ORACIÓN.
Al comenzar el bello mes que lleva vuestro
nombre, ¡oh María! laten nuestros corazones a impulsos del más puro regocijo,
porque podremos venir diariamente a este piadoso santuario a deponer a vuestros
pies, junto con las más bellas flores de nuestros jardines, el homenaje de
nuestro amor filial. Al ver levantarse el sol sobre nuestro horizonte y al
declinar nuestras risueñas tardes, nos reuniremos aquí en torno de vuestra
imagen querida, para cantar vuestras alabanzas, escuchar la historia de
vuestras grandezas y recoger vuestras maternales bendiciones. Al ver abrirse
esta serie de santos y felices días experimentamos el contento del hijo que,
tras de larga ausencia, vuelve a arrojarse lleno de amorosa ternura en el
regazo de su Madre. Cuando hemos visto despertar la naturaleza y cubrirse de
flores nuestros jardines y de verduras nuestros campos, el primer pensamiento
que ha venido a halagar nuestro corazón ha sido el de venir a festejaros ¡oh
dulce Madre!, durante el tiempo de bendición y de salud; porque nos parece que
en este mes nos encontramos más tierna, más bella y amorosa, y que vuestras
manos están más cargadas que nunca de bendiciones y de gracias.
¡Ah! Nosotros abrigamos la dulce esperanza
de que no transcurrirá ninguno de estos alegres días sin que recojamos algún
beneficio de vuestras manos, sin que fijéis sobre nosotros una mirada propicia,
o sin que veamos dibujarse en vuestros labios una sonrisa amorosa, símbolo de
vuestra predilección de madre, jamás os separaremos de vuestro lado sin haber
recibido algunas de vuestras santas inspiraciones y sin llevar en nuestro
corazón la inefable seguridad de que seremos salvados por vuestra mediación.
Durante treinta días vendremos aquí donde nuestras manos os han levantado un
trono de flores, a contaros nuestras penas, a depositar en vuestro seno
nuestras lágrimas, a pediros luz en nuestras dudas, resignación en nuestras
desgracias y fuerza en nuestras tentaciones.
¡Oh mes dichoso de María, con cuánta
satisfacción vemos llegar el primero de tus bellos días! ¡Cuántas delicias hay
ocultas para el corazón cristiano en el transcurso de tus dulces horas! Como
desciende en abundancia el rocío sobre las flores que engalanan las praderas,
así lluvias de gracias y bendiciones desciendan sobre las almas. ¡Cuán plácida
es la aurora de tus días y cuán llenas de atractivos tus hermosas tardes!
Nosotros te saludamos ¡oh mes dichoso!, y penetrados de dulce confianza,
esperamos que serás para nosotros escuela de perfección, fuente de
merecimientos para el cielo y prenda segura de la protección de María.
CONSIDERACIÓN.
La devoción a la Santísima Virgen María ha
sido siempre el patrimonio de todo corazón cristiano y el distintivo de los
pueblos católicos. Desde que Nuestro Señor Jesucristo, colgado cuando niño del
cuello de su Madre, nos enseñó a amarla, y desde el momento solemne en que,
enclavado en la cruz, nos la legó por Madre, el orbe cristiano no ha cesado jamás
de prodigarle las más tiernas manifestaciones de amor filial. Ella fue el
sostén y consuelo de los Apóstoles en los días primeros de la Iglesia, y en
todos los tiempos ha sido una verdadera madre para los hijos de la fe. Por eso
su culto ha atravesado las edades y tiene altares en todas las comarcas del
globo, y en todas partes se oye pronunciar su nombre con las efusiones de
entrañable amor. El mundo sabe por experiencia que ella tiene remedio para
todas las dolencias, consuelo para todas las aflicciones, esperanza para todos
los pecadores y gracia para todos los justos.
En cambio, el amor de los fieles para con
ella no tiene límites. Nada hay que no hagan por honrarla. El más hermoso de
los meses del año ha recibido su nombre y ha sido dedicado a su culto. Ese mes,
lleno de encantos, ofrece a los amantes de María un hermosísimo campo donde
ejercitar su devoción y, los multiplicados homenajes que llevan a las plantas
de la Reina del cielo, atraen con amorosa violencia sobre los hombres, sus miradas
compasivas y su especial protección. ¡Felices las almas que, animadas de un
santo celo, se dedican a honrarla durante este mes de bendiciones!
