¡Quién
podría creer lo que pasa sobre la tierra si no lo viese con sus propios ojos!
Reina un aturdimiento universal, se marcha a ciegas y como á la ventura. Cada cual se entrega al camino adonde le conducen
sus placeres, su ambición y su fortuna, sin
pensar en qué vendrá a parar todo esto.
Se piensa en todo sobre la tierra, se habla
de todo, se escribe sobre todo, se
inventa todo; más en Dios, que es nuestro primer principio y nuestro último fin, y en la salvación, que es la
única cosa necesaria, y en la eternidad, que es nuestro destino, y en la muerte, que espía el momento
para herirnos, en todo esto son contados los que se ocupan.
De
ahí el origen de nuestros males. «La tierra está desolada, dice Jeremías,
porque no hay nadie que reflexione en su
corazón.»
Se vive en el torbellino del mundo, como el
enfermo del Evangelio; sordo a la voz de Dios, mudo para confesar sus pecados y
sus culpas. ¿Y qué hacer para
salvar a
estas gentes del mundo? Jesús nos da la respuesta. Lo primero que hizo,
como preparación para curar al sordomudo, fué apartarle de la gente, sacarle de
entre la multitud, indicando así que el retiro es el que únicamente puede poner
al pecador en estado de oír la voz del Señor.
El retiro es indispensable para la vida del
alma. Diariamente debíamos dedicar un cuarto de hora siquiera a reflexionar sobre
nuestra vida y a escudriñar nuestro corazón.
Cerrando la puerta de nuestro cuarto, diremos con San Bernardo: «Pensamientos extraños, deteneos ahí. Ya volveré a daros entrada al salir de mi soledad.»
En seguida, puestos en un completo olvido de
todas las cosas, pensaremos en nosotros mismos; no en nuestros bienes, ni en
nuestro cuerpo, ni en nuestros amigos, ni en nuestras vanidades y placeres, porque
nada de eso somos nosotros; pensaremos en nosotros, en nosotros solos, en
nuestras almas. El hombre está todo entero en su alma, dice la Sagrada
Escritura. De este modo nos conoceríamos, conociéndonos nos reformaríamos, y un
cuarto de hora diario de soledad y retiro en Dios salvaría al mundo.
“LECTURA
DOMINICAL” AÑO 1897
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