viernes, 10 de abril de 2020

La presentación ante Pilatos y Herodes, Y LOS AZOTES A LA COLUMNA – Por Fray Luis de Granada



   Y pasada esta noche dolorosa con tantas ignominias en casa de los Pontífices, otro día por la mañana llevaron al Señor atado a casa de Pilatos  que en aquella provincia por parte de los romanos presidía, pidiéndole con gran instancia que le condenase a muerte.

   Y estando ellos con grandes clamores acusándole y alegando contra Él mil falsedades y mentiras, Él entre toda esta confusión de voces y clamores estaba como un cordero mansísimo ante el que lo trasquila, sin excusarse ni defenderse y sin responder palabra, tanto que el mismo juez estaba grandemente maravillado de ver tanta gravedad y silencio en medio de tanta confusión y gritería.

   Mas aunque el presidente sabía que toda aquella gente se había movido con celo de envidia, pero vencido con pusilanimidad y temor humano, mandó azotar al inocentísimo Cordero, pareciéndole que con esto se amansaría el furor de sus enemigos.

   Dado, pues, este cruel mandamiento, llegan los ministros de la maldad y, desnudando al Señor de sus vestiduras, átanlo fuertemente a una columna y comienzan a azotar aquella purísima carne y añadir azotes a azotes, y llagas a llagas, y heridas a heridas. Corren los arroyos de sangre por aquellas sacratísimas espaldas, hasta regarse la tierra con ella y teñirse de sangre por todas partes.

   Pues ¿qué cosa más dolorosa ni más injuriosa que ésta? Porque castigo de azotes no es de hombres honrados y nobles, sino de esclavos o ladrones o públicos malhechores.

    Por donde los romanos tenían hecha ley que ningún ciudadano de Roma, por delito que hiciese, pudiese ser azotado, por ser este castigo vilísimo y de personas muy bajas. Por lo cual encarece mucho en una oración Tulio la tiranía de un juez que había mandado azotar a un ciudadano de Roma, el cual, viéndose así injuriado, en medio de los azotes decía: “Ciudadano soy de Roma”.

   Pues si tan indigna cosa es azotar un ciudadano de Roma, di tú, alma mía, ¿qué sería ver al Señor de todo lo criado amarrado a una columna y azotado con tan crueles azotes, como un público malhechor? ¿Qué harían los Ángeles, que tan claramente conocían la majestad de este Señor, cuando así le viesen azotado y maltratado?

¿Qué es esto, Rey soberano? ¿Qué castigo es éste? ¿Qué penitencia es ésta? ¿Qué hurto habéis, Señor, cometido por donde así sois azotado?

   Claro está, Señor, que la causa de estos azotes son mis hurtos y maleficios y no los vuestros. Porque así como por vuestra inmensa caridad tomasteis mi humildad, así también tomasteis con ella todas las deudas y obligaciones a que estaba sujeta, y por ella padecéis estos tormentos.

   Los cuales claramente dicen quién sois vos y quién soy yo; quién yo, pues cometí tales pecados que merecieron tal castigo; y quién vos, pues fue tanta vuestra caridad, que tomasteis sobre vos tales delitos.

   Cuánto haya sido el número de estos azotes no lo dicen los Evangelios; mas díselo la muchedumbre de nuestras culpas y la crueldad de estas infernales furias, que tanto gusto tomaban en la sangre y dolores del Salvador.

   ¡Oh!, pues, hombre perdido, que eres causa de todas estas heridas, mira cuán grandes motivos tienes aquí para amar, temer y esperar en este Señor y compadecerte de Él: para amar, viendo lo mucho que padeció por ti; para temer, viendo el rigor con que en Sí mismo castigó tus pecados; para esperar, considerando cuán copiosa redención y satisfacción se ofrece aquí por ellos, y para compadecerte de Él, considerando la grandeza de este tormento y la mucha sangre que el Señor aquí derramó.


“VIDA DE JESUCRISTO”



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