lunes, 21 de agosto de 2017

De La providencia de Dios acerca de nuestras enfermedades – Por el P. Luis de la Puente. (Una lectura imperdible para los que se encuentran enfermos)




Lo primero considerarás la providencia tan maravillosa que nuestro Padre celestial tiene de los hombres en el repartimiento de las enfermedades, dando a uno muchas y a otro pocas; a uno graves y a otro ligeras; a uno largas y a otro breves; a uno en una parte del cuerpo y a otro en otra; ordenando todo esto para bien y provecho de sus escogidos. Y en particular, que la que le ha cabido en suerte, es por esta paternal providencia para bien y salvación de tu alma.

   Para lo cual has de ponderar que este soberano Dios es tan sabio que conoce clara y distintamente todas tus enfermedades y dolores, por muy secretos que sean, y las raíces y causas de ellos, y sus remedios, y las fuerzas que tienes para llevarlos, y las que él puede añadirte con su gracia; de modo que nada se le encubre, ni por ignorancia te dará lo que no te conviene, o te cargará más de lo que puedes llevar o te dejará de curar cuando bien te estuviere.

   También es tan poderoso, que puede preservarte de todas las enfermedades para que no caigas en ellas; y si te dejare caer, puede en un momento curarte con solo su palabra o con medicinas; ora sean muchas, ora pocas, ora las más convenientes por su naturaleza, ora las más contrarias, porque a su omnipotencia nada es imposible ni difícil.

   Finalmente es tan bueno, tan santo y amoroso, que ama a los suyos más que ellos pueden amarse; y cuanto ordena por su providencia, es a fin de hacerles bien, y de que se salven, ordenando los bienes y males del cuerpo para la perfección y salvación del alma; de donde resultará mucho mayor bien al mismo cuerpo. En estas tres divinas perfecciones estriba la suavidad, eficacia y alteza de la divina providencia para nuestro provecho. Por lo cual la iglesia en una colecta ora por todos los fieles de esta manera: Dios, cuya providencia en su disposición no se engaña, humildemente te suplicamos, que apartes de nosotros todas las cosas dañosas, y nos concedas las que han de ser provechosas.


   Pues si esto es así, como en verdad lo es, ¿cómo no te alegrarás con tus enfermedades, viniendo trazadas y ordenadas por la sabiduría, omnipotencia y bondad de tu Padre celestial? Si él es el que las envía, y sabe quién eres tú a quien le da ¿de qué temes? ¿De qué te congojas? ¿Temes engaño? No es posible, porque las trazó su infinita sabiduría. ¿Temes flaqueza? No hay de qué, porque asiste a todo su misma omnipotencia, ¿Temes malicia? No es creíble, porque toda nace de su inmensa bondad y caridad. No mires la enfermedad desnuda por lo que parece por de fuera, que te pondrá miedo y grima (amargura); mírala vestida con la sabiduría, omnipotencia y bondad de Dios, y de esta manera te parecerá hermosa y muy suave, y que te está diciendo: Negra soy, pero hermosa, hijas de Jerusalén; negra en el color propio, hermosa por el color de mi vestido; si huís de mí por la negrura que tengo de mi cosecha, abrazadme por la hermosura que me añade la divina providencia. Con estos sentimientos has de tomar aquel admirable consejo del Eclesiástico que dice: Todo lo que te fuere aplicado, recíbelo en tu dolor; sufre, y en tu humillación ten paciencia, porque como la plata y el oro se purifican en el fuego, asi los hombres que han de ser recibidos en el cielo son probados en el fuego de la humillación. Si estás enfermo, y tras la enfermedad se te siguen otras muchas amarguras e iluminaciones, recíbelas todas; porque Dios es el que te las envía y aplica con su paternal providencia. ¿Quieres ser precioso y resplandeciente como la plata y el oro? No rehúses pasar por el horno de la enfermedad donde has de ser purificado y cobrar el resplandor que habías perdido. ¿Deseas ser recibido en el cielo? Gusta del trabajo que tienes estando enfermo, porque los que han de ser recibidos en los eternos descansos, han de pasar por semejantes trabajos. Oye lo que dice el espíritu de este Padre celestial: Hijo mío, no desprecies la disciplina del Señor, ni te acongojes cuando te corrige, porque castiga al que ama,  acota al hijo que recibe. Si quieres, dice San Agustín, ser contado en él número de los hijos y ser uno de los que han de ser recibidos por herederos, no rehúses ser del número de los castigados. Recibe el castigo de la enfermedad para que te reciba Dios en el reino de su gloria.

   Luego Las de considerar que este Dios sapientísimo, como dispone, según dijo el Sabio, todas las cosas en número, peso y medida, así dispone las enfermedades y dolores, guardando muy cumplidamente estas tres cosas; porque con su providencia señala y cuenta el número de las enfermedades que has de padecer, el número de los días que ha de durar cada una y el número de las horas que ha de durar el frío, la calentura, la sed y la adicción, y el número de todas las cosas penosas que han de acompañarla, de tal manera, que ningún médico de la tierra, por ninguna industria humana ni por ninguna violencia, con buena o mala intención, puede alargar ni acortar este número; y si alguno acorta o alarga la enfermedad, todo esto cae debajo de la divina providencia, que por aquel medio dispuso acortarla o alargarla.

