domingo, 6 de agosto de 2023

COMENTARIO AL TEXTO DE “COMO LOS JUDIOS CAMBIARON EL PENSAMIENTO CATOLICO” de la Revista Look. (1de2) Por el R.P. Joaquín Sáenz y Arriaga.


 



   Nota de Nicky Pío: Por su extensión, está parte de la obra la dividí en dos. Primero el R.P. Joaquín Sáenz y Arriaga, expondrá LO QUE “NO ES” EL PROBLEMA JUDÍO. Y LUEGO LO QUE “SI ES”. TODO SEA . A.M.D.G.  

   El problema judío, fue y es, para el Judaismo Internacional y para todos los elementos que pudiéramos denominar de izquierda, uno de los temas más importantes, si no el más importante, de los que se discutieron en el Concilio Ecuménico Vaticano II. Joseph Roddy, en la revista LOOK, de circulación internacional, nos presenta con franqueza inaudita las maquinaciones subterráneas, desconocidas por la mayoría de los crédulos católicos y no católicos, por medio de las cuales el Judaismo Internacional, según afirma, logró sentar en el banco de los acusados a la Iglesia de Cristo, para arrancarle así esa célebre Declaración, cuyos tres puntos principales son los siguientes:

a. —Exoneración del pueblo judío de toda responsabilidad en la pasión y muerte de Jesucristo.

b. —Lamentación de todas las persecuciones que haya sufrido o esté sufriendo el pueblo judío, por cualquier persona o grupo y en cualquier tiempo de la historia y en cualquier región del mundo.

c. —Establecimiento del diálogo fraterno entre el judaismo religión y el catolicismo.

   Naturalmente que ante la conciencia católica se plantea muy graves problemas con esa Declaración Conciliar. Pero, la primera y la más importante es el precisar el valor de esa Declaración, en la mente de los Padres del Concilio y en la teología católica. ¿Es una declaración dogmática? ¿Deja de ser católico el que no cree o admite esa Declaración? ¿Qué nota teológica vamos a dar a todo el texto y a cada una de las partes de ese texto? Si la Declaración no es dogmática ¿Podemos afirmar que tiene un carácter disciplinar en la nueva Iglesia? En otras palabras: ¿Podemos decir que la Iglesia impone a sus hijos la obligación grave de aceptar esas proposiciones, que integran la Declaración y que dogmáticamente no son ciertas? si no tienen un valor dogmático ni un valor disciplinar ¿tiene entonces un valor pastoral? ¿Se puede hacer labor pastoral disimulando o encubriendo la verdad? Los teólogos serán los encargados para precisarnos después el valor teológico de esa Declaración conciliar.

   Lo que sí parece claro y ampliamente lo comprueba el artículo de LOOK, que estamos comentando, es que en todo este asunto hubo política, mucha política y que el Judaismo Internacional desarrolló una actividad asombrosa y puso en juego sus recursos económicos estratosféricos para desorientar a la opinión pública y para hacernos negar la historicidad misma de acontecimientos que son ampliamente conocidos. Se nos hizo creer que esa Declaración no solamente era vital para el futuro del mundo, sino estrictamente necesaria para librar al cristianismo de las tendencias de odio antisemítico, que tarde o temprano tendrían que volver a manifestarse en nuevas y espantosas masacres. Y lo hemos aceptado, con un espíritu de fe casi divina, sin darnos cuenta de que esta confesión implicaba la negación de nuestros valores más sagrados.

   Por eso, es necesario ahora especificar el verdadero sentido que tiene y ha tenido siempre el problema judío, ante la afirmación cristiana de la divinidad de Jesucristo y su misión mesiánica, en el decurso de la historia, veinte veces secular, de la Iglesia. Para poder definir con mayor precisión y exactitud el problema judío, empezaremos por decir lo que NO ES el problema judío.

 

I

   El problema judío NO ES, como lo han presentado muchas veces los interesados, el antisemitismo; no es, ni nunca ha sido un problema racial. Sería absurdo afirmar que el cristiano aborrece al judío, porque tiene sangre judía. Judíos son Cristo, su Madre Santísima, los Apóstoles y tantos y tantos verdaderos cristianos de origen judío, que ya desde la Iglesia Apostólica han formado parte del cuerpo místico de Cristo.