Veamos cuáles son los medios más adecuados
para sacar de este mes copiosos frutos espirituales.
En primer lugar, nuestras almas deben estar
purificadas de toda mancha que pudiera hacerlas abominables a los ojos de Jesús
y de María. Si así no fuera, nuestros homenajes no serían aceptables, ni
nuestras plegarias subirían al cielo envueltas en el humo del incienso que
diariamente se quema al pie del altar de María. Que las flores y las coronas
que nos complacemos en presentarla sean el símbolo de nuestra pureza; ellas se
marchitarían bien pronto si la mano que las deja al pie del altar, fuera la
misma que acaricia el vicio y ha sido manchada por el pecado. Para cumplir esta
condición, conviene frecuentar durante este mes los Santos Sacramentos de la
confesión y comunión.
En segundo lugar, la mejor manera de honrar
a María es la de procurar imitarla. Esta es la expresión más positiva del
verdadero amor. El que ama, por un instinto invencible, trata de identificarse
con el objeto amado y de arreglar su conducta del modo más apropiado para
agradarle. Y si esta cualidad se descubre hasta en el amor profano, ¿con cuánta
mayor razón debe adornar el amor que se profesa a la Madre del amor hermoso y
de la santa esperanza?
Formemos,
pues, al comenzar este mes, la resolución de adquirir la virtud que más
necesitemos o de extirpar el defecto que más nos domine.
En tercer lugar, es preciso llevar nuestros
obsequios a María con un espíritu ajeno a toda afición terrenal y a toda
conveniencia mezquina. Que sólo el amor y el celo por honrarla nos impulsen a
llevar a sus pies nuestras ofrendas. Cada flor añadida a su corona vaya
acompañada de un suspiro suplicante y de una mirada amorosa. De otra manera
nuestros obsequios serían muertos, porque los actos externos sacan su valor del
espíritu que los anima y de la intención con que se ejecutan.
Finalmente, no olvidemos que, si María está
siempre pronta a acudir a la voz del hijo que la llama y a interponer a favor
suyo su poderoso influjo, nunca está más dispuesta que en estos días de
bendición. Pidamos por nuestras necesidades espirituales y temporales, por la
conversión de los pecadores y por el triunfo de la Santa Iglesia.
PROPÓSITO.
Practicar todos los ejercicios de este santo
mes con el mayor fervor y exactitud, no dejando pasar un solo día sin honrar a
la Madre de Dios con especiales obsequios.
OFRECIMIENTO
DEL MES A MARÍA INMACULADA.
Postrados a vuestros pies y en presencia de
Jesús, vuestro Hijo Santísimo, venimos a ofreceros ¡oh Virgen pura!, los
homenajes de amor que traeremos a vuestras plantas durante el mes que hoy
comenzamos en vuestro nombre. Pobres serán nuestras ofrendas e indignos de Vos
nuestros obsequios; pero no miréis su pequeñez, para fijaros tan solo en la
voluntad con que os los presentamos. Junto con ellos os dejamos nuestros
corazones animados por amorosa ternura. Sois Madre, y lo único que una madre
anhela es el amor de sus hijos. Esas flores y esas coronas con que decoramos
vuestra imagen querida; esas luces con que iluminamos vuestro santuario; los
dulces himnos con que cantamos vuestras alabanzas, símbolo son de nuestro amor
filial. A coged, pues, benignamente nuestros votos, escuchad nuestros suspiros
y despachad favorablemente nuestras súplicas. Obtenednos las gracias que
necesitamos para terminar este mes con el mismo fervor con que lo comenzamos, a
fin de que, cosechando copiosamente frutos para nuestra santificación, podamos
un día cantar vuestras alabanzas en el cielo. Amén.
PRÁCTICAS
ESPIRITUALES.
1—Oír una misa en honra de la Santísima
Trinidad en acción de gracias por los favores otorgados a María.
2—Saludara María con el Ángelus por la
mañana, a mediodía y en la tarde.
3—Sufrir con paciencia por amor a María,
todo trabajo, aflicción o contrariedad.
“Presbítero
Rodolfo Vergara Antúnez”
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