COMENTARIO
NUESTRO: Estas dos últimas publicaciones nos muestran como el
marxismo, actúa con un manual en la mano y quienes en última instancia, los financian
y hasta los dirigen. Sus estrategias ya fueron escritas y puestas en práctica.
Tienen mucha experiencia haciendo el mal (odio y terror para implantar el miedo).
Y hoy en 2021 siguen el mismo
libreto. Sin importar el país que quieran destruir. Y siempre, el objetivo es
el mismo, la Iglesia Católica, la sociedad cristiana, porque es el único
obstáculo, y por qué NO SÓLO ES UNA BATALLA TERRENA, SINO QUE
TAMBIÉN SE LIBRA EN EL PLANO ESPIRITUAL. No dejen de leer las publicaciones
que hicimos sobre las “Dos banderas”
es sumamente importante que lo lean y lo asimilen. Vamos al libro.
Bela
Kum, el fatídico agente soviético, desencadena el terror en Hungría. — Ciento
treinta y tres días de crímenes y de sádicas torturas. — Cómo se llegó a la
dictadura de los Comisarios del pueblo. —La Masonería, a través de la
socialdemocracia, da paso a la ola roja. —La brutal ferocidad de los asesinos
comunistas. — Estadística de pesadilla.
Por los periódicos anda estos días, con gran
revuelo, la noticia de que Bela Kum se halla en España. Por lo visto ha
desembarcado en Cádiz, como agente del Komintern, con un millón de pesetas, dispuesto
a repetir la locura roja de Hungría. Un enviado de «Le Matin» afirma haberse entrevistado con él en cierto lugar de
Barcelona.
Auténtica o no la noticia — todos sabemos que el agitador soviético
ha estado en la U. R. S. S. algún tiempo meditando sobre sus errores técnicos y
perfeccionándose en los métodos de los grandes jefes de la revolución mundial —,
Bela Kum (1)
puede servirnos como aglutinante en esa borrosa frontera que separa el
comunismo de la Masonería. Desde luego, la línea divisoria no existe. Existe, sí,
una zona de penumbra que todos «ellos»,
claro, se esfuerzan en llenar lo más posible de bruma para escamotear el
contacto, el puente que enlaza la MASONERIA
NEGRA con la ROJA.
Claro que este contacto existe. ¡Naturalmente! Ya demostré, con
documentos oficiales (2), cómo funcionan las logias bajo el signo
de Carlos
Marx, con fuerzas de CHOQUE; cómo marxistas y judíos nutren los
cuadros de las organizaciones masónicas; cómo... Pero dejemos esto para el
momento oportuno.
Volvamos a Bela Kum, que es quien ahora nos
interesa, y veámosle de jefe del Gobierno rojo húngaro. Con detalles de su
actuación, con toda su monstruosa ferocidad de émulo de los paranoicos de la
Revolución francesa.
(1) Desgraciadamente,
acordada por el Komintern la provocación de la revolución comunista española,
Bela Kum, cuyo verdadero nombre es Aron Cohn,
ha podido andar libremente por la Península con el siniestro plan de preparar
el terreno para la instauración de un régimen de terror, tal como implantó en
Hungría. No es él quien únicamente prepara la tragedia española. Como colofón
al 16 de febrero, Rusia ha mandado cerca de un centenar de agitadores
especializados, que hallan ya un camino trillado. ¿Qué saldrá de esas andanzas
de Bela Kum, Ovsenko, Borodin, Neumman?... Esos especialistas andan de un sitio
a otro, poniendo su planta en los más apartados rincones del mundo para
provocar terribles catástrofes revolucionarias. ¡Dios salve a España!
(2) Véase «La Masonería al desnudo».
¡Siempre
la funesta social-democracia! — Paso a la ola roja.
¿Cómo
subió al Poder Bela Kum?
Recordemos al conde Karolyi. Sobre él la Historia
hace recaer la culpa «del régimen de
horror y espanto» a que estuvo sujeto el pueblo húngaro durante la dictadura
del Consejo de Comisarios del Pueblo. El trató de disculparse más tarde
diciendo:
«Nosotros
hemos dimitido a causa de la mutilación de Hungría. Pensábamos que después de
nuestra dimisión vendría al Poder un Gobierno puramente socialdemócrata. No
creíamos saliese el bolchevismo de nuestra dimisión, pues confiábamos en los
miembros socialistas que formaban en nuestro Gobierno».
