martes, 14 de enero de 2025

LA ENVIDIA – Por Fray Antonio de Monterosso. O.F.M. CAP.


 



ENVIDIA.

 

(Vitium Caini - Vicio de Caín).

 

Invidia diáboli mors introivit in mundum (Sofon. 2:24).

 

I. Vicio diabólico.

 

    — Por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo.

 

   Como vemos por el texto citado, el Espíritu Santo recuerda que la causa de la ruina del mundo ha sido la envidia. Vemos que la envidia se apega a los grandes y a los pequeños; ella es la causa de tantos males, de murmuraciones, calumnias, delaciones y también de horribles delitos. Especialmente quita la paz del alma que ve erróneamente su gloria en la humillación de los demás o en la gloria de los demás su propia humillación.

 

   Veremos brevemente: Lo que es la envidia; Daños que produce la envidia; Remedios contra la envidia.

 

II. ¿Qué es la envidia?

 

   — No es envidia el desear el bien que posee otra persona; aun si este bien es espiritual; dice San Pablo al respecto (I Cor. 12.81): “Desead mejores carismas, aemulámini carísmata meliora”, excitando a los cristianos a una santa emulación.

 

   No es envidia el entristecerse de un bien del prójimo porque puede perjudicar a su alma.

 

   La envidia consiste en entristecerse del bien de los demás, considerándolo como mal propio, y en el gozar de los males de los demás considerándolos como un bien propio. San Agustín la llama la enemiga de la caridad y de la paz cuando dice: “Mientras la caridad une, la envidia divide”.

 

III. Daños de la envidia:

 

   — Guárdate de la envidia que puede procurarte males gravísimos. La envidia consentida hace al hombre mezquino y despreciable; porque sin aprovechamiento propio, más aún, con daño, lo hace gozar del mal de los demás y sufrir del bien del prójimo.

 

   Movido por la envidia, Caín mató a Abel; los hermanos de José, por envidia, maquinaron su muerte y lo vendieron luego como esclavo; por envidia (Mt. 27:18), los sacerdotes de los hebreos entregaron a Jesús a Pilatos.

 

   Vemos aun hoy día personas eminentes que, afectadas de este vicio, hacen verdaderas injusticias, aun cuando éstas vayan a veces hipócritamente cubiertas por el manto del celo o de la justicia.

 

IV. Remedios contra la  envidia.

 

   — Procura conocer la fealdad de este vicio y oponte, por lo tanto, a sus estímulos con actos internos y externos de generosidad; esforzándote en gozar del bien y en sufrir del mal de los otros. Haciendo lo que indica San Pablo (Rom. 12:15): “Gaudere cum gaudéntibus, flere cum fléntibus”. Gozar con quien goza y llorar con quien llora.

 

   Alaba a la persona de quien sientes envidia y habla bien de ella con los demás; esto no es hipocresía, es caridad y, a veces, heroísmo.

 

   Dado que la envidia es enemiga de la caridad, busca el amar mucho a Dios y al prójimo en Dios y por Dios y entonces gozarás de su bien y sufrirás de su mal. Haciendo así alejarás de ti este vicio mezquino y deletéreo.

 

V. Examínate.

 

   — Examínate, y no superficialmente, si este vicio está en ti o procura adueñarse de tú alma. ¿Te entristeces si ves a otra, especialmente a tu émula, favorecida, estimada, alabada? ¿Te alegras si la sabes humillada, despreciada o puesta en un rincón? ¿Gozas de verla sufrir?

 

   Este vicio puede entrar en ti como entró en el diablo, en Caín y entra en otras personas que te circundan. ¡Es tan fácil, especialmente en un alma soberbia y sin caridad, el llegar a gozar de la humillación del prójimo! Ten cuidado; San Gregorio Nazianceno dice que la envidia “non solum multos sed óptimos tangit” Se adueña de muchos y también de los óptimos; hay peligro que se adueñe de ti también.

 

VI. Proponte.

 

   — Quiero extinguir en mí o alejar de mí el nefasto pecado capital de la envidia, pues es contrario a las máximas de Jesús el gozar del mal y el sufrir del bien de mi prójimo.

 

   No quiero hablar nunca mal de aquel hacia quien —aun contra mi voluntad— siento envidia. Viendo que alguno tiene más inteligencia, habilidad o dotes que yo, procuraré no sufrir por ello, más aún, gozar de su bien. Que si algunos tuvieran envidia de mí, procuraré no devolver mal por mal, sino que los compadeceré y los amaré,

 

VII. Escucha y ruega.

 

   — Esposa de Jesús, recuerda que la envidia se opone al gran precepto de la caridad. ¿Cómo podrías afirmar que amas a tu prójimo si te contristas de su bien, y te alegras de su mal? Recuerda la oración que hizo Jesús en la última cena por ti que estás entre los que habrían creído en Él (Jo. 20:21) : “Que sean unum” una sola cosa; como Tú estás en Mí, oh Padre y Yo en Ti; que sean también ellos una sola cosa en Nosotros”. ¿Cómo puedes formar una sola cosa con tu prójimo si te dejas dominar por la envidia? Huye de la envidia que divide; ama la caridad que une.

 

   Jesús mío, Dios de amor y de caridad, reconozco que la envidia procura echar sus maléficas raíces en mi alma. Siento los impulsos, siento que sin tu ayuda me dominaría y sería una miserable. Mi bien, no quiero ser envidiosa. Quiero gozar del bien de mis hermanas; quiero verlas felices. No quiero gozar del mal de mí prójimo, aun cuando fuese mi enemigo, aun cuando me hubiese hecho mucho mal. Si sufre, quiero sufrir de su dolor o por lo menos aliviarle las penas, y todo por amor Tuyo, oh buen Jesús, que nos. has hermanado en la tierra y nos quieres hermanos por toda la eternidad.

 

Ejemplo:

 

   — Santa Isabel, Reina de Portugal, tenía en la corte un joven muy piadoso y recto; se servía de él para hacer secretas limosnas. Un colega suyo, movido por la envidia y celoso del favor de que gozaba su compañero, pensó arruinarlo acusándolo al rey como si abusase de la confianza que la reina le demostraba. El rey creyó la calumnia y pensó quitar la vida al reo presunto. Dijo al jefe de su calera que le mandaría un paje que le preguntaría “si había cumplido sus órdenes”. Le dijo que, al oír esto, lo tomase y lo echase en la calera porque merecía la muerte.

 

   En el día fijado, el buen paje fue enviado a la calera. Pasando delante de una iglesia entró para saludar a Jesús y escuchó devotamente dos misas. Entretanto, el rey, impaciente por saber lo que habia sucedido envió a la calera al paje calumniador para informarse “si había cumplido las órdenes del rey”. El jefe de la calera, creyendo que éste fuese el paje que le enviaba el rey, lo tomó y lo echó al fuego que lo consumió. Poco después llegó el paje de la reina, el que preguntó al jefe de la calera si las órdenes del rey ¡habían sido ejecutadas. —“Sí, sí”— respondió mostrando la calera—, “todo ha sido cumplido al pie de la letra”. El buen paje volvió de prisa a llevar la respuesta al rey, que quedó azorado ya que creía al buen paje quemado.

 

   Cuando supo todos los pormenores, exclamó: —“Oh Dios, justos son Tus juicios”— y desde entonces respetó siempre la virtud del paje.

 

   La caridad es de Dios, la envidia es del demonio. Evitaré la envidia.

 

“LA RELIGIOSA” AUDI, SPONSA CHRISTI.

AÑO 1963.


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