miércoles, 23 de agosto de 2017

LA FRECUENTE COMUNIÓN PARA LOS AFLIGIDOS Y ENFERMOS – Por Monseñor de Segur.




   Siempre y en todas circunstancias tenemos necesidad de acudir a Jesucristo, pero este sabe de punto cuando nos encontramos acosados por las penas y los sufrimiento, o bien cuando nuestra alma se halla apesadumbrada.

   El divino consolador de todos nuestros males, desde el fondo de su tabernáculo, nos llama y dice; “Acudid a mí vosotros todos los que sufrís y estáis abatidos; que yo os consolaré.”

   Solo él puede secar nuestras lágrimas, o a lo menos debe endulzarlas: El solo puede devolver a nuestro afligido corazón, hecho pedazos por los sufrimientos y pesares, aquella paz, aquella esperanza, aquella alegría íntima, sobrenatural, que solamente es conocida por los cristianos y que tan maravillosamente se hermana con las lágrimas, Puede muy bien un cristiano hallarse rodeado de las mayores angustias, encontrarse postrado por el dolor; pero jamás puede ser desgraciado. “Lloro decía un día con la mayor tranquilidad una madre que acababa de perder a su hija única; lloro, sí, pero a pesar de todo estoy contenta” Aquí se ha de advertir que esta buena mujer comulgaba diariamente.

   Encontramos en Jesucristo la eternidad, y también el cielo: con Él nos juntamos, cuando es para nosotros demasiado largo este destierro, y se nos vuelve pesada la vida. Acudamos, pues, a recibir con frecuencia la sagrada Comunión, que nos hace olvidar de la tierra y de las pruebas, de las tribulaciones, de sus luchas e injusticias, y Jesucristo se encargará de ensenarnos a sufrir con la más santa resignación, y compadeciéndose de nuestras amarguras, se dignará concedernos en cambio su paz y su divina gracia.

   Acudamos igualmente a Jesucristo; siempre y cuando nos hallemos enfermos, porque además de ser el mejor médico, es indudable que su visto, al mismo tiempo que dará consuelo y alivio al cuerpo, llevará la alegría a nuestro corazón, Para cumplir como buen cristiano, debería todo el que estuviese enfermo comulgar a lo menos una vez por semana, y esto había de  ser desde el principio de la enfermedad de aquí que antes debería llamarse al médico de la alma que al del cuerpo, porque lo primero y principal es la salvación del alma, no acordándonos del poco tiempo qne nos toca estar en este mundo, sino pensando en la eternidad qne nos espera. Esta es la costumbre establecida en Roma. Todas estas Comuniones, si habéis de recobrar la salud, harán que aquellos días de padecimientos, sean días de santificación que influirán para lo venidero: más si ha sonado la hora de la muerte, prepararán para recibir dignamente la Extremaunción y dispondrán el alma para presentarse ante el supremo tribunal de Dios, completamente purificada por su amor.

   Y vosotros, padres, no olvidéis lo que acabo de indicar si tenéis la desgracia de que caiga enfermo alguno de vuestros hijos; porque la Iglesia Católica, nuestra Madre nos dice muy terminantemente que no solo pueden sino qne deben comulgar desde que han alcanzado el uso de razón, y añade además el Papa Benedicto XIV, que basta que el niño “pueda hacer la debida distinción entre aquel celestial manjar y otro cualquiera vulgar alimento.” ¡Cuan santamente comulgan los niños enfermos! Obra en ellos con una fuerza admirable la gracia del Bautismo, preparándoles, mejor que todos nuestros esfuerzos, para recibir dignamente tan divino Sacramento.


“LA SAGRADA COMUNIÓN”


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