San
José de Calasanz desde el día de su primera comunión, ni
un día perdió de hacer alguna visita a Jesús Sacramentado. San Luis Gonzaga se derretía en lágrimas ante Jesús Sacramentado,
y tuvieron que prohibirle que hiciera visitas tan largas. Santo Tomás de Aquino se pasaba noches enteras en vela, y
frecuentemente con la cabeza reclinada en el Sagrario. El Beato Diego José de Cádiz se levantaba por las noches para
atizar la lámpara y visitar de paso a Jesús Sacramentado. San Leonardo de Puerto Mauricio, al llegar a los pueblos, su
primera visita la destinaba a Jesús Sacramentado. San Gerardo Maiella, siendo aún seglar, pedía a su pariente el
sacristán la llave de la catedral, y se pasaba las noches ante el tabernáculo. Santa María Micaela del Santísimo Sacramento
se pasaba todos los días seis horas de rodillas ante el Sagrario, y se
llamaba «la
esclava del Santísimo Sacramento». Santa Margarita María de Alacoque un jueves Santo llegó a estar
más de catorce horas seguidas ante Jesús Sacramentado. La sierva de Dios Mari Díaz, obtuvo del Obispo de Ávila licencia
para habitar en la tribuna de una iglesia, donde casi de continuo estaba ante
su vecino, el Prisionero del Sagrario. También Sor Ana de la Cruz, Condesa de Feria, religiosa
Clarisa desde los veinticuatro años, habitaba una celda, desde la que veía
el altar, y se pasaba allí horas y horas. «Yo—decía ella—me estaría toda la eternidad ante el Sagrario.»
Y apóstoles como Santo Domingo de Guzmán,
San Francisco Javier, San Juan Francisco de Regis, después de pasar el día
trabajando en la salvación de las almas, se pasaban las noches en oración ante
el Sagrario. Este último fué hallado en pleno invierno arrodillado ante la
puerta de la Iglesia, exteriormente cubierto de nieve, sin que él lo notase, e
interiormente abrasado en amor a Jesús Sacramentado.
“CIEN VISITAS A JESÚS SACRAMENTADO”
AÑO 1947
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