Un sujeto muy rico, cuya opulencia se debía en gran parte a injusticias las más notorias, contrajo una enfermedad peligrosa. Sabía que la gangrena corroía sus úlceras, y sin embargo no podía resolverse a restituir, y cuando le tocaban esta cuerda, respondía: ¿Que será de mis tres hijos? ¡Van a, quedar sumidos en la indigencia! Esta respuesta llegó a oídos de un eclesiástico, quien, so pretexto de conocer un gran remedio contra la gangrena, logró introducirse cerca del enfermo.
—El remedio que yo
sé, dijo, es infalible y muy sencillo, y además no le causará a Ud. ningún
dolor; pero es caro, carísimo.
—Cueste
lo que cueste, respondió el enfermo, doscientos, dos mil duros, ¿qué importa?
¿Cuál es?
—Se
reduce, contestó el Religioso, a verter en las partes gangrenadas un poco de
gordura de una persona viva, sana y robusta; es insignificante lo que se
necesita: toda la dificultad está en encontrar una persona que por dos mil
duros se deje abrasar una mano un cuarto de hora a lo más.
—¡Triste de mí! exclamó el enfermo. ¿Dónde
encontrar esa persona?
—Tranquilícese Ud., repuso el sacerdote. ¿No tiene Ud.
hijos? ¿Sabe Ud. de lo que son capaces a favor de un padre que les deja tantas
riquezas? Llame Ud. al mayor, le ama tiernamente y es su heredero; bastará
decirle: Puedes salvar la vida a tu padre si consientes en dejarte quemar una
mano, y no dudo aceptará. Si rehusare, llame Ud. al segundo, prometiendo dejarlo
por heredero; y si también rehusare, haga lo mismo con el tercero.
Llamaron, en efecto, a los hijos, hiciéronles
la proposición, pero todos se negaron rotundamente, diciendo: ¡Está loco
nuestro padre!
—No
lo alcanzo, dijo entonces el sacerdote volviéndose al enfermo; sólo sé que será
Ud. un insensato en perder su cuerpo y su alma, y sufrir eternamente el fuego
del infierno, por unos hijos que no quieren salvarle la vida sufriendo durante
un cuarto de hora el fuego de la tierra. Este sí que sería el mayor de los
dislates.
—Tiene Ud. razón, repuso el enfermo; Ud. me
ha abierto los ojos. Vayan luego por el notario, y entre tanto sírvase Ud.
confesarme.
Entonces, poniéndose de acuerdo con el
sacerdote, dispuso lo conveniente para reparar sus injusticias en lo posible,
sin consideración a la futura suerte de sus hijos.
“CLAMORES
DE ULTRATUMBA”
M.
R. P. Fr José Coll.
Año
1900.
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