sábado, 30 de septiembre de 2023

COMENTARIO AL TEXTO DE “COMO LOS JUDIOS CAMBIARON EL PENSAMIENTO CATOLICO” de la Revista Look. (2-a de 2) Por el R.P. Joaquín Sáenz y Arriaga.

 

 



   

   NOTA DE NICKY PÍO: esta parte por su extensión la dividí en 2-a y 2-b. No dejen de leer esta parte, es muy importante. Todo sea A.M.D.G. y Salvación de las almas. 

 

IV

 

   Hemos ya dicho lo que NO ES el problema judío. Digamos ahora lo que, en realidad ES el problema judío, el problema que no nosotros, sino la incredulidad y las ambiciones judías han planteado, no sólo en el mundo cristiano, sino en el mundo pagano antes de Cristo.

   El problema judío es la pretensión, que siempre ha tenido el Judaismo —religión y pueblo— de destruir las instituciones, dominar gobiernos y eliminar las debidas defensas, para establecer en el mundo un racismo sagrado, un grupo etnológico de “intocables”, que domine a pueblos y naciones, como consecuencia de una falsa premisa, que quiere asegurarnos, aun después de su repulsa consciente del Cristo prometido, que ese pueblo, el pueblo judío, sigue siendo, por razón exclusiva de la sangre de Abraham, el pueblo escogido, el pueblo de las promesas divinas, el pueblo destinado a gobernar a todos los pueblos de la tierra. Planteado así el problema, es evidente que Cristo y su Iglesia salen sobrando; son los enemigos número uno del cristianismo. Así se explica la lucha contra Cristo, que culminó con el Calvario y que se prolongó después hasta el sepulcro mismo; y así se explican también las luchas seculares y no interrumpidas que el Judaismo ha tenido y tiene en contra de la Iglesia. Porque sería pueril que el pueblo cristiano aceptase el diálogo y la amistad judeo-cristiana, que especialmente en los Estados Unidos se fomentan, como una prueba fehaciente de que las hostilidades de nuestros eternos enemigos han ya terminado.

   Una prueba apodíctica de la intriga y conspiración judía nos la ofrece una organización hebrea, cuya historia serviría para hacer ver al mundo el peligro en que se halla. La B'nai B'rith significa los “Hijos de la Alianza”. Es una organización exclusivamente judía, secreta y masónica. Ninguna persona que no sea judío o masón puede ser admitido en esta organización. La B'nai B'rith es un importante y central instrumento del Sionismo político. Es el que dirige el Sionismo político. La B'nai B'rith inspira y guía en sus varias formas a lo que pudiéramos llamar un Naturalismo Organizado. Actúa como el cerebro de los ataques sionistas.

   La “Anti-Defamation League” (Liga anti-difamación) es una arma de la B'nai B’rith. En realidad su verdadero título es: “The Anti-Defamation League of the B'nai B'rith”. Es una organización poderosísima, que tiene activas agencias en las principales ciudades de los Estados Unidos. Posee enormes riquezas para atacar y perseguir a los cristianos. Su bandera principal de combate es contra el “anti-semitismo”, palabra que expresa y comprende a todos los que se atreven a criticar a los judíos o las cosas judías. Tiene todo un tinglado legal para crear problemas legales a todos los recalcitrantes. Es además un sistema de espionaje poderosísimo, del que es muy difícil evadirse. Ejercita un tremendo poder en las autoridades federales, locales o estatales. Controla la política, el comercio, la educación y las organizaciones sociales o religiosas y dirige con poderosa maquinaria la opinión pública. Un análisis de la técnica de la Liga Antidifamatoria de la B'nai B'rith nos demuestra con evidencia que es la protección y garantía de un ultra-racismo y el promotor activísimo del anticristianismo. Alcanza sus fines por medio de la difamación y no por la anti-difamación.

