Estamos en uno de los
momentos más enigmáticos, más agitados, más desconcertantes de la humanidad.
Parecen crujir y desplomarse nuestros principios, nuestra ideología, nuestras
mismas creencias. Tenemos que revisar todo, tenemos que reconocer que estábamos
equivocados, tenemos que pedir perdón a nuestros eternos enemigos, que
simulando lo que no son, y lo que no sienten, y lo que no buscan, ni quieren,
nos tienden hipócritamente las amigables manos.
Reconozco sinceramente los apostólicos
anhelos que han lanzado a algunos hombres, de la Iglesia a esta peligrosísima
aventura, a esta ambiciosa y fluctuante política de; la llamada “apertura a la izquierda”,
del “diálogo ecuménico”, de la más
tierna e indulgente benevolencia a “los
hermanos separados”. Pero, nada puede negarnos que nuestra caridad no pueda
comprometer la verdad, ninguna sola verdad de la doctrina inmutable del
depósito de la Divina Revelación. Yo no tengo verdadera caridad, a los hombres,
cuando no amo a Dios sobre todas las cosas. Porque creo en Dios, por eso creo
en el Papa y creo en el Concilio y creo en Jos obispos; porque quiero amar a
Dios sobre todas las cosas, por eso quiero amar y reverenciar y obedecer a sus ministros
y representantes aquí en la tierra. , .
Es muy curioso observar el fenómeno
psicológico de muchos de los más destacados propugnadores de las ideas
progresistas, que, mientras son todo oídos y comprensión y bondad para los “hermanos separados”, son, en cambio,
todo dureza, todo desprecio, toda falta de caridad para los que firmes en la doctrina
tradicional, en las definiciones dogmáticas de la Iglesia, no aceptamos, ni
queremos doblegarnos a las novedades con que hoy quieren ellos acomodar nuestra
fe a las pretensiones de los que hasta ayer considerábamos como herejes,
cismáticos y enemigos de Dios.
El humorismo, qué mitiga y alivia los más
graves conflictos de los hombres, ha tenido sabrosos desahogos y críticas
oportunas para expresar este comentario que está en los labios de sabios y de
ignorantes. Un sacerdote excelente me decía: “Tenemos que hacemos ortodoxos, protestantes o masones, para ser tratados como “hermanos
separados”. Entonces seremos
objeto de la caridad, comprensión y benevolencia que ahora no tenemos”. Otro
ejemplo: dicen que en el Concilio andaba
el diablo y, cuando los Padres conciliares
quisieron echarle fuera, él también reclamó sus derechos de “hermano separado”.
De
esta labor ecuménica quizás su promotor más destacado sea el Cardenal
tudesco Agustín Bea, S. J. A pesar de sus años, es ya un anciano
octogenario Su Eminencia, ha desplegado una actividad extraordinaria en este
campo. Él número de observadores no católicos al Concilio, gracias a Su
asombroso dinamismo y a sus generosas condescendencias con los “hermanos
separados”, se elevó de 49,
que asistieron en la primera cesión del Concilio representando a 17 iglesias no católicas, a 66 que en esta segunda etapa
representan a 22 iglesias distintas
de la nuestra.
La
Prensa Asociada, el viernes 18 de octubre de 1963, después de hablar de la
audiencia que S.
S. Paulo VI concedió a esos
observadores no católicos, nos dice: “Entretanto,
se anuncia que está listo un documento contra el antisemitismo, para ser
presentado ante el Concilio. El documento, nuevo capítulo de un esquema sobre
el ecumenismo —la búsqueda de la unidad cristiana— recalca la doctrina católica
de que toda la humanidad comparte la responsabilidad
de la crucifixión de Cristo”...
“Una
fuente próxima a la Secretaría del Cardenal indicó:
“Una
cosa, que esperamos de éste proyecto, es que ayude a poner fin al uso de referencias
de las Escrituras sobre la crucifixión por parte de organizaciones
antisemitas, como bases de panfletos para difundir el odio contra los judíos”.
“El
documento, continúa la Prensa Asociada, examina las raíces judío-cristianas de
la civilización occidental y recalca la enseñanza católica de que la discriminación contra todo un pueblo por faltas de
unos pocos es un grave pecado contra la justicia y la caridad”.
Este reportaje de la Prensa Asociada, que en
sus párrafos entre comillas bien puede atribuirse a Mons. Méndez Arceo, merece,
concediéndole toda la autenticidad que se quiera, un análisis escrupuloso y una
franca y categórica refutación. Distingamos los conceptos contenidos en, las
palabras literalmente copiadas:
1. —Se afirma que el Concilio, o mejor dicho, la Secretaría que preside el Cardenal Bea prepara un documento, proposición dogmática o decreto disciplinario condenando el antisemitismo. Yo me imagino que la razón evidente de esta solemne condenación es que el antisemitismo es una perversa y diabólica herejía contra la Iglesia de Cristo. ¿Por qué? ¿Por discriminar o perseguir a un pueblo, a una raza, a un grupo social de la humanidad? En ese caso, espero que el Concilio, con una visión más ecuménica, condene dogmáticamente a toda segregación racial, a toda discriminación entre los hombres. Todas las hegemonías, todas las desigualdades humanas que engendran división, que originan injusticias, que son fuentes permanentes de inconformidades, de odios rencorosos y repugnantes tiranías entre los hombres, deben ser dogmáticamente condenadas por el Concilio. Es necesario que la Iglesia empiece a urgir la igualdad, la “egalité”, que ya antes había proclamado la Revolución Francesa y que en el fondo es un concepto profundamente cristiano (Nota del blog: Existe una “igualdad” cristiana y una “igualdad” anticristiana…revolucionaria)
Porque
sería intolerable y contradictorio el que el Concilio tan sólo extendiese su
manto protector sobre los judíos, dejando ignorados y desamparados a tantos grupos
humanos, cuyas condiciones son, sin duda, más difíciles, más antihumanas, más
odiosas que las que sufren o hayan podido sufrir los hijos de Israel. ¿Nos parecería
justo que, mientras el Concilio condenase el antisemitismo, dejase sin
condenación solemne y pública al comunismo,
que ha destrozado y esclavizado a tantos pueblos, cubriendo de sangre, de dolor
y de exterminio a medio mundo?
