domingo, 9 de abril de 2023

“CON CRISTO O CONTRA CRISTO” por el R. P. Joaquín Sáenz y Arriaga. (Primera parte “1de 2”)

 




Aclaración de Nicky Pío: Esta publicación es una valiente refutación del R. P. Joaquín Sáenz y Arriaga, a errores que La TRADICIÓN de Iglesia Católica, LAS SAGRADAS ESCRITURAS y hasta el mismo CRISTO (fuente clara de las anteriores) jamás sostuvieron. Ya lo dijo nuestro Señor Jesucristo por medio del Espíritu Santo en San Mateo Cap. 12. V. 30 “Quien no está conmigo, está contra Mí,  quien no amontona conmigo, desparrama.”

No existe bien alguno en la mentira queridos hermanos, ya lo dijo el Señor: el demonio es el padre de la mentira. (San Juan Cap. 8. V. 44)

Amamos y rezamos incluso por los enemigos de Cristo, como Él mismo Señor lo mandó, pero no podemos callar la verdad, que Cristo predicó públicamente y pago con su sangre.

Y si de temor se trata, no tengan vergüenza de reconocerlo, pidan a Dios vencerlo, el mismo Cristo (cómo verdadero hombre) tuvo miedo en su Agonía en Getsemaní, pero venció el temor que paraliza y eligió hacer la voluntad del Padre.

Como enseña el Santo y mártir Tomás Moro en su inconcluso libro “La Agonía de Cristo”: Cristo  nos enseñó a vencer el miedo, y así venció a dos enemigos, al temor que es el peor enemigo, pues está dentro de uno y nos impide realizar el bien, y a los hombres que querían matarlo, incluyendo al mal falso de todos, que venía en actitud de amistad, sellando su traición con un beso.

El Inmaculado Corazón de María nos libre de todo respeto humano, para no emular el comportamiento de los traidores y cobardes que niegan a Nuestro Señor, por una palma de efímero poder, por una  miserable riqueza, por placeres que pronto se vuelven hiel y hastío. Por un poco más de vida en este destierro que llamamos mundo. Nada somos, sin Dios uno y trino, nada somos si no podemos llegar a nuestra Patria Celestial, Sólo paja seca que se consumirá en el fuego eterno.

Dada la extensión de esta publicación de hecho un (opúsculo) lo voy ir haciendo por partes para no cansar al lector y darle tiempo a meditar su contenido, les advierto no es una lectura para católicos que no conozcan el problema que causo el Concilio Vaticano II, o no conozca lo que el mismo Cristo dijo sobre los Judíos, para entender las blasfemias de la revista Look, sin contar las grandes mentiras y difamaciones contra la Iglesia Católica y los católicos, para entender claramente la verdad, “invertida por la revista LOOK” es necesario tener una sólida formación previa. Pues estos siniestros personajes como su padre son muy astutos para torcer la verdad, enredar las cosas, y atrapar a los incautos.

Todo sea A.M.D.G. y salvación de las almas.

Nicky Pío (siervo inútil del Señor)

 

 

 

   Pbro. Moisés Villegas R.  Julio 27 de 1966.

   Rev. Padre:

   Por encargo del Excmo. Sr. D. Juan Navarrete he remitido a S. R. el comentario que anteriormente había enviado al Excmo. Sr., para su consideración. Adjunto encontrará el documento de aprobación del Sr. Navarrete para que dicho comentario sea divulgado en esta Arquidiócesis.

   Espero que todo llegue a sus manos a entera satisfacción. Pbro. Moisés Villegas R.

 

   Hemos leído con detención y ponderado seriamente los conceptos expresados por el Dr. D. Joaquín Sáenz Arriaga en su comentario a los artículos del Sr. Josep Koddy (Revista look, Enero 25 de 1966), acerca de la Declaración que el Concilio Ecuménico Vaticano II ha hecho sobre el problema judío, y nada hemos encontrado que de alguna manera se oponga al Dogma Católico. Por esta razón autorizamos al expresado Sr. Pbro y Doctor Sáenz Arriaga para que divulgue su opúsculo en esta Arquidiócesis.

