Alma cristiana, difícilmente
estará Dios feliz con tu vida pasada, y ciertamente tú mismo no lo estas, y si
la muerte te viniese ahora a buscar, seguramente no morirías de buen grado. Con
todo, espero que estés decidida a servir a Dios más fielmente en el futuro, y
amarlo más fervientemente, y, por eso, prepárate para el combate.
LAS TENTACIONES. Escucha cómo el Espíritu
Santo te exhorta: “Hijo, entrando al servicio de Dios…prepara tu alma para la
tentación” (Ecli 2, 1). Y, de hecho, el Señor a veces permite que las almas más
queridas por Él, también sean las más
atormentados por las tentaciones.
En el desierto de Palestina, entre ejercicios
y oraciones, San Jerónimo estaba terriblemente atormentado por las tentaciones.
“Estaba solo, escribe, y mi corazón estaba lleno de amargura, mis miembros macilentos
y exhaustos, cubiertos de cilicios, mi piel estaba ennegrecida como el de un
africano; la dura tierra era mi lecho, que me sirvió más para el tormento que para
el descanso; mi comida era escasa y, a pesar de todo esto, mi corazón se
inflamaba, contra mi voluntad, y ardía con la lujuria más espantosa, mi único
consuelo consistió en dirigirme apresuradamente a Jesucristo y pedirle su
auxilio” (Ep. ad Eustoch.).
1) Si Dios Nuestro Señor permite que nos
sobrevengan tentaciones, es para que no humillemos. ¿Qué sabe aquel que no es
tentado? (Ecli. 34,9). Pregunta el sabio. Y, en verdad, nunca se aprende mejor
a conocer la propia miseria que cuando se es tentado. Antes de la tentación
como hace notar San Agustín, se fiaba San Pedro mucho en su propia persona,
llegando hasta declarar que prefería morir antes que negar a Jesús. Pero cuando
fue tentado, cobardemente lo negó, y de esta manera aprendió a conocer su
propia flaqueza. San Pedro que antes de la tentación, colocaba su confianza en sí
mismo, continúa San Agustín, llegó a conocerse en la tentación”
Por la misma razón quiso el Señor que San
Pedro fuese atormentado por unas de esas molestas tentaciones, que más que otras
humillan al hombre, para que no se envanezca
con las revelaciones celestiales que les fueron hechas. “Y a fin de que por la
grandeza de las revelaciones, no me levante sobre lo que soy, me ha sido
clavado un aguijón en la carne, un ángel
de Satanás que me abofetee, para que no me engría” (2 Cor 12, 7).
2) ¡Oh Señor! permítenos también que seamos
tentados para enriquecernos de méritos. Muchos cristianos piadosos son
atormentados de escrúpulos por causa de los malos pensamientos que tienen. Se afligen sin razón, pues no son
los malos pensamientos, sino el consentimiento en ellos, lo que constituye
pecado.
Por grandes que sean las tentaciones, no podrán
manchar vuestra alma, si sobrevienen sin nuestra culpa, y si lo repelemos.
Santa Catalina de Siena, y Santa Ángela
de Foligno tuvieron fuertes tentaciones contra la pureza, más lejos de ofuscar
la pureza de esas almas castas, aumentaron en ellas tales virtudes.
Cada vez que un alma vence una tentación,
adquiere un nuevo grado de gracia y, correspondientemente un nuevo grado de
gloria en el cielo. De manera que ganaremos tantas coronas, como tantas fueren
las tentaciones vencidas, afirma San Bernardo. Nuestro Señor mismo dice a Santa
Matilde: “Tantas serán las perlas que un alma engarza en su corona, cuantas
fueran las tentaciones por ella vencidas con el auxilio de mi gracia”. En los anales de los Cistercienses
se consta que una vez, durante la noche fue un monje asaltado por tentaciones
impuras, consiguiendo a pesar de todo salir vencedor. Ahora entre tanto un
hermano lego tuvo la siguiente visión: “Le aparece un joven encantador, que le
presenta una corona de piedras preciosas diciéndole: procura de entregar a tal
monje esta corona, que la conquisto esta noche. El hermano lego le relata la
visión al Abad, que manda llamar al referido monje y, sabiendo de la
resistencia que opuso a la tentación, reconoce que aquella era la recompensa,
que el Señor le preparaba en el cielo”.
También Nuestra Señora revelo a Santa
Brígida, que ella abría de recibir una recompensa especial del cielo, si se esforzase
por repeler los malos pensamientos, aunque
éstos no desaparecieran de su espíritu, a pesar de sus esfuerzos. “A cada uno
de tus esfuerzos le corresponderá una corona en el cielo” le dice la Santísima
Virgen.
