sábado, 9 de noviembre de 2024

RAZONES POR LAS QUE DIOS PERMITE QUE SEAMOS TENTADOS – Por San Alfonso María de Ligorio. (Traducido por Nicky Pío del texto en portugués).


 



   Alma cristiana, difícilmente estará Dios feliz con tu vida pasada, y ciertamente tú mismo no lo estas, y si la muerte te viniese ahora a buscar, seguramente no morirías de buen grado. Con todo, espero que estés decidida a servir a Dios más fielmente en el futuro, y amarlo más fervientemente, y, por eso, prepárate para el combate.

 

   LAS TENTACIONES. Escucha cómo el Espíritu Santo te exhorta: “Hijo, entrando al servicio de Dios…prepara tu alma para la tentación” (Ecli 2, 1). Y, de hecho, el Señor a veces permite que las almas más queridas  por Él, también sean las más atormentados por las tentaciones.

 

   En el desierto de Palestina, entre ejercicios y oraciones, San Jerónimo estaba terriblemente atormentado por las tentaciones. “Estaba solo, escribe, y mi corazón estaba lleno de amargura, mis miembros macilentos y exhaustos, cubiertos de cilicios, mi piel estaba ennegrecida como el de un africano; la dura tierra era mi lecho, que me sirvió más para el tormento que para el descanso; mi comida era escasa y, a pesar de todo esto, mi corazón se inflamaba, contra mi voluntad, y ardía con la lujuria más espantosa, mi único consuelo consistió en dirigirme apresuradamente a Jesucristo y pedirle su auxilio” (Ep. ad Eustoch.).

 

   1) Si Dios Nuestro Señor permite que nos sobrevengan tentaciones, es para que no humillemos. ¿Qué sabe aquel que no es tentado? (Ecli. 34,9). Pregunta el sabio. Y, en verdad, nunca se aprende mejor a conocer la propia miseria que cuando se es tentado. Antes de la tentación como hace notar San Agustín, se fiaba San Pedro mucho en su propia persona, llegando hasta declarar que prefería morir antes que negar a Jesús. Pero cuando fue tentado, cobardemente lo negó, y de esta manera aprendió a conocer su propia flaqueza. San Pedro que antes de la tentación, colocaba su confianza en sí mismo, continúa San Agustín, llegó a conocerse en la tentación”

 

   Por la misma razón quiso el Señor que San Pedro fuese atormentado por unas de esas molestas tentaciones, que más que otras humillan  al hombre, para que no se envanezca con las revelaciones celestiales que les fueron hechas. “Y a fin de que por la grandeza de las revelaciones, no me levante sobre lo que soy, me ha sido clavado un aguijón en la carne,  un ángel de Satanás que me abofetee, para que no me engría” (2 Cor 12, 7).

 

   2) ¡Oh Señor! permítenos también que seamos tentados para enriquecernos de méritos. Muchos cristianos piadosos son atormentados de escrúpulos por causa de los malos pensamientos  que tienen. Se afligen sin razón, pues no son los malos pensamientos, sino el consentimiento en ellos, lo que constituye pecado.

 

   Por grandes que sean las tentaciones, no podrán manchar vuestra alma, si sobrevienen sin nuestra culpa, y si lo repelemos. Santa Catalina de Siena, y  Santa Ángela de Foligno tuvieron fuertes tentaciones contra la pureza, más lejos de ofuscar la pureza de esas almas castas, aumentaron en ellas tales virtudes.

 

   Cada vez que un alma vence una tentación, adquiere un nuevo grado de gracia y, correspondientemente un nuevo grado de gloria en el cielo. De manera que ganaremos tantas coronas, como tantas fueren las tentaciones vencidas, afirma San Bernardo. Nuestro Señor mismo dice a Santa Matilde: “Tantas serán las perlas que un alma engarza en su corona, cuantas fueran las tentaciones por ella vencidas con el auxilio de mi  gracia”. En los anales de los Cistercienses se consta que una vez, durante la noche fue un monje asaltado por tentaciones impuras, consiguiendo a pesar de todo salir vencedor. Ahora entre tanto un hermano lego tuvo la siguiente visión: “Le aparece un joven encantador, que le presenta una corona de piedras preciosas diciéndole: procura de entregar a tal monje esta corona, que la conquisto esta noche. El hermano lego le relata la visión al Abad, que manda llamar al referido monje y, sabiendo de la resistencia que opuso a la tentación, reconoce que aquella era la recompensa, que el Señor le preparaba en el cielo”.

