jueves, 7 de noviembre de 2024

MES DE MARÍA INMACULADA: DÍA DE APERTURA. —7 de noviembre.




 


ORACIÓN.

 

   Al comenzar el bello mes que lleva vuestro nombre, ¡oh María! laten nuestros corazones a impulsos del más puro regocijo, porque podremos venir diariamente a este piadoso santuario a deponer a vuestros pies, junto con las más bellas flores de nuestros jardines, el homenaje de nuestro amor filial. Al ver levantarse el sol sobre nuestro horizonte y al declinar nuestras risueñas tardes, nos reuniremos aquí en torno de vuestra imagen querida, para cantar vuestras alabanzas, escuchar la historia de vuestras grandezas y recoger vuestras maternales bendiciones. Al ver abrirse esta serie de santos y felices días experimentamos el contento del hijo que, tras de larga ausencia, vuelve a arrojarse lleno de amorosa ternura en el regazo de su Madre. Cuando hemos visto despertar la naturaleza y cubrirse de flores nuestros jardines y de verduras nuestros campos, el primer pensamiento que ha venido a halagar nuestro corazón ha sido el de venir a festejaros ¡oh dulce Madre!, durante el tiempo de bendición y de salud; porque nos parece que en este mes nos encontramos más tierna, más bella y amorosa, y que vuestras manos están más cargadas que nunca de bendiciones y de gracias.

 

    ¡Ah! Nosotros abrigamos la dulce esperanza de que no transcurrirá ninguno de estos alegres días sin que recojamos algún beneficio de vuestras manos, sin que fijéis sobre nosotros una mirada propicia, o sin que veamos dibujarse en vuestros labios una sonrisa amorosa, símbolo de vuestra predilección de madre, jamás os separaremos de vuestro lado sin haber recibido algunas de vuestras santas inspiraciones y sin llevar en nuestro corazón la inefable seguridad de que seremos salvados por vuestra mediación. Durante treinta días vendremos aquí donde nuestras manos os han levantado un trono de flores, a contaros nuestras penas, a depositar en vuestro seno nuestras lágrimas, a pediros luz en nuestras dudas, resignación en nuestras desgracias y fuerza en nuestras tentaciones.

 

    ¡Oh mes dichoso de María, con cuánta satisfacción vemos llegar el primero de tus bellos días! ¡Cuántas delicias hay ocultas para el corazón cristiano en el transcurso de tus dulces horas! Como desciende en abundancia el rocío sobre las flores que engalanan las praderas, así lluvias de gracias y bendiciones desciendan sobre las almas. ¡Cuán plácida es la aurora de tus días y cuán llenas de atractivos tus hermosas tardes! Nosotros te saludamos ¡oh mes dichoso!, y penetrados de dulce confianza, esperamos que serás para nosotros escuela de perfección, fuente de merecimientos para el cielo y prenda segura de la protección de María.

 

CONSIDERACIÓN.

 

   La devoción a la Santísima Virgen María ha sido siempre el patrimonio de todo corazón cristiano y el distintivo de los pueblos católicos. Desde que Nuestro Señor Jesucristo, colgado cuando niño del cuello de su Madre, nos enseñó a amarla, y desde el momento solemne en que, enclavado en la cruz, nos la legó por Madre, el orbe cristiano no ha cesado jamás de prodigarle las más tiernas manifestaciones de amor filial. Ella fue el sostén y consuelo de los Apóstoles en los días primeros de la Iglesia, y en todos los tiempos ha sido una verdadera madre para los hijos de la fe. Por eso su culto ha atravesado las edades y tiene altares en todas las comarcas del globo, y en todas partes se oye pronunciar su nombre con las efusiones de entrañable amor. El mundo sabe por experiencia que ella tiene remedio para todas las dolencias, consuelo para todas las aflicciones, esperanza para todos los pecadores y gracia para todos los justos.

   En cambio, el amor de los fieles para con ella no tiene límites. Nada hay que no hagan por honrarla. El más hermoso de los meses del año ha recibido su nombre y ha sido dedicado a su culto. Ese mes, lleno de encantos, ofrece a los amantes de María un hermosísimo campo donde ejercitar su devoción y, los multiplicados homenajes que llevan a las plantas de la Reina del cielo, atraen con amorosa violencia sobre los hombres, sus miradas compasivas y su especial protección. ¡Felices las almas que, animadas de un santo celo, se dedican a honrarla durante este mes de bendiciones!