   En la verdadera fe cristiana, el racismo segregacionista no existe, ni puede existir. Por razón de nuestro origen común, de nuestros idénticos destinos y por la universal redención de Cristo, con la vocación que ella implica a la verdadera fe y a la única Iglesia, fundada por el Redentor, todos los hombres ante Dios somos iguales. Judíos y gentiles podemos abrazarnos en la fraternidad más sincera, que sólo puede existir cuando hay unidad de fe, identificación en la esperanza y fusión divina en la verdadera caridad cristiana.

   Es necesario disipar ese engañoso fantasma del antisemitismo, que es el parapeto tras el cual esconde la ambición, su conspiración internacional. La palabra misma antisemitismo, para expresar la persecución racial al pueblo judío, es impropia, etnológicamente hablando, ya que no sólo los judíos son semitas; también los pueblos árabes —para citar únicamente un ejemplo— tienen origen semítico, y, sin embargo, jamás los pueblos árabes han protestado por el antisemitismo del pueblo cristiano.

   En los países, dominados política y económicamente por el Judaismo Internacional, el antisemitismo es un tabú; es un crimen de Estado; es el más grave delito en que pueden incurrir los individuos y las colectividades.

 

II

   El problema judío NO ES tampoco un problema religioso. Es falso que los Evangelios y demás libros del Nuevo Testamento hayan propagado el antisemitismo judío “como una enfermedad social por el organismo del género humano, durante veinte siglos que han pasado desde la muerte de Cristo”; es falso que la tradición, que la liturgia, que la teología, que la catequesis católica hayan nunca inculcado el odio a los judíos, por el hecho de ser judíos. Si la Iglesia, por boca de los Papas o de los Concilios, ha denunciado y condenado los crímenes, los errores y las secretas profanaciones de los judaizantes, ha sido solamente en legítima defensa de lo que Dios mismo les había confiado.

   No se puede mudar el texto sagrado para satisfacer las exigencias de los que son y han sido los enemigos de Cristo. La verdad histórica y la verdad revelada no pueden ser sacrificadas por complacer a las Organizaciones Judías que lo han pedido.

   No dejamos de comprender todos los católicos que, a pesar de la responsabilidad colectiva que pesa sobre el pueblo escogido, de una manera solidaria, los judíos que ahora viven no son los actores inmediatos del drama del Calvario. No dejamos de ver que la responsabilidad colectiva del pueblo deicida no es una responsabilidad personal, consecuencia de una culpa individual de estos descendientes actuales de Israel. Bien lo advirtió el Concilio en su Declaración: Ni todos los judíos que vivían en tiempo de Cristo, ni todos los judíos que ahora viven son responsables personales e inmediatos del Deicidio, aunque exista, como ya indicamos, una responsabilidad colectiva sobre todo el pueblo, colectivamente escogido por Dios y que colectivamente rechazó a su Mesías. Algo semejante a lo que nos sucede a todos los descendientes de Adán, que, sin haber personalmente cometido el primer pecado, cargamos, sin embargo, con las consecuencias de ese pecado, hasta poder decir San Pablo que en Adán todos pecamos.

 

III

 

   El problema judío NO ES, tampoco un problema de ataque, un nuevo Nacismo; no es una persecución, una guerra de exterminio. Por el contrario, el problema judío es exclusivamente la legítima y necesaria defensa de las esencias mismas de lo que somos, de lo que creemos, de lo que amamos, de lo que constituye el patrimonio más sagrado de la humanidad. El ataque no es nuestro, es de ellos; no habría defensa, si no hubiera ataque. El ataque del Judaismo a la Iglesia ha sido secular, veinte veces secular; ha sido permanente: unas veces solapado, insidioso, cauto; otras veces violento, destructor, incendiario y sangriento. ¡Ojalá y las defensas de la humanidad hubieran estado siempre alerta, decididas, inflexibles ante la gran conspiración judía!

 

“CON CRISTO O CONTRA CRISTO”

R.P. Joaquín Sáenz y Arriaga.


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