I. No hay en este mundo
placer comparable al que nos proporciona una buena conciencia. Si tienes esta
dicha, ningún tormento es capaz de afligirte; si no la tienes, ninguna
diversión puede verdaderamente regocijarte. Que se acuse al justo; que se lo
maltrate: su conciencia le procurará más consuelo que el que podrían darle los
aplausos del mundo entero.
II. No hay suplicio
comparable al de la mala conciencia: es un acusador, un juez, un verdugo que
persigue en todo lugar al culpable y que no perdona a nadie; la conciencia
ataca a Herodes, a Nerón, a Teodorico, y los hace temblar en medio de sus
guardias. Nada es capaz de apaciguarla: te perseguirá hasta el fin de tu vida,
si no la descargas del peso que la agobia.
III. La mala conciencia
continúa, después de esta vida, atormentando al pecador; lo sigue al juicio de
Dios, lo acusa, lo confunde, desciende con él al infierno. Uno de los más
grandes suplicios de los condenados es el gusano roedor que nunca muere.
¿Quieres evitarlo? Nada hagas en este mundo contra tu conciencia, escucha los
reproches que te hace y sigue sus advertencias; nada podrá afligirte en este
mundo ni en el otro. Nada más agradable, nada más seguro que una buena
conciencia. Aunque el cuerpo sufra, aunque el mundo nos tiente, aunque el
demonio nos espante, ella permanece tranquila.
El examen de
conciencia. Orad por los pecadores
ORACIÓN: Haced, oh Dios
omnipotente, que la augusta solemnidad de San Huberto, vuestro confesor
pontífice, aumente en nosotros el espíritu de piedad y el deseo de la
salvación. Por J. C. N. S.
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