Pero el pueblo húngaro no le perdonará jamás
su cobarde política de concesiones y capitulaciones, que trajo, como de la mano,
la dictadura de un puñado de siniestros judíos.
Pesa sobre él, como sobre Kerenski, el desprecio del mundo y la
maldición de decenas de millares de víctimas inocentes, sacrificadas por los
tribunales de verdugos organizados por Tíber Szamuely y
Bela Kum,
quienes, con eufemismo, diéronles el nombre de «Tribunales de Justicia popular», insulto inaudito al honrado y
laborioso pueblo húngaro, en cuyo nombre se cometían tantas atrocidades por las
«Tschekas».
Fisonomía
de Bela Kum.
Así se describe, en la famosa obra «Quand Israel est Roí», a Bela Kum:
«Cabeza
redonda, completamente al rape; grandes orejas puntiagudas, ojos reventones,
nariz de loro, labios enormes, boca de espuerta, nada de barba y una traza de zorro;
tal aparece Bela Kum en lo físico. En lo moral, un empleadillo judío, desenvuelto,
astuto y solapado, como existen a millares en Budapest».
Después de describir su vida y de relatar
algunos de los episodios que precedieron a la toma del Poder en Hungría por el
Gobierno de Comisarios, dicho libro nos traslada al momento en que el émulo de
Kerenski en Hungría, el magnate Miguel Karolyi, prepara, con sus compañeros de
Gabinete, los socialdemócratas Bolm y Garami, el terreno y la conquista del Poder estatal por los judíos Bela Kum,
Tibor Szamuely, Laszlo, Korvin-Klein, Kuti, etc…, que para disimular el
carácter semítico del movimiento comunista y hacer más soportable al pueblo
húngaro su dominación, colocaron en la presidencia del Consejo Ejecutivo de
Comisarios del Pueblo a un cristiano denominado «Alejandro Garbai». Es significativo que de 26 comisarios del pueblo,
18 eran judíos. Cifra inaudita si se
piensa en la pequeñez de la población judía en Hungría (un millón de judíos entre 22 millones de habitantes).
La
obra trágica del consorcio judíomasónico. — Los horrores de los ciento treinta
y tres días rojos de Bela Kum. —El tren de la muerte.—Fatídica estadística.
Está ya fuera de duda que el movimiento bolchevique de
Hungría fué obra del siniestro Consorcio judíomasónico.
Así lo atestigua, además, uno de los
documentos oficiales húngaros.
«El
22 de marzo de 1919 se estableció la República húngara de los Consejos. Sus jefes
eran masones; por ejemplo, el ministro de Instrucción Pública, «hermano» Kunzi;
el «hermano» Iazzi, ministro nacional de los Consejos; el «hermano» Agostón
Peter; el «hermano» Zukazs, hijo de un millonario judío de Budapest; el
«hermano» Diener, y, sobre todo, el «hermano» Bela Kum, que gozó de la
protección oficial del Gobierno austríaco».
Esta fué la realidad; en algunas semanas,
Bela Kum y sus secuaces destruyeron el viejo orden secular y se les vió elevar
sobre las riberas del Danubio una nueva Jerusalén, salida del cerebro de Carlos
Marx y edificada por manos judías J. Thavaud.
Creo imprescindible proyectar aquí la cinta
cinematográfica — sólo unos detalles, unas imágenes... —de las más repugnantes
monstruosidades perpetradas en la mártir Hungría durante los ciento treinta y
tres días de terror rojo. ¡Quiera Dios
que tales horrores no sean la antesala de cuanto pueda suceder en España!
Bela Kum había previsto que tendría
dificultades y que todo no saldría tan fácilmente como se pregonaba en las logias
masónicas húngaras. Fué cuando decidió mantener su régimen por el terror (*) Es
su sistema. Según comprobantes oficiales, se llegó a precisar el apellido de
570 de sus víctimas. En julio de 1922 ese monstruo hizo ejecutar en Crimea una
matanza de 60 a 70.000 personas. Del hospital municipal de Alupka fueron
sacados en camillas 272 enfermos y se los fusiló en la misma puerta del
hospital. (Informe oficial dirigido a la Cruz Roja
de Ginebra).
Encomendó a uno de sus hombres de confianza,
a Joseph Cserni, la organización de un
pequeño ejército —seiscientos soldados—,
a los que encomendó aterrorizar la capital. Este cuerpo estaba formado por presidiarios
y la hez de la soldadesca. Se llamaban «hijos de Lenin» y
eran crueles y sanguinarios.