2. — Según el reportaje de la Prensa Asociada,
el Cardenal Bea y con él Mons. Méndez Arceo
y los otros elementos progresistas “urgidos
en conciencia”, quieren librar de una vez para siempre a los judíos de
toda responsabilidad en el deicidio de Jesucristo. No fueron los judíos, dicen
ellos contrariando la historia y la tradición,
fuimos todos los hombres, fue la humanidad prevaricadora la que crucificó al
Redentor. No lo dice así el símbolo
de nuestra fe: qui propter nos homines
et propter nostram salutem descendit de coelis. Crucifixus etiam pro nobis... Sí,
por nosotros todos bajó del cielo, se .encarnó y murió crucificado. Anás y Caifas y todo el Sanedrín tienen idéntica
responsabilidad en ese crimen, que la que puedan tener su Eminencia o su Excelencia Reverendísima. Yo no creo que ellos
quieran hacer, sin embargo, suyas aquellas voces blasfemas; “¡Que su sangre
caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!”
No niego que toda la humanidad comparta, en algún
sentido, en cuanto pobres y, miserables pecadores que somos todos, la
responsabilidad de la pasión de Jesucristo; pero, esta responsabilidad colectiva nada
tiene, que ver con el crimen personal, directo, formal del deicidio que la
Sinagoga cometió. Judas,
miembro del Colegio Apostólico, Vendió
al Señor; y no por eso vamos a decir, pese a nuestra personal responsabilidad,
que el crimen de Judas es el crimen del Cardenal
Bea, ni del Obispo de Cuernavaca.
Cuando Jesucristo, lloró sobre la ciudad
deicida de Jerusalem, cuando anunció proféticamente los castigos divinos que habrían
de caer sobre su pueblo, de ser verdad la tesis que comentamos, el Señor
anunció la injusticia divina. ¿Por qué castigar a ese inocente pueblo de un crimen que
era igualmente imputable a toda la humanidad? ¿Por qué llamar a Judas “hijo de
la perdición”, si él no hizo otra cosa que realizar el decreto divino?
La humanidad prevaricadora, en su desgracia,
atrajo sobre ella la infinita misericordia de Dios y la Justicia se dio ósculo
de reconciliación con la bondad infinita que encontró el camino de nuestra
salvación por la Encarnación, pasión y muerte del Unigénito del Padre; pero, esa
Misericordia Infinita fue especialmente despreciada, ultrajada y sacrificada
por la ingratitud y la perfidia del pueblo deicida.
3.
— No sabía yo que fuese “enseñanza
católica que la discriminación de un pueblo por faltas de unos pocos es un gran
pecado contra la justicia y la caridad". ¿Quién discriminó a ese pueblo,
Dios, nosotros o sus dirigentes?
El
pueblo de Israel fue el pueblo escogido por Dios para conservar el depósito de
la divina revelación y preparar el advenimiento de Jesucristo. Todo fue
previsto, todo estaba anunciado, a través del tiempo, por boca de los profetas.
Y, sin embargo, llegada la plenitud de los tiempos, “vino
a los suyos y los suyos no le recibieron”. Hubo ocasiones, en las
que parecía que, ante la evidencia de la santidad de la vida y doctrina del
Señor, ante sus múltiples y estupendos milagros, las multitudes se acercaban al
reconocimiento y la aceptación de su Mesías. De la buena fe del pueblo brotaron
aquellas frases: “Nunca ha aparecido en
Israel un hombre semejante” “¿Por ventura
es éste el Hijo de David?” Pero los fariseos y los príncipes de la Sinagoga respondían,
con tono de desprecio y ademanes de venganza: “Este hombre arroja los demonios con la
autoridad y el poder del Príncipe de las tinieblas". Y el pueblo seducido y engañado seguía a sus
jefes que no reconocieron nunca ni la legación divina, ni la mesianidad, ni
mucho menos la filiación divina de Jesús.
En el
proceso del Señor aparece claro que la verdadera, la única causa de su
Condenación y de su muerte fue la afirmación categórica que Él hizo de ser el
Cristo, el Mesías prometido. Esta afirmación, era intolerable para la ambición
desmedida y la soberbia satánica de sus enemigos, que soñaban en un reino
material y en la dominación de todos los otros pueblos de la tierra. No
puede entender la tenebrosa historia de la Sinagoga, quien pierda de vista esa ambición
dominante e insaciable de los dirigentes del pueblo judío. Para ellos la negación
del Cristianismo, su lucha secular en contra de él, no es sino la lógica
secuela de la repulsa sangrienta que hicieron del Mesías. Cristo vive en su Iglesia y la obstinada
perfidia de sus mortales enemigos tiene que seguir conspirando, persiguiendo y
tramando la muerte del Cristo Místico, así como conspiró, persiguió y tramó el
crimen nefando del Calvario,
No
somos nosotros los que hemos discriminado al pueblo de Israel; son sus
dirigentes, es su Sinagoga, la que, al rechazar al Hijo de Dios, enviado por su
Eterno Padre para salvar al mundo, atrajo sobre el pueblo escogido la maldición
divina. El velo del tabernáculo se rasgó y la Antigua quedó sustituida por la
Nueva Alianza.
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