V

 

   Los defensores del Judaismo naturalmente no aceptan la realidad impresionante del problema judío, tal como nosotros lo hemos descrito. Para ellos ese problema es fruto “de las mentes enfermas, siempre prontas a argumentar en todas las materias, que parece que se han unido en todas las ocasiones para despreciar y atacar a los judíos”. Este es el recurso supremo que han usado siempre los judíos para destruir a sus enemigos o, por lo menos, para nulificar su ataque de defensa. Mentes enfermas, han sido los apóstoles; mentes enfermas han sido los Papas que condenaron las fechorías del Judaismo; mentes enfermas los Obispos y los Concilios que han denunciado el peligro manifiesto de esos eternos conspiradoras, y mente enferma fue el mismo Jesucristo que, al no aceptar la ambición racial y absurda de su propio pueblo y al proclamarse a sí mismo como Mesías y Salvador del mundo, contrarió abiertamente el futuro de Israel, como lo había soñado y descrito la incredulidad y la soberbia de los jefes de ese pueblo deicida. La historia no puede enmendarse, para satisfacer los intereses o las conveniencias de los individuos o de las colectividades humanas. Con insultos y calumnias nunca se han destruido los argumentos válidos de la razón y de la fe.

 

VI

 

   Los impugnadores de esta tesis católica, tradicionalmente católica, que han planteado el problema judío en los términos expuestos anteriormente, apoyan su inconsistente argumentación en estas falsas premisas:

   a) Parecen afirmar que la sangre de Abraham, como un sacramento, hace al judío, ex opere operato, individual y colectivamente, el término y el objeto de las promesas y bendiciones divinas. Algo así como si las generaciones sucesivas de Adán hubieran sido, en el plan divino, no el medio quo, sino el fin y el objeto de nuestra elevación al orden sobrenatural.

   Usando un lenguaje escolástico, tan desacreditado en nuestros días, convendría distinguir, in actu primo, el objeto material y el objeto formal de esta elección y bendiciones divinas. El objeto material de la elección divina, al menos en el Antiguo Testamento, pudo ser y de hecho fue, la sangre de Abraham, trasmitida por las generaciones sucesivas entre sus descendientes, que formaron así el pueblo providencialmente escogido. Pero el objeto formal de los planes divinos no es, ni pudo ser la generación material. Esto sería absurdo e indigno de Dios, ya que las elecciones divinas, exigen siempre la libre correspondencia de la criatura a su Creador. En el caso presente, tratándose, en el último término, de la obra redentora, el objeto formal del plan divino era ese pueblo, en cuanto medio, para preparar la venida del Mesías. Por ser seres libres los integrantes de ese pueblo, este objeto formal exigía y presuponía la correspondencia libre de las voluntades humanas, individuales y colectivas, a los planes divinos. No por tener sangre de Abraham podemos afirmar que los judíos son los hijos predilectos del Altísimo, sino por la fidelidad con que correspondiesen a la especialísima misión que Dios les diera; fidelidad que presupone como base el reconocimiento y aceptación de Jesucristo como el prometido Mesías e Hijo de Dios.

   b) Otra premisa falsa de los Progresistas parece afirmar que entre el Cristianismo y el Judaismo (religión y pueblo) existe un vínculo de continuidad, de evolución, de cierta unidad. Esta suposición nos parece insostenible, a la luz de la misma divina revelación, a pesar de que no dejamos de ver y aceptar que los libros del Antiguo Testamento, que fueron para el pueblo judío su tesoro más precioso, son para nosotros la palabra de Dios. Entre el Judaismo (religión y pueblo) y la Iglesia de Cristo no existe más relación que la que se da entre la preparación y la acción, entre la figura y la realidad. Podemos decir que espiritualmente somos hijos de Abraham, en cuanto somos hijos de su fe y de la promesa; pero, esta filiación nada tiene que ver con la carne, como dice San Juan en el prólogo de su Evangelio. La Sinagoga, negando a Cristo, terminó su función el día de Pentecostés cuando los Apóstoles se lanzaron a predicar al mundo entero al mismo Cristo crucificado, a quienes los judíos habían rechazado. De ser preparación para el advenimiento del Mesías, se convirtieron en negación y guerra a la obra divina.

   Sabemos muy bien que, a pesar de su infidelidad colectiva, “el amor de Dios a los Padres”, a Abraham, Isaac, Jacob, etc., hace, por misericordia del Señor, que la ruina de Israel no sea total ni sea definitiva. Siempre ha habido judíos sinceros que han recibido la luz de la fe y se han convertido a Cristo Jesús; al final de los tiempos, todo el pueblo mesiánico volverá a la plenitud de la verdad, de la que ahora están tan lejos. Pero, la salvación individual o colectiva para los judíos, solamente puede darse por el reconocimiento sincero de Cristo crucificado, como el Mesías prometido y el Hijo natural de Dios vivo. ¡Qué caigan de rodillas ante Cristo Jesús y el problema judío ha terminado!

