presentan a comulgar sin pecado mortal, esto es, en gracia, pero manchados con impurezas, como son los pensamientos desordenados, las miradas un poco libres y curiosas, las conversaciones y palabras incorrectas, los deseos poco castos.

Reprimamos las pasiones todas, pero sobre todo la impureza.

Jesús viene al alma pura como la abeja a la flor. Jesús tiene predilección por ella; la colma de caricias, y se comunica con ella de manera más íntima y completa; hace se deleite con sus gracias escogidas y, frecuentemente se manifiesta a ella en forma visible, durante la vida, con más frecuencia en la hora de la muerte, como un anticipo de gloría.

D. — Por cierto, Padre, que recuerdo haber leído todo esto en la vida de San Juan Bosco, de San José Cafasso, de San José Cottolengo y de muchos otros Santos, que repetidas veces conversaban con Jesús de los asuntos más importantes que tenían, como se suele hacer con los amigos más íntimos.

M. — No solamente los grandes Santos, sino también los pequeños disfrutan muchas veces de estos favores.

En la vida de  San Domingo Savio, se cuenta lo siguiente: Era alumno del Oratorio Salesiano de Don Bosco en Turín, y faltó un día al desayuno, a la clase y a la comida, sin que nadie supiera dónde estaba. Avisaron a Don Bosco. El Santo adivinó en seguida de qué se trataba. Fué a la iglesia y le encontró, en el coro, inmóvil, elevado un palmo del suelo, con un pie apoyado sobre el otro, con una mano puesta en el atril y la otra sobre el pecho, mirando al Sagrario, y con una mirada angelical, imposible de describirse; como si estuviera contemplando una visión suavísima y conversando íntimamente con Jesús en la Eucaristía.

Lleno de admiración, Don Bosco le llama, y no responde. Le toca y entonces el joven, como si despertara de un profundo sueño, exclama: — ¡Oh! ¿Acabó ya la Misa? —Mira —dijo Don Bosco, enseñándole el reloj—, son ya las dos.

Domingo se quedó perplejo y confundido queriendo pedir perdón de la falta que había cometido contra el horario; pero el Santo Fundador del Oratorio le llevó a comer, y, después a la clase, diciéndole:

—Fíjate cuánto te ama Jesús; no te olvides de mí y de las necesidades del Oratorio cuando conversas íntimamente con El.