Capítulo
III.
EL
MUNDO EN PELIGRO
SALVADO
POR EL SANTO NOMBRE
En el año 1274 grandes males amenazaron al
mundo. La iglesia fue asaltada por furiosos enemigos desde adentro y fuera. Fue
tan grande el peligro que el Papa Gregorio X, que reinaba por entonces, convocó
un concilio de obispos en Lyons para determinar la mejor manera de salvar a la
sociedad de la ruina en la que estaba cayendo. Entre muchas de las formas
propuestas, el Papa y los obispos eligieron la que ellos consideraron más fácil
y eficaz de todas, es decir, la frecuente repetición del Santo Nombre de Jesús.
El Santo Padre entonces pidió a los obispos
del mundo y a sus sacerdotes que invocaran el Nombre de Jesús y urgieran a sus
fíeles el poner toda su confianza en éste poderoso Nombre, repitiéndolo
constantemente con ilimitada confianza. El Papa encargó especialmente a la Orden
de Santo Domingo la gloriosa tarea de predicar las Maravillas del Santo Nombre,
trabajo que ellos cumplieron con ilimitado celo.
Sus hermanos Franciscanos les secundaron.
San Benardino de Siena y San Leonardo de
Puerto-Mauricio fueron ardientes apóstoles del Santo Nombre de Jesús.
Sus esfuerzos fueron coronados con el éxito.
Fueron barridos los enemigos de la Iglesia y desaparecieron los peligros que
amenazaban a la sociedad y la suprema paz reinó una vez más.
Esta es la lección más importante para
nosotros porque, en nuestros días, terribles sufrimientos están aplastando
muchas naciones. Y aún mayores tribulaciones están amenazando a todas las
demás.
Ningún gobierno o gobiernos parecen lo
bastante fuertes y hábiles como para detener este tremendo torrente de males.
No hay más que un remedio y es la oración.
Todo cristiano debe volver a Dios y pedirle misericordia.
La oración más fácil de todas las oraciones, como hemos visto, es el Nombre de
Jesús.
Todos sin excepción pueden invocar este
Santo Nombre cientos de veces al día, no solamente por sus propias intenciones,
sino también para pedir a Dios que libre al mundo de una inminente ruina.
Es asombroso lo que una persona que reza puede
hacer para salvar su país y a la sociedad. Leemos en la Sagrada Escritura como Moisés salvó por sus oraciones al pueblo
de Israel de la destrucción y como una piadosa mujer, Judit
de Betulia,
salvó su ciudad y su gente cuando los Gobernadores estaban desesperados y a
punto de rendirse a sus enemigos.
De nuevo notamos, que las dos ciudades
Sodoma y Gomorra, que Dios destruyó con fuego, por causa de sus pecados y
crímenes, ¡les hubiera perdonado si hubiera habido solamente diez personas que
rezaran por ellos!
Una y otra vez leemos de reyes, emperadores,
hombres de estado y famosos comandantes militares que pusieron toda su confianza
en la oración, y así obraron maravillas. Si las oraciones de un hombre pueden
hacer tanto, ¿Cuánto más hará las oraciones de muchos?
El Nombre de Jesús es la más corta, más
fácil, y más poderosa de las oraciones. Todos pueden decirlo incluso en medio
de su trabajo diario. Dios no puede rehusar de oírlo.
Invoquemos el Nombre de Jesús pidiéndole que
nos salve de las calamidades que nos amenazan.
“LAS
MARAVILLAS DEL SANTO NOMBRE”
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