Hermosillo, Sonora. Julio 23 de 1966.

JUAN NAVARRETE. Arzobispo de Hermosillo.

 

DOS PALABRAS DE INTRODUCCION

   Al escribir este comentario, hemos buscado tan sólo el servicio de Dios. Nos pareció irritante el que nuestros enemigos ataquen la indefectibilidad de la Iglesia y quieran hacer pensar al mundo que ellos (los judíos) con su dinero y con su intriga han podido cambiar la doctrina católica. Yo creo en la Iglesia de los Papas y de los Concilios, no en la Iglesia de un Papa o de un Concilio. Es absurdo querer desvincular las enseñanzas dogmáticas, disciplinares o pastorales del Concilio Vaticano II de la contextura veinte veces secular de la doctrina apostólica, de la doctrina de los Santos Padres y Doctores de la Iglesia, de la doctrina de los Concilios y de los Papas precedentes, de la doctrina secular de toda la teología católica. Cualquier progreso, que desconozca el pasado, no es progreso, sino ruina y destrucción; cualquier sentido contrario al que los dogmas han tenido, no es interpretación, es claudicación.

   Si los teólogos progresistas pueden escribir y defender sus locuras, creo que hay derecho también para que la voz de la tradición doctrinaria pueda escucharse. Creo en la Iglesia, cuyas notas distintivas son: “Una, Santa, Católica y Apostólica”. Y la Apostolicidad de la Iglesia significa precisamente esto: su indeficiente tradición que, arrancando de los Apóstoles y de la Iglesia primitiva, conserva incólume el Depósito de la Divina Revelación.

   Esa doctrina tradicional de la Iglesia, que rudimentaria, pero claramente aprendí en mi familia y en el Instituto de Ciencias del Sagrado Corazón de Jesús en Morena, (de los Hermanos de las Escuelas Cristianas) quedó después esclarecida y arraigada en mi alma en la sólida formación filosófica y teológica de la antigua y santa Compañía de Jesús.

Pbro. Dr. Joaquín Sáenz y Arriaga.

 

Los dos últimos esquemas conciliares de la Declaración, publicados por la revista LOOK.

   El primero fue aprobado el 20 de noviembre de 1964, el segundo lo promulgó Paulo VI, el 28 de octubre de 1965.

1) Texto aprobado el 20 de noviembre de 1964:

   “Este Sínodo, al rechazar las injusticias de cualquier clase, que en cualquier ocasión se hagan a los hombres, teniendo en cuenta el común patrimonio (entre judíos y católicos), deplora, más aún, condena, el odio y la persecución contra los judíos, ya haya sido hecha, en tiempos pasados o ya se esté haciendo en nuestros días”.

   “Procuren, pues, todos, que en la enseñanza del catecismo y predicación no se enseñe nada que pueda traducirse en odio o desprecio a los judíos en el corazón de los cristianos. Que nunca presenten al pueblo judío como rechazado, maldito o reo del Deicidio. Todo lo que sufrió Cristo en su pasión en manera alguna puede atribuirse a todo el pueblo (judío) que entonces vivía y muchos menos el pueblo (judío) que ahora vive”.

 

2) La Declaración promulgada el 28 de octubre de 1965:

    “Aunque las autoridades judías y aquellos que les seguían presionaron para obtener la muerte de Cristo (cf. Juan XIX, 6), sin embargo, lo que sufrió Cristo en su pasión no puede ser atribuido, sin distinción alguna, a los judíos que entonces vivían, ni a los judíos de hoy. Aunque la Iglesia es el nuevo pueblo de Dios, los judíos no deben presentarse como rechazados de Dios o malditos, como si esto se siguiese de la Sagrada Escritura. Vean, pues, todos, que en la obra catequista o en la predicación de la palabra de Dios no se enseñe nada que sea inconsistente con la verdad del Evangelio y con el espíritu de Cristo.

