Después
de esto, el Señor me dio, y me sigue dando, una fe tan grande en los sacerdotes
que viven según la norma de la Santa Iglesia Romana por su ordenación,
(1) que
si me viese perseguido, quiero recurrir a ellos. Y si tuviese tanta sabiduría
como la que tuvo Salomón y me encontrase con algunos pobrecillos sacerdotes de
este siglo, en las parroquias en que habitan, no quiero predicar al margen de
su voluntad. Y a estos sacerdotes y a todos los otros quiero temer, amar y
honrar cómo a señores míos. Y no quiero advertir pecado en ellos, porque miro
en ellos al Hijo de Dios y son mis señores. Y lo hago por este motivo: porque
en este siglo nada veo corporalmente del mismo altísimo Hijo de Dios sino su
santísimo cuerpo y santísima sangre, que ellos reciben y sólo ellos administran
a otros. (…) Y debemos también honrar y tener en veneración a todos los
teólogos y a los que nos administran las santísimas palabras divinas, como a
quienes nos administran espíritu y vida (cf. Jn 6, 64).
NOTA: (1) Subrayado,
intencionado quizá, de Francisco contra los cátaros y albigenses, que negaban
legitimidad a la Iglesia jerárquica si no poseía la santidad o la vida
apostólica, como ellos decían.
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