jueves, 29 de febrero de 2024

La esclavitud del rico y la libertad del pobre – Por San Juan Crisóstomo.

 




La esclavitud del rico.

 

   El rico es esclavo, expuesto como está a que se lo mate y blanco de todo el que lo quiera dañar; pero el que nada tiene, no tiene por qué temer una confiscación o la condenación de un tribunal. Si la pobreza quitara la libertad de palabra, no hubiera Cristo enviado pobres a sus discípulos para una misión que la exigía tan grande. Y es que el pobre es realmente muy fuerte, pues no tiene por dónde se lo dañe o se le haga mal. El rico, en cambio, es vulnerable por todos los costados. Es como quien llevara arrastrando muchas y largas cuerdas, que podrían ser asidas por cualquiera, mientras al desnudo no habría por dónde echarle mano. Así sucede aquí con el rico. Sus esclavos, su oro, sus campos, sus negocios infinitos, sus mil preocupaciones y percances y trances forzosos, son otros tantos asideros para todo el mundo. (Homilía XVIII, 2 y 3 – PG 63,136-8.)

 

La libertad del pobre.

 

   Nadie piense, pues, que la pobreza es motivo de ignominia. Si va acompañada de la virtud, toda la riqueza del mundo es, a su lado, un puñado de barro o de paja. Persigámosla, pues, si queremos entrar en el Reino de los Cielos. “Vende—nos dice el Señor— lo que tienes y dadlo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo” (Mt 19, 21). Y añade: “Difícil es que un rico entre en el Reino de los Cielos” (Mt 19, 23). Ya veis cómo, de no tenerla, hay que procurársela uno mismo. ¡Gran bien es la pobreza! Es mano que nos introduce en el camino que lleva al cielo, es unción de atletas, magno y admirable ejercicio, puerto de bonanza.

 “Pero yo —me dices— necesito muchas cosas y no quiero recibir favores de nadie.” Pues también en eso está el rico por debajo de ti. Porque acaso tú pidas el favor de la comida; pero él, por su avaricia, pide desvergonzadamente infinitas cosas. Así que de muchas cosas necesitan los ricos. Y no sólo muchas, sino, a menudo, indignas de ellos mismos; por ejemplo, a menudo tiene que apelar a soldados y esclavos. El pobre, empero, no tiene necesidad ni aun del emperador, y si sufre penuria, es por ello admirado, pues, pudiendo hacerse rico, aceptó voluntariamente ese estado.

 

“SERMONES”

 


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