 

   Veamos cuáles son los medios más adecuados para sacar de este mes copiosos frutos espirituales.

 

   En primer lugar, nuestras almas deben estar purificadas de toda mancha que pudiera hacerlas abominables a los ojos de Jesús y de María. Si así no fuera, nuestros homenajes no serían aceptables, ni nuestras plegarias subirían al cielo envueltas en el humo del incienso que diariamente se quema al pie del altar de María. Que las flores y las coronas que nos complacemos en presentarla sean el símbolo de nuestra pureza; ellas se marchitarían bien pronto si la mano que las deja al pie del altar, fuera la misma que acaricia el vicio y ha sido manchada por el pecado. Para cumplir esta condición, conviene frecuentar durante este mes los Santos Sacramentos de la confesión y comunión.

 

   En segundo lugar, la mejor manera de honrar a María es la de procurar imitarla. Esta es la expresión más positiva del verdadero amor. El que ama, por un instinto invencible, trata de identificarse con el objeto amado y de arreglar su conducta del modo más apropiado para agradarle. Y si esta cualidad se descubre hasta en el amor profano, ¿con cuánta mayor razón debe adornar el amor que se profesa a la Madre del amor hermoso y de la santa esperanza?

Formemos, pues, al comenzar este mes, la resolución de adquirir la virtud que más necesitemos o de extirpar el defecto que más nos domine.

 

   En tercer lugar, es preciso llevar nuestros obsequios a María con un espíritu ajeno a toda afición terrenal y a toda conveniencia mezquina. Que sólo el amor y el celo por honrarla nos impulsen a llevar a sus pies nuestras ofrendas. Cada flor añadida a su corona vaya acompañada de un suspiro suplicante y de una mirada amorosa. De otra manera nuestros obsequios serían muertos, porque los actos externos sacan su valor del espíritu que los anima y de la intención con que se ejecutan.

 

   Finalmente, no olvidemos que, si María está siempre pronta a acudir a la voz del hijo que la llama y a interponer a favor suyo su poderoso influjo, nunca está más dispuesta que en estos días de bendición. Pidamos por nuestras necesidades espirituales y temporales, por la conversión de los pecadores y por el triunfo de la Santa Iglesia.

 

PROPÓSITO.

 

   Practicar todos los ejercicios de este santo mes con el mayor fervor y exactitud, no dejando pasar un solo día sin honrar a la Madre de Dios con especiales obsequios.

 

OFRECIMIENTO DEL MES A MARÍA INMACULADA.

 

   Postrados a vuestros pies y en presencia de Jesús, vuestro Hijo Santísimo, venimos a ofreceros ¡oh Virgen pura!, los homenajes de amor que traeremos a vuestras plantas durante el mes que hoy comenzamos en vuestro nombre. Pobres serán nuestras ofrendas e indignos de Vos nuestros obsequios; pero no miréis su pequeñez, para fijaros tan solo en la voluntad con que os los presentamos. Junto con ellos os dejamos nuestros corazones animados por amorosa ternura. Sois Madre, y lo único que una madre anhela es el amor de sus hijos. Esas flores y esas coronas con que decoramos vuestra imagen querida; esas luces con que iluminamos vuestro santuario; los dulces himnos con que cantamos vuestras alabanzas, símbolo son de nuestro amor filial. A coged, pues, benignamente nuestros votos, escuchad nuestros suspiros y despachad favorablemente nuestras súplicas. Obtenednos las gracias que necesitamos para terminar este mes con el mismo fervor con que lo comenzamos, a fin de que, cosechando copiosamente frutos para nuestra santificación, podamos un día cantar vuestras alabanzas en el cielo. Amén.

 

PRÁCTICAS ESPIRITUALES.

 

   1—Oír una misa en honra de la Santísima Trinidad en acción de gracias por los favores otorgados a María.

   2—Saludara María con el Ángelus por la mañana, a mediodía y en la tarde.

   3—Sufrir con paciencia por amor a María, todo trabajo, aflicción o contrariedad.

 

“Presbítero Rodolfo Vergara Antúnez”

 

 


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