Capítulo
IV.
LA
PLAGA DE LISBOA: LA CIUDAD SALVADA POR EL SANTO NOMBRE.
Una devastadora plaga aparece en Lisboa en
1432. Todos los que pudieron hacerlo, huyeron aterrorizados de la ciudad y de
este modo se extendió por todos los rincones del país de Portugal.
Miles de hombres, mujeres y niños de todas
clases fueron barridos por la cruel enfermedad. Fue tan virulenta la epidemia
que los hombres caían muertos en todas partes, en la mesa, en las calles, en
sus casas, en las tiendas, en los mercados, en las iglesias. Usando palabras de
los historiadores, estalló como rayo de hombre a hombre, por un abrigo, un
sombrero, o cualquier prenda que hubiera sido tocada por la sacudida plaga.
Sacerdotes, médicos y enfermeras fueron arrastrados en tal número que muchos
cuerpos yacían en las calles, sin enterrar. Los perros lamían la sangre de los
muertos, como resultado fueron éstos contagiados con la terrible enfermedad que
se extendió aún más entre la infortunada gente.
Entre aquellos que asistieron a los
moribundos con Inquebrantable tenacidad, fue un venerable obispo, Monseñor
André Días, que vivió en el Convento o Monasterio de Santo Domingo. Este santo
varón, viendo que la epidemia, lejos de disminuir, crecía a diario en intensidad
y perdiendo la esperanza en la ayuda humana, urgió a la infeliz gente a, que
invocaran el Santo Nombre de Jesús. Donde quiera que la enfermedad
fuera más furiosa, se le había visto, urgiendo, implorando a los enfermos y
moribundos y a aquellos a los cuales no les había tocado la enfermedad, el repetir:
“Jesús,
Jesús, Jesús”.
“Escribidlo en estampas”, decía, “y guardadlas dentro de vosotros. Ponedlas por
la noche debajo de las almohadas. Ponedlas en las puertas, pero por encima de
todo, invocad constantemente con vuestros labios y en vuestros corazones este
Nombre que es de lo más poderoso”.
Él fue, como ángel de paz, llenando a los
enfermos y moribundos con coraje y confianza. Los pobres dolientes sentían
dentro de ellos una nueva vida, y nombrando a Jesús, ponían las estampas en sus
pechos o en sus bolsillos.
Entonces citándoles en la gran Iglesia de
Santo Domingo, les habló una vez más del poder del Nombre de Jesús y bendijo
agua en el mismo Santo Nombre. Ordenando que toda la gente se salpicara con
ella y que salpicaran la cara de los enfermos y moribundos. ¡Maravilla de
Maravillas! Los enfermos sanaron, los moribundos resucitaron de sus agonías, la
plaga cesó y la ciudad fue liberada en pocos días del más espantoso azote que jamás
la había visitado.
Las noticias se extendieron por todo el
país, y todos empezaron al unísono a invocar el Nombre de Jesús. En un increíble y corto período
de tiempo todo Portugal se vio libre de la horrorosa enfermedad. La gente
agradecida, teniendo presente las maravillas que habían presenciado, continuaron
su amor y confianza en el Nombre de nuestro Salvador. Así que en sus problemas,
en todos los peligros, cuando males de cualquier clase amenazaban, ellos
invocaban el Nombre de Jesús. Fueron fundadas confraternidades en las iglesias,
fueron hechas procesiones del Santo Nombre mensualmente, fueron levantados
altares en honor de este bendito nombre, así que la mayor maldición que jamás había
caído en el país fue transformada en una de las más grandes bendiciones.
Por siglos, esta confianza en el Nombre
de Jesús
continuó en Portugal y así mismo se extendió a España, Francia, y al resto del
mundo.
“LAS
MARAVILLAS DEL SANTO NOMBRE”
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