3) Dios permite entonces las tentaciones, porque
ellas nos mueven a la práctica de las virtudes, en especial la humildad, y la
sumisión a la voluntad de Dios. Las penas que más afligen a las almas amantes,
no es la pobreza, los desengaños, los desprecios y persecuciones, sino el
abandono a las tentaciones internas. Cuando un alma goza de la presencia
amorosa de Dios, los dolores, las injurias y malos tratos que tienen que sufrir
de parte de los hombres, lejos de abatirlas, las consuela, ya que se les permite
ofrecer alguna como a su Dios, como prenda de su amor; todo esto le sirve, por
así decirlo, como combustible con el que alimenta el fuego del amor divino.
Un tormento, sin embargo, inmensamente atroz
para quienes aman a Jesucristo con todo el corazón, es verse expuestos al
peligro de perder la gracia de Dios por la tentación, o la desolación, y el
miedo de haberla perdido ya, que es aún más horrible.
Sin embargo, este mismo amor le da la fuerza
para sufrir con paciencia tales pruebas y continuar decididamente por el camino
de la perfección.
Ninguna tormenta es tan peligrosa para un
velero, escribe San Jerónimo, como la prolongada falta de viento. Entonces la
tormenta de las tentaciones obliga al hombre a no quedarse ocioso, sino a
unirse más íntimamente a Dios a través de la oración y la renovación de sus buenas
intenciones, realizando repetidos actos de humildad, confianza y renuncia.
A este respecto leemos el siguiente hecho de
la vida de los Padres: Un joven estaba continuamente atormentado por violentas
tentaciones contra la pureza. Cuando su padre espiritual lo vio una vez en tal
angustia, le preguntó: ¿Quieres, hijo mío, que le pida a Dios que te libre de
tantas tentaciones que no te dejan ni una hora de paz? El buen joven respondió:
No, padre mío, porque aunque siento el tormento de estas tentaciones no dejo de
reconocer su utilidad; me ejercito así continuamente en la práctica de todas
las virtudes; y ahora rezo más que
antes, ayuno más a menudo, hago mayores esfuerzos para mortificar mi carne rebelde.
Por lo tanto es mejor que pida a Dios me
asista con su gracia para aguantar con paciencia estas tentaciones y a través
de ellas avanzar hacia la perfección.
No debemos desear tentaciones contra la pureza;
sin embargo, si somos asaltados por ellas, debemos recibirlas con resignación y
pensar que Dios los permite para nuestro mayor bien. El apóstol san Pablo,
atormentado por tales tentaciones, pedía al Señor muchas veces, que le librase de
ellas, recibiendo, sin embargo por respuesta, que la gracia divina le bastaba.
“Por eso rogué al Señor tres veces para que ángel de satanás se apartase de mí.
Pero Él me dijo: Bástate mi gracia, porque la fuerza se manifiesta más
perfectamente en la flaqueza” (2 Cor 12,8).
Ciertamente dirás: Pero San Pablo era un
santo. A lo qué responde San Agustín (Conf., 1. 12): “¿Qué pensáis? ¿Fue, tal
vez, por sus propias fuerzas que los santos resistían las tentaciones? ¿No fue
más bien, por la gracia de Dios? ¿Fue para ellos mismos o por el Señor, qué podían
hacer cosa alguna? Los santos confiaron en Dios, y por eso conquistaron la
victoria.
El mismo santo doctor añade: “Abandónate en
manos de Dios, y no temas: el que te expone al combate, no te dejará solo, ni te
abandonará, lanzándote a la perdición. Entrégate a él y no temas; Él no se
apartará de ti, dejándote caer”
4) Dios finalmente permite que las
tentaciones nos desprendamos cada vez más del mundo, y hacernos desear más ardientemente
su visión en el cielo. Almas devotas, viéndose en el mundo combatidas día y noche
por tantos enemigos, se asquean de la vida y exclaman: “Ay de mí, que dura
tanto mi peregrinación” (Sal. 119, 5), y suspiran por la hora en que puedan
decir: “Rota está el lazo y estamos libres” (Sal. 122, 7). El alma desearía
subir hasta Dios, más una cadena la retiene en el mundo, donde es continuamente
es asaltada por tentaciones. Las almas que aman a Dios suspiran por esa
liberación, para verse libres del peligro de ofender a Dios.
“ESCUELA DE PERFECCIÓN
CRISTIANA”
Año 1955.