miércoles, 28 de febrero de 2024

Mortificación del cuerpo – Por San Alfonso María de Ligorio.


 



   Muy sabia fue, según esto, la respuesta de aquel buen solitario de que habla el padre Rodríguez; maceraba tan extraordinariamente su cuerpo, que alguno le preguntó por qué lo castigaba tanto, y él respondió: “Atormento a quien me atormenta” y me quiera dar muerte. De igual modo respondió el abad Moisés cuando le reprendieron por su excesiva penitencia: “Que aflojen las pasiones y aflojaré yo”; que deje la carne de molestarme y dejaré yo de mortificarla.

 

Necesidad de la penitencia

   Si queremos, pues, salvarnos, y dar gusto a Dios, hay que reformar los gustos; debemos apetecer lo que rechaza la carne, y debemos rechazar lo que la carne apetece. Eso es lo que indicó un día el Señor a San Francisco de Asís: “Si quieres poseerme, toma lo amargo por dulce y lo dulce por amargo”.

   No se objete, como hacen algunos, que la perfección no consiste en mortificar el cuerpo, sino en contrariar la voluntad; a ésos les responde el padre Pinamonti: “Sin duda que la valla de zarzas no es el fruto de la viña; pero ella es la que guarda el fruto, y sin ella el fruto desaparecería”; como dice el Eclesiástico: Donde no hay cercado desaparecen los frutos.

   San Luis Gonzaga, aun siendo de quebrantada salud, tanta avidez tenía de mortificar su cuerpo, que su única preocupación era buscar mortificaciones y penitencias, y cuando alguien le dijo un día que no consistía en aquello la santidad, sino en la abnegación de la voluntad, respondió muy sabiamente con el Evangelio: Eso hay que hacer, pero no hay que omitir lo otro (Mt. 36, 27); con lo cual quería decir que, siendo lo más necesario la mortificación de la propia voluntad, no deja de ser necesaria la mortificación del cuerpo, para tenerlo a raya y sujeto a la razón. Por eso el Apóstol decía: Castigo mi cuerpo y Io trato como a un esclavo (1 Cor. 11,27). Si el cuerpo no está castigado, difícilmente se somete a la ley; por eso San Juan de la Cruz, hablando de algunos que no aman la mortificación, y, tomando aires de maestros del espíritu, desprecian la mortificación externa y disuaden de ella a los demás, escribió. “Si en algún tiempo le persuadiere alguno, sea o no prelado, doctrina de anchura y más alivio, no la crea ni la abrace, aunque se la confirme con milagros, sino penitencia y más penitencia y desasimiento de todas las cosas”.


“SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO”


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