No
se ha de pedir a Dios que envíe tribulaciones ni tentaciones presumiendo
poderlas soportar, debiendo en eso andar con mucha cautela, porque el hombre
bastante hace con sobrellevar aquellas que Dios a diario le envía; pero sí se
ha de pedir con humilde y confiado afecto gracia y fortaleza para sufrir con
alegría todo cuanto le pluguiere enviarnos.
Cuando
venga sobre nosotros las tribulaciones, las enfermedades y contrariedades, no
se han de huir con temor, sino vencerlas con valor.
El
que huye de una tribulación le vendrá otra, al que huye de la escarcha le caerá
encima la nieve, y el que huye del oso se encontrará con el león.
Si
uno tiene una tribulación enviada por Dios y la falta la paciencia se le puede
decir: Tú no eres digno de que Dios te visite, ni mereces tanto bien.
La
vida del que sirve a Dios no es más que un consuelo y luego un trabajo, otro
consuelo y enseguida otro trabajo.
Si
alguno preguntare cuál es la mayor tribulación que puede tener un verdadero
siervo de Dios, se le podría responder: La mayor tribulación que existe es no
tener tribulación alguna.
Por
fin, a los que se hallaban agobiados por los trabajos de la presente vida, daba
como remedio que rezasen con devoción y atención el Credo.
A un
cristiano no le puede acontecer cosa más gloriosa que el padecer por Cristo.
No
existe más cierto ni más grato argumento del amor de Dios que la adversidad.
No
hay cosa que más rápidamente cause el desprecio del mundo y produzca la unión
del alma con Dios como el verse trabajado y angustiado, y pueden ser llamados
desdichados aquellos que no son admitidos a esta escuela.
En la
vida presente no hay Purgatorio, sino Infierno o Cielo, porque al que sirve a
Dios de veras, todo trabajo y adversidad se le convierte en consuelo, e
interiormente tiene el Cielo aún en este mundo, en toda suerte de incomodidad;
el que hace lo contrario y quiere atender a lo sensual, tiene el Infierno en
este mundo y en el otro.
El P.
Pedro Consolino, conforme a la mente de San Felipe, acostumbraba a decir: Que
conviene buscar a Cristo donde no está, queriendo indicar el santo que Cristo
Señor nuestro, al presente, está en la Gloria, pero el que lo desee búsquelo en
las penas y en los trabajos.
Para
consuelo de los atribulados referiré lo que cuenta el Cardenal Federico
Borromeo. Vínole a cierta persona una gran tribulación, tal, que pocas se
encontrarían de mayor peso, y duró algún tiempo. Al cabo de siete u ocho días,
el Santo P. Felipe le dijo que veía su cara del todo mudada y que ya no era la
suya, sino otra; y decíale a esa persona: Mira, tú no habías tenido nunca esa
cara. Da gracias a Dios por la tribulación, pero mucho, que yo también se las
quiero dar. Paréceme ver tu rostro resplandeciente como el de un ángel.
Como debemos portarnos en las enfermedades del cuerpo.
Enseñaba
el santo que cuando alguien padece cualquier enfermedad corporal, mientras se
halle enfermo ha de pensar y decir: Dios me ha mandado esta enfermedad porque
quiere algo de mí, por eso propongo mudar de vida con su auxilio y ser mejor.
Pues a Dios le es muy grata la humildad de aquel que piensa no haber todavía
comenzado a hacer bien alguno.
Escribiendo al santo a su sobrina, monja en
Florencia, para que encomendase al Señor a otra monja enferma que deseaba
curar, le contesto Felipe así: Sor
Dionisia, que lleva tanto tiempo enferma, es digna de compasión, y aquel su
deseo de curar se puede tolerar, con tal que lo selle siempre ––si así le
place–– Dios, y es conveniente a la salud del alma; porque en salud es dable
practicar muchas obras buenas que la enfermedad no las impide. Creo que lo más
seguro es lo que Dios quiere y pedirle paciencia en la enfermedad; porque, una
vez curados, no solo no hacemos el bien que propusimos estando enfermos, sino
que multiplicamos los pecados y la ingratitud, y venimos a parar esclavos de
nuestro cuerpo y sensuales; sin embargo, rogaremos con la condición arriba
dicha.
¡Cuán
grato a Dios y provechoso para nosotros sería, si en nuestras enfermedades
imitásemos lo que, por consejo de san Felipe, hizo Gabriel Tana, su penitente,
quien, hallándose enfermo de gravedad, deseaba vivir más largo tiempo tentado
por el demonio, so pretexto de poder hacer mayor penitencia! Viéndole, pues, el
santo tan poco conformado, le dijo: Quiero que me hagas donación de tu
voluntad, y en el Ofertorio de la Misa la ofreceré a Dios, a fin de que si te
llamase a sí, y el demonio te quisiese molestar, puedas responder: No tengo ya
voluntad, pues la he dado Cristo. Asi lo hizo. Fue san Felipe a celebrar en san
Pedro in Montorio, en la capilla donde el santo Apóstol fue crucificado, y echa
tan noble oblación a Dios, volviendo al enfermo encontróle por completo
cambiado, de modo que con grande afecto, repetía a menudo aquellas palabras del
Apóstol: Mori
volo esse cum Christo (Deseo morir para estar con Cristo).
TOMADO DE LA DOCTRINA ESPIRITUAL
de San Felipe Neri.
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