Armados
hasta los dientes, con las espaldas guardadas por la impunidad, llegaron a éstas
ahitos de «sangre burguesa». Nada ni nadie
ponía freno a sus instintos salvajes. Robaban, saqueaban —en sus correrías dedican preferencia a los barrios
elegantes—, y en los subterráneos que les servían de guarida llegaron a emplazar
treinta ametralladoras y algunos vagones de municiones. Allí, los «burgueses que cazaban» eran sometidos a torturas
de un refinamiento sádico. Todos, claro, eran «sospechosos»
de manejos contrarrevolucionarios; de ser «agentes provocadores...»
El «Cuerpo de Detectives del Comisariado del Interior» —otra
creación del malvado Cserni— se instaló en el palacio del Parlamento. El jefe
era un enano jorobado, Otto Korvin, y su bestialidad, como hombre «enérgico», llegó a lo inaudito. Se complacía,
sádicamente, en torturar a sus víctimas para «arrancarles
declaraciones»: se les golpeaba los talones con palos recubiertos de
caucho, azotaba el vientre desnudo con correas, rompían costillas y brazos, metían
clavos entre las uñas.
No había suplicio que no se aplicase: mientras a unos se les
hacía tragar tres litros de agua, a otros les introducían una regla en la
garganta... Entraban a mansalva en los domicilios de las personas distinguidas
y las arrancaban de sus lechos. Tenían siempre en rehenes a doscientas personalidades.
Uno de los procedimientos favoritos de aquellos canallas era reventar los ojos
a sus víctimas.
Junto a todo este
vandalismo, la «legalidad» de los Tribunales revolucionarios, en los que el
doctor László dictaba las sentencias que se le antojaba, todas, claro, de
acuerdo con sus bajos instintos. Al general Oscar Ferry, antiguo inspector de
Gendarmería —el odio de los bolcheviques húngaros se concentraba contra este
disciplinado Cuerpo, como nuestros marxistas aborrecen a la Guardia civil — y a
dos antiguos tenientes coroneles de la misma Gendarmería los torturaron durante
dos días y, por último, los colgaron en los tubos de conducción de agua en la
bodega del cuartel de los terroristas. Luego, los lanzaron al Danubio.
Al antiguo presidente de la Cámara de los Diputados, M.
de Návay, que era conducido detenido a Budapest, le hicieron descender en
Felegyhaza. Le obligaron a cavar una fosa y después le atravesaron el cuerpo a
bayonetazos.
Fué
así cómodo a los asesinos enterrar a su víctima. Entretanto, corría a través de
la campiña húngara el «tren de la muerte»,
en el que los «hijos de Lenin» cometieron los
más horrendos crímenes. El tren, breve —una locomotora, dos coches «pulmann», un coche-restorán y dos coches-camas—,
se detenía en las poblaciones rurales, y allí los Comités locales conducían a
los «blancos» a los coches. El jefe del «tren de la muerte» los juzgaba después de un
simulacro de interrogatorio y decretaba en seguida la sentencia. Los
infortunados eran muertos a bayonetazos y arrojados por las ventanillas del
tren, que marchaba entre una orgía de sangre y de champaña, a gran velocidad,
cruzando los campos desiertos por el terror. En algunas estaciones Szamuely
descendía del tren y, rodeado de comunistas —decían que aquello era un
tribunal—, ordenaba ahorcar a numerosos desdichados. Por este procedimiento,
Szamuely ejecutó 61 hombres en Dunapataj, 30 en Szolneock, 20 en Kalvesa y, así
sucesivamente, en una veintena de ciudades. En cuanto a las atrocidades cometidas
por los secuaces del malvado Cserni se ha comprobado que el terrorista Luis
Koyacs ejecutó por sí solo 17 «blancos»;
Arpad Kerkes mató a 18 y Carlos Sturez llegó a los 49.
En cuanto a Bela Kum... ¿Por qué no dejar esa estadística monstruosa? Sería interminable.
Los
ciento treinta y tres días del reinado de ese fatídico Bela Kum son una de las
páginas más dolorosas, más sangrientas y trágicas que registra la Historia, no
ya húngara, sino de las revoluciones mundiales.
¿A dónde pueden conducirnos los manejos de
Bela Kum y de otros «especialistas» del Estado Mayor de Stalin, en España?
“ENTRE MASONES Y MARXISTAS…”
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