domingo, 25 de febrero de 2024

Especiales obligaciones de las hijas en la casa de sus padres – Por el R.P. Fray Antonio Arbiol – Año 1783.


 


Las hijas tienen respectivamente para con sus padres las tres principales obligaciones que dejamos intimadas a los hijos, que son el honor, amor y reverencia, la obediencia en todo lo justo que las manden, y el socorrerlos y asistirlos cuando los vieren necesitados. Todo esto las obliga en su modo a las hijas como a los hijos, pues con todos habla el divino precepto, que dice: Honrarás padre y madre.

     Lo primero es, que las hijas desde sus primeros años se críen humildes y respetuosas a sus padres, a imitación de la Virgen santísima, que es la bendita entre todas las mujeres, y el Señor la elevó a tan alta dignidad, porque atendió a la humildad de su corazon, como se dice en e1 santo evangelio (Luc., I, 48).

     Aprendan las hijas a dejarse enseñar de sus madres con humilde y dócil corazon, considerando que la Virgen santísima se dejaba enseñar de su santa madre aun en aquellas cosas que ya sabía; porque estaba llena de sabiduría del cielo, como se dice en la divina historia de la Mística Ciudad de Dios.

     Muchas veces han de besar la mano las hijas a su padre y a su madre, como también se dijo arriba de los hijos, y especialmente en los tiempos despues de comer y cenar, y cuando salen o vuelven fuera de casa. Este debido acto de humildad en reverencia de sus padres, lo han de practicar todos los días de su vida, porque los tienen en lugar de Dios nuestro Señor.

     Otra virtud principal han de tener las hijas desde su niñez, y es el ser silenciosas, vergonzosas, y de pocas palabras, a imitación también de la Virgen santísima, cuyas palabras fueron tan contadas y bien pensadas, como se infiere del santo evangelio.

     De las mujeres habladoras y litigiosas dice horrores la divina Escritura, como se contiene en los misteriosos proverbios de Salomon. (Prov. XIX; v. 13)

     La modestia, rubor natural, encogimiento y discreto silencio son prendas muy estimables en las hijas; como al contrario, la desenvoltura y audacia en ellas confunde a sus padres, según lo dice el Espíritu Santo (Eccli., XXII, 5).

     De las hijas virtuosas y vergonzosas dice grandes excelencias la divina Escritura, y computa entre los felices y bien afortunados a los hombres que han de vivir con ellas; porque son un tesoro muy estimable en las mujeres esas principales condiciones.

     Despues de, haber dicho el sabio Salomon muchas y grandes excelencias de la mujer fuerte, concluye diciendo, que la mujer temerosa de Dios es la que se ha de alabar en el mundo, porque su precio es inestimable, y las buenas obras de sus manos dan testimonio de su persona (Prov., XXXI, 30).

     Entre las hijas, dice el Espíritu Santo, hay una mejor que otra (Eccli., XXXVI, 23); y las madres virtuosas y diligentes han de aspirar a que sus hijas sean las mejores; y las mismas hijas, como principalmente interesadas, se han de dejar enseñar de sus madres con humilde corazon.

     Siempre las hijas han de estar al lado de sus madres, porque asi lo dice un santo profeta, que los hijos vendrán de lejos, y las hijas se levantarán del lado de su madre, que bien las cría: Filii tui de longe venient, et filiae tuae de latere surgent; y con misterio se dice que se levantarán, porque la buena fortuna de la hija consiste en no apartarse gamas del lado de su madre.

     Las hijas inquietas, que no saben estar sosegadas en compañía de su madre dice el Espíritu Santo, que afrentarán la casa de su padre, porque son origen de muchos males, que se atribuyen a su mala crianza.

     Cuál es la madre, asi es la hija, dice un profeta santo (Ezech., XVI, 44); pero esta sentencia debe entenderse de las hijas, que en todo siguen a sus madres, mas no de aquellas, que con virtud y discreción saben distinguir entre el bien y el mal; y también sucede algunas veces, que no basta la virtud de la madre para regular y componer a la hija.

     Las hijas ventaneras son las que afrentan a sus madres virtuosas, y nunca se prosperan, porque la inquietud y curiosidad en las mujeres jóvenes a ninguno parece bien, y la muerte entra por las ventanas, como lo dice llorando el profeta Jeremías (Jer, IX, 21).

     Si Diná la hija de Lía se hubiera estado al lado de su madre, y no se hubiera dejado llevar de la curiosidad, no hubiera sido tan infeliz y desventurada como lo fue, según se refiere en la sagrada Escritura. (Gen., XXXIV, Ver. 1 y ss.)

     En todas sus acciones y modales han de ser las hijas muy compuestas, porque según se dice en la Mística Ciudad de Dios, la demasiada afabilidad en las mujeres está expuesta a muchos peligros; y de dos extremos, mejor es que la mujer exceda en entereza y modestia, que en afabilidad halagüeña, principalmente en el trato y conversación con los hombres.

     Hasta en el modo de andar han de ser bien reguladas las hijas, y bien enseñadas de sus diligentes madres, porque dice un proverbio, que en el modo de andar de la mujer se conoce su condición, y es indicio de sus virtudes, y también de sus vicios (Prov., XX, 11).

     El Espíritu Santo dice, que de la mujer procede la iniquidad del varón; por lo cual deben criarse las hijas, y ellas componerse con tan ejemplares modales en sus acciones, que nadie tome mal ejemplo con ellas.

