ESTADO PRIMERO.
Alma en gracia.
Vosotros sois el templo de Dios vivo, como
dice Dios: que yo moraré en ellos. (II ad Cor. VI, 16). Mis delicias son estar
con los hijos de los hombres. (Prov, VIII, 31).
DIÁLOGO.
Alma.
¡Qué bueno sois, o Señor y Dios mío!
No contento con haberme criado y redimido, y
con haberme preparado un cielo de eterna dicha, aun aquí en la tierra me
llenáis de contentos y de gustos inexplicables.
Jesús. Alma querida, grande es el amor que te
profeso, y lo conocerás por mis obras, si con atención las reflexionas. Haz
atención, alma estimada, que te crié a mi imagen y semejanza, para que, dándome
pruebas de tu fidelidad aquí en la tierra, pudieras venir un día a gozar en mi
compañía de mi misma felicidad allá en la gloria; para tí he criado el
universo; te doté de potencias y sentidos; en todos los momentos te conservo, y
además de esto te di un príncipe de mi corte para que te guie y te custodie. No
me he contentado con llenarle de gracias naturales, sino que te he colmado de
dones sobrenaturales: por tí bajé del cielo a la tierra y me hice hombre; por
tí viví treinta y tres años en este mundo, sufrí muchas humillaciones, y
finalmente espiré en una cruz; por tí instituí los santos Sacramentos para
darte o aumentarte la gracia, que vale más que el mundo entero: y por no
separarme de tí, cuando la voluntad de mi Padre me llamaba al cielo, me quedé
en el santísimo Sacramento del altar, haciendo mis delicias de estar en tu compañía.
Alma. ¡Ah,
Señor! ¿Quién soy yo para que me dispenséis tanta honra?
Vos me llamáis amiga... esposa... hija... y hasta me obligáis a que os llame
Padre... ¿qué es lo que de mí queréis, o
Jesús mío? Hablad; que vuestra hija
os escucha.
Jesús. Lo
que te digo y quiero de tí es, que “no peques”, que observes mis mandamientos,
y por más tentaciones que te presente el demonio, no te olvides jamás de mi
santa ley.
Alma. ¡Ah,
mi Jesús! no temáis, no, que yo os abandone jamás. Ya sabéis
que os he hecho dueño de todo mi corazon, y que deseo amaros con todo el afecto
de que es capaz una pura criatura: y así descansad, Señor, en mi corazon como
en un trono, que desde este momento ya os ofrezco todo lo que haré y todo lo
que sufriré en todo el curso de mi vida. ¡Oh
Señor, cuán grande es la abundancia de vuestras dulzuras, que tenéis preparadas
para los que os temen y aman! y ¡con
cuánta profusión las derramáis sobre ellos! ¿Quién será el ingrato que no os
amará? ¿Quién el insólenle que pecando os ofenderá?
En verdad parece imposible que peque el que
ha gustado de vuestras delicias. “Muy
bien lo comprendió aquel joven, de quien escribe un misionero de las Indias que
despues de haberle convertido, catequizado, y dándole la sagrada Comunion, se
fué á otros pueblos a predicar. Un año despues volvió el misionero a visitar al
joven neófito, quién corrió gozoso hacia su padre espiritual, pidiéndole con
instancias que le diese la sagrada Comunion. — Con gusto, le dijo el buen
Padre, satisfaré tu deseo; pero antes debes confesarte de los pecados que hayas
cometido en este año. — ¡Cómo, le dijo admirado el joven! ¿Cómo es posible que
un cristiano, que recibió a Jesucristo en la sagrada Comunion, lo eche por el
pecado, y ceda su lugar al demonio? Dígame Usted; padre mío, ¿es posible tanta
ingratitud? ¿Tanta iniquidad? ¿Tanta maldad?”
Por cierto que si bien se considerase, no
habría corazon que fuese capaz de tanta maldad.
“OPÚSCULOS”
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