I.
San Juan vivió y murió de la castidad. Para
conservar esta virtud angelical, dejó, a edad tierna, la casa de su padre, y se
retiró al desierto, donde sujetó su cuerpo mediante continuas austeridades. Si
comprendieses tú la belleza de esta virtud, la amarías e imitarías a San Juan.
Pero, para conservar la castidad hay que huir del mundo, amar la soledad,
practicar la mortificación. Si no puedes morir
mártir de la castidad como San Juan, vive como él en inviolable castidad. Algo
más grande es vivir en la castidad que morir por ella (Tertuliano).
II.
San Juan fue también mártir de la caridad. El celo que tenía por la salvación
de las almas le hizo dejar la soledad, puesta la mira en convertir a Herodes. ¡Cuán feliz serías tú si pudieses, como el santo
precursor, derramar tu sangre por la salvación del prójimo! Si no puedes
imitarle, reza al menos por los pecadores, exhórtadlos a penitencia, haz
abundantes limosnas para obtener su conversión.
III.
San Juan fue también mártir de la verdad: reprochó intrépidamente a Herodes sus
escandalosos desórdenes, y prefirió morir antes que traicionar la verdad.
Aunque tuvieses que perder la vida nunca debes disfrazar tus sentimientos, ni
tolerar el vicio por cobarde complacencia cuando tu deber sea corregirlo. Los hombres aman la verdad cuando ella los halaga, pero
sienten aversión por ella cuando les reprende sus defectos (San Agustín).
La
castidad. Orad por las vírgenes.
ORACIÓN:
Haced, os lo suplicamos, Señor, que la piadosa solemnidad del bienaventurado
Juan Bautista, vuestro precursor y mártir, nos obtenga gracias eficaces de
salvación. Vos que, siendo Dios, vivís y reináis en unidad con el Padre y el
Espíritu Santo por los siglos de los siglos.
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