     Los ojos de las mujeres jóvenes ocasionan muchos escándalos, porque de ellos dice el Espíritu Santo, que son índices del corazón (Eccli., XXVI, 24); por lo cual, si las hijas se crían poco modestas, altaneras en su mirar, y disolutas en ojos, convendrá mucho que los padres las corrijan desde su niñez, antes que tengan hábito en el vicio, y las hagan poner los ojos en tierra, para que queden en una racional modestia.

     En el sagrado libro del Eclesiástico se dice, que la maldad de la mujer inmuta su cara, y solo con el aspecto exterior disoluto da testimonio de su torpeza (Eccli., XXV, 44). Consideren esto las hijas de pocos años, para que siquiera por su mismo crédito conserven el encogimiento natural de modestia cristiana, de que resultará su mayor estimación.

     Tengan mucho cuidado de que sus vestiduras sean siempre limpias y aseadas, y de esto tengan más que de preciosas y profanas, porque lo primero cede en crédito de su propia habilidad, y lo segundo da testimonio de su locura. En todo las convendrá atender al gusto decente de sus padres; pero también será de cristiana edificación que sepan distinguir los días y los tiempos, como lo hacía la insigne Judit (Judith, X, 5).

     Jamás estén ociosas las hijas bien criadas, porque con su labor en las manos dan glorioso ejemplo a cuantos las atienden, y se libran de los vicios y ruindades que enseña a las criaturas la perniciosa ociosidad.

     Con más urgente razón se previene a las hijas que nunca jamás hablen en secreto a ningún criado; porque de esto se pueden seguir graves inconvenientes, envidias y recelos, que deben precautelar mucho los virtuosos y honrados padres.

     Hasta con sus hermanos han de portarse con recato las hijas prudentes y virtuosas, y deben tener muy en la memoria la desventura lamentable que la sucedió a Thamar con un hermano suyo en la casa de su mismo padre (II Reg., XIII, 6).

     La estimación de una mujer es muy delicada; y si desde la casa de sus padres no la sacan muy constante, raras veces se puede restaurar, porque es como la fractura del cristal, que tanto tiene de precioso, como de frágil, y con un aliento se empaña. (Eccli., XLIII, 22, exp.)

     La composición de las hijas en la iglesia ha de ser más cuidadosa, no solo por la especial presencia del Señor, sí también por atención a los ángeles, como dice el apóstol; y los ángeles son los sacerdotes (I Cor., XI, 10).

     Las hijas inquietas y vagas son infelices, como dice la divina Escritura, y aunque en todas partes se nota su inquietud, mas principalmente en el templo santo del Señor, donde los fieles concurren para el mayor bien de sus almas, y no conviene que allí tengan la piedra del escándalo, donde tropiecen y ofendan al altísimo Dios.

     Nunca lean las hijas los peligrosos libros de comedias, ni de novelas profanas, porque con ellos y con ellas se han perdido muchas jóvenes incautas, aprendiendo el mal que no se sabían (I Mach., XI, 9). Ceden mucho los padres este punto. Los libros espirituales y los que tratan de las vidas ejemplares de los santos y de las santas, son los que importan en las casas y familias.

     Lo que principalmente han de aprender las hijas, es a trabajar y gobernar bien una casa, porque esto les hará útiles y estimables, y en esto han de poner los padres mucho cuidado, como se les encarga en la sagrada Escritura (I Tim., V, 5); y es cierto que en la mujer consiste la ruina o prosperidad de una casa, como ya dejamos dicho en otro lugar.

     También han de tener mucho cuidado las hijas de oír y admitir con humilde corazón y respetuoso silencio las correcciones que les hicieren sus padres; porque aquellas jóvenes infelices que luego se inquietan por cualquiera cosa que les corrigen, no se prosperarán en su vida, y procederán con el tiempo de mal en peor (Eccli., XIX, 5).

     Las hijas repliconas que por una palabra que las dicen responden cuatro, y siempre la suya ha de ser la última, no hay que tener cuidado que jamás sean de provecho; antes bien siempre vivirán inquietas, y de debajo del agua sacarán el fuego; porque la mujer impaciente y habladora conturba su casa, y se llena de malicia.

     Si las hijas, por su desgracia, tuvieren madre de mal ejemplo, consideren lo que es de fe católica, que ninguna criatura se ha de perder o salvar sino por sus propias obras. De una madre profana se escribe, que tenía dos hijas: la una seguía sus malos pasos y escandalosas vanidades, y la otra seguía la virtud y devociones cristianas. La que seguía a su madre, se condenó con ella, y la otra, que era virtuosa, consiguió su salvación eterna.

     Nunca muestren las hijas desconsuelo ni tristeza porque sus madres no las llevan a la comedia, ni al paseo, ni a las visitas de cumplimiento, ni las admitan al juego de naipes, porque esta es la perdición de las señoras jóvenes, que en toda su vida aprenden a gobernar sus casas, sino a perderlas. En la mañana piensan adonde irán a perder la tarde, y a su casa vuelven tan de noche, como las mujeres insipientes y fatuas, que en nada piensan menos que en lo que más las importa.

     Si a la hija de padres honrados la hablaren de casamiento, responda siempre, que hablen con sus padres, y tema no se pierda por su palabra, como otras necias se han perdido. (Genes., XXIV, 14 et seq.) Este es el negocio más grave temporal que se la puede ofrecer en este mundo. Muchas cosas se yerran aprisa, y se lloran despacio. La que no lo yerra por sí misma, siempre tiene algún motivo de consuelo. La hermosa y discreta doncella Rebeca puede ser ejemplar a las hijas prudentes de las honradas familias, la cual en todo condescendió con sus padres, y Dios la llenó de bendiciones del cielo.

 

“LA FAMILIA REGULADA”

Libro V. Capítulo XI.

Año 1783.


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