   Más todavía, la Iglesia, que rechaza cualquier persecución contra cualquier hombre, teniendo presente el común patrimonio con los judíos y movida no por razones políticas, sino por el espiritual amor del Evangelio, deplora el odio, las persecuciones y los movimientos de anti-semitismo, que hayan sido promovidos contra los judíos en cualquier tiempo y por cualquier persona”.

 

CÓMO LOS JUDÍOS CAMBIARON EL PENSAMIENTO CATÓLICO Por: JOSEPH RODDY. Revista LOOK   25 Enero 1966.

   En la sencillez de su fe la mayoría de los católicos apoyan sus creencias en las difíciles preguntas y no bien maduradas respuestas del catecismo. Los niños en las escuelas de la Iglesia memorizan sus páginas, que difícilmente olvidan el resto de su vida. En el catecismo aprenden que el dogma católico no cambia y más vivamente que los judíos mataron a Jesucristo. Por causa de este concepto cristiano, el antisemitismo se propagó, como una enfermedad social, por el organismo del género humano, durante 20 siglos que han pasado desde la muerte de Cristo. Su virulencia ha crecido en ocasiones y en ocasiones ha disminuido, pero antisemitas nunca han dejado de existir. Las mentes enfermas, siempre prontas a argumentar en todas las materias, parecen que se han unido en todas las ocasiones para despreciar y atacar a los judíos. Fue un convenio de caballeros lo que llegó hasta la culminación de Auschwitz.

   Es verdad que son pocos los católicos que directamente enseñan a odiar a los judíos. Sin embargo, la doctrina católica no había podido eludir la narración del Nuevo Testamento, según la cual los judíos provocaron la Crucifixión. Las cámaras de gas fueron tan sólo la última prueba de que los judíos no habían sido todavía perdonados. Pero la mejor esperanza de que la Iglesia de Roma no aparecerá de nuevo complicada en un genocidio de esta magnitud es el capítulo IV de la “Declaración (Conciliar) acerca de la Relación de la Iglesia con las Religiones no-Cristianas”, cuya declaración fue promulgada por Paulo VI, como ley de la Iglesia, casi al fin del Concilio Vaticano II. En ningún lugar de su declaración o de sus discursos desde la Cátedra de San Pedro, el Papa menciona a Jules Isaac. Pero, quizás el Arzobispo de Aix, Charles D. Provencheres haya dejado perfectamente esclarecida la ingerencia de Isaac, en la proclamación de este decreto cuando dijo: “Es un signo de los tiempos el que un seglar y sobre todo un seglar judío haya originado un decreto del Concilio”.

   Jules Isaac era un famoso historiador, un miembro de la Legión de Honor y un Inspector de las escuelas en Francia. En 1943, tenía él 66 años de edad y vivía una vida desolada cerca de Vichy, después de que los alemanes se habían apoderado de su esposa y de su hija. Desde entonces, Isaac no podía menos de cavilar constantemente sobre la apatía con que el mundo cristiano había contemplado el hado de los judíos incinerados.

   Su libro “Jesús e Israel” fue publicado en 1948, y su lectura impulsó al Padre Paul Démann a revisar cuidadosamente los textos escolares y a comprobar así la amarga queja de Isaac, según la cual los católicos, inadvertidamente, si no con toda intención, habían enseñado este desprecio y este odio hacia los judíos. Gregori Baum, sacerdote agustino, nacido en la ortodoxia judía, llamó a este libro “un conmovedor relato del amor que Jesús había tenido por su Pueblo, los judíos, y del desprecio y odio que, más adelante, los cristianos habían abrigado hacia ellos”.