   Asimismo, este Señor dispone con peso la enfermedad, tasando la gravedad y vehemencia de ella, de modo qne no sea más pesada de lo qne pueden soportar las fuerzas del enfermo, según el caudal que tiene; los médicos no pueden quitar de este peso con su arte, y cuando le quitan y dan alivio, es por providencia del Señor que lo dispuso. Y aunque dijo San Pablo, contando sus trabajos: Fuimos gravados y cargados sobre toda manera, y sobre nuestras fuerzas, de modo que tuvimos tedio de la vida; pero esto mismo lo ordenó la divina providencia, añadiéndole nuevas fuerzas, para que llevase la carga que excedía a las antiguas.

   Finalmente, este Señor tasa la medida del cáliz que has de beber en la enfermedad, sin que sea posible echarte una gota más, mas no dejarás de beber una gota menos. Y si el cáliz es grande o pequeño, o si es puro o mezclado, todo viene por la tasa de este Señor, que, como dice David, da la bebida de lágrimas con medida.

   Pues ¿de qué te congojas, hombrecillo, cuando te ves apretado con las enfermedades, si tienes fe viva del número, peso y medida que Dios ha señalado para ellas? Si te aflige el número de los días por ser largo, o el peso por ser grave, o la medida por ser grande, mira que quien tasa todo esto, es tu padre y tu médico, tu criador y tu redentor; y toda esta tasa es necesaria para purgar tu alma y sanarla, y para que alcance el fin de su bienaventuranza eterna. Si la plata y el oro han de ser purificados enteramente, es menester que algún tiempo estén en el crisol, y con la clase de fuego que juzgare el platero, porque no basta cualquier fuego, ni cualquier tiempo: ¿cuánto más será menester que estés en el crisol de la enfermedad el tiempo que Dios te señalare, con la intensión del fuego que él quisiere, para salir tan acendrado y resplandeciente como te conviene? Pensabas que el número de tus días era largo, y visítate con la enfermedad, para que veas que es incierto y quizá muy corto. Levantávaste en alto con soberbia, llevado del viento de la vanagloria, y púsote el peso de la enfermedad aquel Señor que pone peso a los vientos para humillar a los soberbios. Derramábaste sin medida en los deleites de esta miserable vida, y el Señor, que puso medida a las aguas del mar, te dió una medida de amarguras con que enfrenases tus carnales concupiscencias. Sujétate a su amorosa providencia en el número, peso y medida de las penas, y experimentarás muy en breve el número, peso y medida do las coronas.

   De aquí has de pasar más adelante, considerando que también caen debajo de la divina providencia los yerros que se cometen acerca de las enfermedades por ignorancia o descuido de los médicos o enfermeros, y de otras cualesquier personas; y aunque ellos les hiciesen con malicia, no se encubren a Dios que los permite, y podrá y querrá sacar de ellos aciertos para el fin que pretende en su alta providencia; porque muchas veces lo que el médico hizo por ignorancia o descuido, es lo que te importaba para tener salud; y si hiciera lo que él pensaba o había de ordenar según su arte, fuera causa de tu muerte; y Dios lo dispuso asi para estorbarla. Como también sucede permitir que se engañe y yerre, porque así conviene para bien del alma, dando fin a esta triste vida; y cuando se te ofrecieren semejantes sucesos, no mires al yerro, porque no te aflijas, sino al Señor, que lo permitió, para que le consueles. Como aquel santo viejo, de quien cuenta San Doroteo que, estando enfermo, el enfermero que le guisaba la comida, por echar miel en ella le echó aceite de linaza. Y como el enfermero se afligiese cuando vió su descuido, el buen abad le consoló diciendo: No te aflijas, hijo, que si Dios quisiera que echaras miel en la comida, él lo dispusiera con su providencia, y estorbara que no echaras el aceite de linaza; y pues no quiso hacerlo, razón es que yo y tú nos alegremos con el orden de su divina providencia, de la cual procede todo nuestro bien y nuestro consuelo y alegría. Y si por esta causa la enfermedad se dilatare, este yerro será acierto, en cuanto llena el número y el peso de ella que Dios tiene señalado para tu provecho. Toma, pues, otro admirable consejo del mismo Eclesiástico, que dice: Humilla tu corazón y sufre, y no te apresures en él tiempo del aprieto, sino sufre las cargas de Dios y sus dilaciones, aunque te parezcan grandes. Júntate con él por amor, fiándote de su amorosa providencia, y sufre para que en el fin crezca tu vida y medres en la eterna. Tres veces le dice que sufra los aprietos de la enfermedad y aflicción; porque ha de sufrir el número y el peso y la medida, sin darse prisa demasiada por abreviar el número, o quitar algo del peso, o acortar la medida; porque la priesa aumenta la congoja, y por mucha prisa que te des, has de ir al paso de Dios, aunque sea muy lento; porque cuando caminan el esclavo y el señor, el esclavo ha de ir al paso de su señor, y no el señor al paso del esclavo. Y el vil gusanillo del hombre ha de seguir el paso de su Criador, sin querer traer al Criador a que se apresure y siga el suyo, porque no le digan lo que dijo Judith a los de Bethulia: ¿Quiénes sois vosotros para tentar a Dios? Habéis señalado tiempo a la misericordia del Señor, y ponéis en vuestro albedrío el día en que os ha de favorecer.


“LA PERFECCIÓN EN LAS ENFERMEDADES”





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