Vicario
de la parroquia de Martorell, villa de Cataluña, era el presbítero Jaime Albesa,
cuando el cumplimiento de sus deberes sacerdotales le llevó junto al lecho en
que yacía enfermo y no muy lejos de entregar su alma al Criador, un soldado
español que quería morir como católico.
No escasos auxilios debió de prestar el
sacerdote al soldado, si hemos de juzgar por el agradecimiento con que éste
recompensó el celo caritativo del ministro del Señor. En efecto; ya próximo a
morir, refirió el soldado que había entrado con el ejército de Carlos V en Roma
en 1527 y tomando parte en el saqueo de la capital del orbe cristiano, habíase
traído una partícula de un pedazo de la cruz del Redentor guarnecido en oro y
piedras preciosas; mas ya que la divina Providencia había dispuesto que él, poseedor
de este tesoro, enfermase en Martorell, sin esperanzas de vida, acataba el
divino beneplácito, y regalaba aquella inestimable reliquia a Jaime Albesa, como
sacerdote, y por haberle asistido en su última enfermedad.
Pasaron los años, y habiéndose retirado
Albesa a Cervera, su patria, depositó en su iglesia parroquial, en la capilla
de San Nicolás, el “Lignum
Crucis”, que allí permaneció en el olvido hasta que Dios permitió
que en honor de aquella santa reliquia se realizaran grandes portentos, algunos
de los cuales constan en proceso auténtico, y sobre todo el siguiente:
Los señores cura párroco y jurados del
Tarros, lugar de Urgel a tres leguas de Cervera, suplicaron a la comunidad de
la iglesia mayor de esta ciudad que les diese alguna partícula del “Lignum
Crucis”
que tenían, y que efectivamente procedía del “Santo
árbol de la Cruz”, pues así lo habían manifestado, por boca de los
posesos, espíritus malignos al párroco de Tarros, al practicar exorcismos.
Para conceder lo que se solicitaba, en 6 de
Febrero de 1540, un sacerdote, a vista de muchos clérigos y seglares, sacó de
la capilla de San Nicolás el fragmento de la “Santa
Vera Cruz”, pero no consiguió su intento de cortar un pedacito de la
reliquia. Llamó su atención aquella resistencia, y atribuyendo la ineficacia de
su esfuerzo al corte del cuchillo, púsose a examinarlo, y con espanto suyo y de
los allí presentes, vióse que, sin haber salido de sus manos ni una gota de
sangre, como teñido en ésta parecía el cuchillo.
Tomó entonces el Sacerdote en sus manos la
santa reliquia, y al romper, ya fácilmente, con los dedos una parte de ella, se
desprendió una ancha gota de sangre que, dividiéndose en dos, cayó sobre un
papel que había bajo la reliquia, oyéndose en aquel instante un fuerte y
espantoso trueno, aunque era muy notable la serenidad de la atmósfera.
Era patente el milagro, y por él conmovidos
hondamente todos los que allí se encontraban, exclamaron de consuno: ¡Oh
gran misterio!
Acudieron muchos a adorar la divina Omnipotencia, prorrumpiendo siempre en
la misma frase de admiración ¡Misterio!
¡Misterio!, y con esta expresión se ha seguido designando aquel
prodigioso “Lignum
Crucis”, “La
Santa Vera Cruz de Cervera”,
en cuya honra se ha instituido con autoridad del Sumo Pontífice fiesta de
guardar en dicha ciudad y en todo su deanato (jurisdicción perteneciente al
Deán), y por cierto muy celebrada.
En la solemnidad que hoy se conmemora y a la
cual es justo que nos unamos, siquiera sea en espíritu, para rendir el debido
culto a aquel fragmento de la cruz empapado en la sangre del Salvador, y
decirle con toda el alma: “Ave,
crux, spes única”:
¡Oh
Cruz, esperanza única, los cielos y la tierra te bendigan!
LECTURA
DOMINICAL – Año 1898
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