   El libro de Isaac fue ampliamente difundido. En 1949, el Papa Pío XII concedió una breve audiencia a su autor. Pero debían pasar 11 años más para que Isaac pudiera ver una esperanza verdadera. A mediados de junio de 1960, la Embajada de Francia en Roma introdujo a Isaac a la Santa Sede. Isaac quería ver personalmente a Juan XXIII; sin embargo, él fue conducido ante el Cardenal Eugenio Tisserant, quien lo envió a entrevistarse con el archiconservador Cardenal Alfredo Ottaviani. Ottaviani, a su vez, lo envió al anciano Cardenal Andrés Jullien, de 83 años de edad, quien con la mirada fija y sin manifestación alguna de emoción, escuchó las palabras con que Isaac trataba de demostrar que la doctrina católica conducía inevitablemente al anti-semitismo.

   Cuando hubo terminado su exposición, el judío calló, como si esperase una reacción del Cardenal, pero Jullien se mantuvo como una piedra: Isaac, que estaba medio sordo, fijamente observaba los labios del Prelado. El tiempo pasaba, y ninguno de los dos hablaba. Isaac pensó salir del aposento, pero antes decidió hacer esta pregunta: “¿A quién tengo que entrevistar yo para plantear este terrible problema?”; y, después de otra larga pausa, el viejo Cardenal finalmente dijo: “A Tisserant. Isaac replicó que ya había visto a Tisserant. Otro largo silencio siguió luego. La siguiente palabra del viejo Cardenal fue: "Ottaviani". Isaac insistió diciendo que ya lo había visto. Y. al fin, después de otra pausa de silencio, brotó la tercera palabra: “Bea”. Con esta consigna, Jules Isaac se encaminó a ver a Agustín Bea, el único jesuita miembro del Colegio de Cardenales, Tudesco de origen. “En él, dijo Isaac más adelante, encontré luego un decidido y poderoso colaborador”.

   Al día siguiente, Isaac tuvo un apoyo más fuerte. Juan XXIII, de pie, en el pasillo de los aposentos Papales del cuarto piso, estrechó la mano de Jules Isaac y le hizo sentar después a su lado. “Yo me presenté, como un no-cristiano, el promotor de la Amistad Judeo-Cristiana, un hombre muy sordo y viejo, dijo Isaac”. Juan habló largamente de su devoción por el Antiguo Testamento, de su estancia como diplomático en Francia y preguntó a su visitante dónde había nacido. Comprendió Isaac entonces que el Sumo Pontífice quería charlar con él y empezó a preocuparse por la manera cómo debía él dirigir esta conversación hacia el tema anhelado. “Vuestra política, dijo el judío al Papa, ha despertado grandes esperanzas en el Pueblo del Antiguo Testamento”. Y agregó luego: “¿No es este mismo Papa, con su gran bondad, responsable de que nosotros hayamos concebido mejores esperanzas?”. Juan sonrió afablemente. Isaac había ganado para su causa a uno que quería escucharle. El judío dijo después al Papa, que el Vaticano debería estudiar el anti-semitismo. Juan contestó entonces que él había estado pensando desde el principio de su conversación con el judío, la conveniencia de hacer este estudio. “Yo pregunté luego si podía yo llevar conmigo algún rayo de esperanza”, recordó Isaac más adelante. A lo que Juan respondió diciendo que tenía derecho a algo más que a una esperanza; y, haciendo a los límites de su soberanía, añadió: “Yo soy la cabeza, pero debo consultar también a otros...esta no es una Monarquía absoluta”. Para mucha gente en el mundo el gobierno de Juan parecía ser una monarquía benévola. Por causa suya, muchas cosas habían acaecido entre el catolicismo y el Judaismo.

   Meses antes de que Isaac expusiese su querella en contra de los “Gentiles, el Papa Juan había organizado un Secretariado del Vaticano para la Promoción de la Unidad Cristiana, bajo la dirección del Cardenal Bea. Este Secretariado tenía por objeto presionar la reunión de la Iglesia Católica con las Iglesias, que Roma había perdido por la Reforma. Después que Isaac se separó, Juan manifestó claramente a los administradores de la Curia Vaticana, que una firme condenación del antisemitismo católico debía salir del Concilio que él había convocado.