 

VII

 

   Los defensores de la pretensión judaica no solamente eluden la verdad histórica y la verdad revelada, que la Iglesia siempre ha enseñado, sino que van más adelante: para complacer al Judaismo Internacional, condenan a la Iglesia; condenan implícitamente no solo la nefanda Inquisición, sino todas las necesarias defensas que la Iglesia Católica haya podido tomar, en cualquier tiempo y por cualquier causa, contra las incursiones y ataques, abiertos u ocultos, con que la Sinagoga ha podido combatir a la obra de Jesucristo. Es una condenación en masa; es una condenación de más de 30 Pontífices y de varios Concilios, que han tenido que levantar su voz contra los desmanes, las intrigas, los crímenes perpetrados por los judíos, por la mafia, que no por tener sangre de Abraham son impecables.

   ¿Vamos a afirmar ahora que todos esos Papas, todos esos Concilios, todos esos santos se equivocaron? ¿Vamos a confesar, con un mea culpa absurdo, que la Iglesia de veinte siglos careció de la caridad cristiana e incurrió en injustos prejuicios raciales? ¿Vamos a hacer víctimas a los culpables, a los que la justicia condenó por sus probados crímenes? Ante el dilema: la Iglesia o los judíos, parece que sus celosísimos defensores escogieron a los judíos, como ellos antes habían escogido a Barrabás y habían rechazado al Hijo de Dios vivo. La historia se repite.

   Y para hacer esa elección, para confesar la culpabilidad de la Iglesia en el pasado, para declarar persecuciones injustas las penas impuestas a las fechorías de la judería, ¿han estudiado los jueces a fondo el problema? Tal vez un sentimentalismo que simula la caridad o una conveniencia perenal o una consigna secreta de ignorada procedencia haya impulsado a no pocos católicos a convertirse ahora en los ahogados defensores del Judaismo Internacional. Bien está la caridad, pero también bien está la justicia: ni caridad sin justicia, ni justicia sin caridad.

 

VIII

 

   Si las legítimas defensas que tomemos los cristianos, contra las maquinaciones comprobadas de la mafia judía, establecen, según nuestros supuestos enemigos, un racismo de víctimas, injustamente odiadas y perseguidas, la incolumidad con que el Judaismo exige estar protegido, viene a establecer otro racismo, un racismo sagrado con amplio salvoconducto y pasaporte eclesiástico. ¿Cuál puede ser el motivo para establecer ese privilegio exclusivo en favor de los judíos? ¿Acaso son ellos los únicos que han sido perseguidos en la historia de mundo? ¿Por qué no condenar también específicamente a la Masonería y al Comunismo, engendros ambos de la mafia judía, que han causado millones y millones de víctimas en todo el mundo? ¿Por qué no condenar también, después de haberlos desenmascarado, a los que originaron las dos últimas guerras, las financiaron, sostuvieron y propagaron, a costa de tanta sangre, de tantos sufrimientos y de tan horribles tragedias familiares, nacionales e internacionales?

   Suponiendo que fuese verdad “La Mentira de Ulises”, suponiendo que realmente el nazismo sacrificó en los hornos crematorios a seis millones de judíos ¿es ésta una razón suficiente para establecer ese racismo sagrado? ¿La Masonería y el Comunismo y la mafia sionista no han cometido también crímenes inauditos, cuyas víctimas sobrepasan en mucho a los seis millones de la leyenda? El prestigiado Dr. judío Listojewski escribió en la revista “The Broom” de San Diego (California) el 1 de mayo de 1952: “Como estadístico me he esforzado durante dos años y medio en averiguar el número de judíos que perecieron durante la época de Hitler. La cifra oscila entre 350 mil y 500 mil. Si nosotros los judíos afirmamos que fueron 6 millones, esto es una infame mentira”.

   En realidad la persecución nazi contra los judíos no ha sido la única persecución que ese pueblo ha sufrido. Desde los tiempos anteriores a Cristo, los hijos de Israel, fueron atacados, desterrados y hasta amenazados de exterminio. Primero en Egipto, después en Nínive y Babilonia, en Persia; más adelante, en tiempos cristianos, Inglaterra católica, Francia católica y España católica tuvieron que expulsar de su seno a todos los hijos de Israel, que con su presencia y su actividad sediciosa habían puesto en peligro la existencia misma de esos pueblos.

 

“CON CRISTO O CONTRA CRISTO”

R.P. Joaquín Sáenz y Arriaga.

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