Esta inspiración
diabólica de la Revolución es muy
importante que se admita.
Sí, en los males que actualmente afligen al
mundo, resulta que el Infierno y sus ángeles juegan un papel y que todas las
fuerzas están en acción, ¡qué locura la
nuestra si pretendemos salir victoriosos de semejante combate por la sola
puesta en línea de las fuerzas naturales de que podemos disponer!
Si existe, en beneficio de los esfuerzos del
enemigo, un multiplicador satánico, la cordura nos aconseja no olvidar, ni
despreciar, el multiplicador de la Gracia, que es la Fuerza misma de Aquél,
que, solo, ha podido vencer al mundo.
¡El
Poder Divino está ahí y pretendemos no necesitarlo! Pretendemos luchar tan
sólo en el plano de la naturaleza como si el combate en que estamos
comprometidos se limitase a este ámbito, como si nuestros mismos adversarios no
se situaran más que sobre ese mismo plano. ¡Como
si Satán mismo no fuese su apoyo! (Cf. «Satan dam la Cité», la hermosa obra de
Marcel de la Bigne de Villeneuve (Edit. du Cèdre), p. 125.)
Si la palabra «contra-iglesia» merece ser empleada, la Revolución es, en la hora
presente, la «Contra-Iglesia».
Lo importante es evitar todo error, toda
ilusión, en la idea que debemos hacernos de la organización de este complot (100).
Los excesos de una imaginación pueril, la
falta de rigor en la crítica o en la acusación no solamente serán ineficaces
por sí mismos, sino que serán nocivos, pues el adversario no dejará de
aprovecharse de ello y sabrá presentar como igualmente ridículos todos los
otros agravios.
Importa por consecuencia evitar toda idea
simplista sobre las sectas, sobre la unidad de su recíproco enfrentamiento o
sobre su acción. «Muchas se profesan
mutuamente un odio feroz», ha podido escribir Marcel Lalle-mand. Dentro de
ellas, se matan y se despedazan; en ellas se suscitan guerras que luego pagan
las naciones.
Nada de sorprendente es, pues, que un
Rousseau haya luchado contra un Voitaire y que los hombres de «la Gironde» hayan sido guillotinados
por los jacobinos, que los liberales hayan sido vencidos por los radicales,
éstos desplazados por los socialistas y estos últimos por los partidarios de
Moscú.
Robespierre cortará la cabeza a Danton y los
thermidorianos cortarán la de Robespierre. Thiers aplastará a los de la «Comuna», y en cuanto al régimen
soviético, sabemos bien con qué purgas depurativas se cuida periódicamente.
Estas disputas son muy reales, y sería pueril menospreciar su gravedad. Sin embargo, todo ello no perjudica, en cierto modo, la unidad de la Revolución, pues, aunque sus miembros se devoren mutuamente, contribuyen todos, consciente o inconscientemente, al triunfo de la subversión.
*El 15 de enero de 1881,
el «Journal de Genève» publicaba una
entrevista de su corresponsal en París con uno de los jefes de la mayoría francmasónica
que dominaba entonces, como hoy, la Cámara de los Diputados. Decía: «En el fondo de todo esto hay una
inspiración dominante, un plan resuelto y metódico que se desenvuelve con más o
menos orden o retraso, pero con una lógica invencible. Lo que hacemos es sitiar
en regla al catolicismo romano, tomando nuestro punto de apoyo en el
Concordato. Queremos hacerle capitular o romperlo. Sabemos dónde se encuentran
sus fuerzas vivas y es allí donde
queremos herirle.»
En 1886, en el número del 23 de enero de la “Semaine religieuse de Cambray”,
podíamos leer estas palabras, que habían sido dichas en Lille: «Perseguimos sin piedad al clero y a todo
lo que se relaciona con la religión. Emplearemos contra el catolicismo medios
que no puede ni siquiera suponer. Haremos esfuerzos geniales para que desaparezca
de este mundo. Si, a pesar de todo, resultase que resiste a esta guerra científica,
sería el primero en declarar que es de esencia divina.»
Y M. G. de Pascal, en marzo de 1908: «Hace muchos años, el cardenal Mermillod me
contó un rasgo que pinta muy bien la situación cuando vivía en Ginebra: el
ilustre prelado veía de vez en cuando al príncipe Jerónimo Bonaparte. El
príncipe revolucionario se complacía mucho con la conversación del espiritual
obispo. Un día le dijo: «No soy un amigo de la Iglesia Católica, no creo en su
origen divino, pero, conociendo lo que se trama contra elIa, los esfuerzos
admirablemente ejecutados contra su existencia, si resiste este asalto, no
tendré más remedio que confesar que hay en ella algo que sobrepasa lo humano.»
En Junio de 1903, «La vérité francaise» comunicaba que Ribot, en una conversación
íntima, había hablado en el mismo sentido: «Sé
Io que se está preparando: conozco en sus mínimos detalles las mallas de la
vasta red que está tendida. Pues bien, si la Iglesia Romana se salva esta vez
en Francia, será un milagro, un milagro tan resplandeciente a mis ojos que yo
mismo me haré católico como usted.»
En fin, ¿es
necesario recordar la declaración del Cardenal Saliége? «Todo ocurre como si hubiese una acción
orquestada por cierta prensa más o menos periódica, por ciertas reuniones más o
menos secretas, que tienden a preparar en el seno del catolicismo un movimiento
de acogida al comunismo. Están los dirigentes, que saben. Están los seguidores,
que son inconscientes y que caminan.» (Conferencia en los retiros
eclesiásticos, 1953.)
Compárese lo que J. de Maistre escribía a su
soberano, en 1811, desde San Petersburgo: «Su
Majestad no debe dudar un solo instante de la existencia de una grande y formidable
secta que ha jurado desde hace tiempo derribar a todos los tronos; y es de los
príncipes mismos de quienes se sirve; con una habilidad infernal, para
derribarlos... Veo aquí todo lo que hemos visto en otras partes, es decir, una
fuerza escondida que engaña a la soberanía y la obliga a estrangularse con sus
propias manos... La acción es indiscutible, aunque el agente no sea
perfectamente conocido. El talento de esta secta para seducir a los gobiernos
es uno de los más terribles y de los más extraordinarios fenómenos que se hayan
visto en el mundo.» (Oeuvres Completes, t. XII, p. 42.)
“PARA
QUE ÉL REINE”
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