   Para el Papa Juan, el Cardenal germano era el legislador indicado para ejecutar este trabajo, aun teniendo en cuenta que su Secretariado por la Unidad Cristiana parecía a muchos tener una dirección combativa para realizar con esta base, este nuevo objetivo. Para entonces habíase ya establecido un gran diálogo entre las oficinas del Concilio Vaticano y los grupos judíos, y tanto el Comité judío-Americano como la Liga Anti-Difamatoria de la B'nai B'rith hablaron con vigor y claridad en Roma. El Rabino Abraham J. Heschel, del Seminario Teológico Judío de Nueva York, que había conocido 30 años antes en Berlín la personalidad y las actividades de Bea, entró en contacto con el Cardenal en Roma. Ya Bea había leído “La Imagen de los Judíos en la Enseñanza Católica, escrita y publicada por el Comité Judío Americano. Esta obra fue seguida por otro estudio del mismo Comité Judío Americano, de unas 23 páginas, “Los Elementos Antagónicos a los judíos en la Liturgia Católica”.

   Hablando en nombre de ese Comité Judío Americano, Heschel manifestó a su Eminencia el Cardenal Bea su esperanza de que el Concilio Vaticano purgara la doctrina católica de cualquiera palabra que sugiriera que los judíos son una raza maldita. Y, al hacer esto, esperaba Heschel que el Concilio se abstuviese de cualquiera exhortación o sugerencia para invitar a los judíos a hacerse cristianos. Por ese mismo tiempo el Dr. Nahum Goldmann en Israel, Jefe de la “Confederación Mundial de Organizaciones Judías”, entre cuyos miembros existen judíos de distintas tendencias (desde las más ortodoxas hasta las más liberales), urgía al Papa con idénticas aspiraciones.

   La B'nai B'rith pedía a los católicos que desarraigasen de todos los servicios litúrgicos de la Iglesia cualquier lenguaje que, de alguna manera, pudiera insinuar el anti-semitismo. Ni entonces, ni en cualquier tiempo futuro sería fácil el realizar completamente estos anhelos. La liturgia católica, que fue sacada de los escritos de los primeros Padres de la Iglesia, no podría fácilmente tener una nueva edición. Aunque Mateo, Marcos, Lucas y Juan hayan sido mejores evangelistas que historiadores, sus escritos, según el dogma católico, fueron divinamente inspirados; y alterarlos sería tan imposible, por lo tanto, como cambiar el centro del sol. Esta dificultad puso en graves apuros teológicos así a los católicos, que tenían las mejores intenciones, como a los judíos, que tenían la más profunda comprensión del catolicismo.” Y, al mismo tiempo, provocó la oposición de los conservadores de la Iglesia y, en cierto grado, las ansiedades de los árabes en el Medio Oriente.

   La acusación de los conservadores contra los judíos era que estos eran deicidas, culpables de dar muerte a Dios en la persona Divino-Humana de Cristo. Y que afirmar ahora que los judíos no eran deicidas era tanto como decir de una manera indirecta que Cristo no era Dios, porque el hecho de la ejecución en el Calvario era incuestionable para la teología católica. Sin embargo, la ejecución del Calvario y la religión de aquellos que creen en ella, son las razones por las cuales los antisemitas vituperan a los judíos como “asesinos de Dios” y, “asesinos de Cristo”. Era evidente, por lo tanto, que las Sagradas Escrituras de los católicos tendrían que ser sometidas a juicio, si el Concilio se decidía a hablar acerca de los deicidas y de los judíos. Hombres sabios y viejos mitrados de la Curia aconsejaron que los Obispos del Concilio no debieran tocar este tema delicado. Pero, una vez más, Juan XXIII ordenó que el problema se incluyera en la agenda del Concilio.

 

“CON CRISTO O CONTRA CRISTO”

R.P. Joaquín Sáenz y  Arriaga.


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