martes, 4 de febrero de 2025

UN CUARTO DE HORA EN SOLEDAD PARA MEDITAR, PARA PENSAR EN COSAS IMPORTANTES.


 


¡Quién podría creer lo que pasa sobre la tierra si no lo viese con sus propios ojos! Reina un aturdimiento universal, se marcha a ciegas y como á la ventura.  Cada cual se entrega al camino adonde le conducen sus placeres, su ambición y su fortuna, sin  pensar en qué vendrá a parar todo esto.

 

   Se piensa en todo sobre la tierra, se habla de todo, se  escribe sobre todo, se inventa todo; más en Dios, que es nuestro primer principio y nuestro  último fin, y en la salvación, que es la única cosa necesaria, y en la eternidad, que es nuestro  destino, y en la muerte, que espía el momento para herirnos, en todo esto son contados los que se  ocupan.

 

    De ahí el origen de nuestros males. «La tierra está desolada, dice Jeremías, porque no  hay nadie que reflexione en su corazón.»

 

   Se vive en el torbellino del mundo, como el enfermo del Evangelio; sordo a la voz de Dios, mudo para confesar sus pecados y sus culpas. ¿Y qué  hacer para salvar  a  estas gentes del mundo? Jesús nos da la respuesta. Lo primero que hizo, como preparación para curar al sordomudo, fué apartarle de la gente, sacarle de entre la multitud, indicando así que el retiro es el que únicamente puede poner al pecador en estado de oír la voz del Señor.

 

   El retiro es indispensable para la vida del alma. Diariamente debíamos dedicar un cuarto de hora siquiera a reflexionar sobre nuestra vida y a escudriñar nuestro corazón.

 

   Cerrando la puerta de nuestro cuarto, diremos con San Bernardo: «Pensamientos extraños, deteneos ahí. Ya volveré a daros entrada al salir de mi soledad.»

 

   En seguida, puestos en un completo olvido de todas las cosas, pensaremos en nosotros mismos; no en nuestros bienes, ni en nuestro cuerpo, ni en nuestros amigos, ni en nuestras vanidades y placeres, porque nada de eso somos nosotros; pensaremos en nosotros, en nosotros solos, en nuestras almas. El hombre está todo entero en su alma, dice la Sagrada Escritura. De este modo nos conoceríamos, conociéndonos nos reformaríamos, y un cuarto de hora diario de soledad y retiro en Dios salvaría al mundo.

 

“LECTURA DOMINICAL”  AÑO 1897

 




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