 

   También Nuestra Señora revelo a Santa Brígida, que ella abría de recibir una recompensa especial del cielo, si se esforzase por repeler los malos pensamientos, aunque éstos no desaparecieran de su espíritu, a pesar de sus esfuerzos. “A cada uno de tus esfuerzos le corresponderá una corona en el cielo” le dice la Santísima Virgen.

 

   3) Dios permite entonces las tentaciones, porque ellas nos mueven a la práctica de las virtudes, en especial la humildad, y la sumisión a la voluntad de Dios. Las penas que más afligen a las almas amantes, no es la pobreza, los desengaños, los desprecios y persecuciones, sino el abandono a las tentaciones internas. Cuando un alma goza de la presencia amorosa de Dios, los dolores, las injurias y malos tratos que tienen que sufrir de parte de los hombres, lejos de abatirlas, las consuela, ya que se les permite ofrecer alguna como a su Dios, como prenda de su amor; todo esto le sirve, por así decirlo, como combustible con el que alimenta el fuego del amor divino.

 

   Un tormento, sin embargo, inmensamente atroz para quienes aman a Jesucristo con todo el corazón, es verse expuestos al peligro de perder la gracia de Dios por la tentación, o la desolación, y el miedo de haberla perdido ya, que es aún más horrible.

 

   Sin embargo, este mismo amor le da la fuerza para sufrir con paciencia tales pruebas y continuar decididamente por el camino de la perfección.

 

   Ninguna tormenta es tan peligrosa para un velero, escribe San Jerónimo, como la prolongada falta de viento. Entonces la tormenta de las tentaciones obliga al hombre a no quedarse ocioso, sino a unirse más íntimamente a Dios a través de la oración y la renovación de sus buenas intenciones, realizando repetidos actos de humildad, confianza y renuncia.

 

   A este respecto leemos el siguiente hecho de la vida de los Padres: Un joven estaba continuamente atormentado por violentas tentaciones contra la pureza. Cuando su padre espiritual lo vio una vez en tal angustia, le preguntó: ¿Quieres, hijo mío, que le pida a Dios que te libre de tantas tentaciones que no te dejan ni una hora de paz? El buen joven respondió: No, padre mío, porque aunque siento el tormento de estas tentaciones no dejo de reconocer su utilidad; me ejercito así continuamente en la práctica de todas las virtudes;  y ahora rezo más que antes, ayuno más a menudo, hago mayores esfuerzos para mortificar mi carne rebelde. Por lo tanto  es mejor que pida a Dios me asista con su gracia para aguantar con paciencia estas tentaciones y a través de ellas avanzar hacia la perfección.

 

   No debemos desear tentaciones contra la pureza; sin embargo, si somos asaltados por ellas, debemos recibirlas con resignación y pensar que Dios los permite para nuestro mayor bien. El apóstol san Pablo, atormentado por tales tentaciones, pedía al Señor muchas veces, que le librase de ellas, recibiendo, sin embargo por respuesta, que la gracia divina le bastaba. “Por eso rogué al Señor tres veces para que ángel de satanás se apartase de mí. Pero Él me dijo: Bástate mi gracia, porque la fuerza se manifiesta más perfectamente en la flaqueza” (2 Cor 12,8).

 

   Ciertamente dirás: Pero San Pablo era un santo. A lo qué responde San Agustín (Conf., 1. 12): “¿Qué pensáis? ¿Fue, tal vez, por sus propias fuerzas que los santos resistían las tentaciones? ¿No fue más bien, por la gracia de Dios? ¿Fue para ellos mismos o por el Señor, qué podían hacer cosa alguna? Los santos confiaron en Dios, y por eso conquistaron la victoria.

 

   El mismo santo doctor añade: “Abandónate en manos de Dios, y no temas: el que te expone al combate, no te dejará solo, ni te abandonará, lanzándote a la perdición. Entrégate a él y no temas; Él no se apartará de ti, dejándote caer”

 

   4) Dios finalmente permite que las tentaciones nos desprendamos cada vez más del mundo, y hacernos desear más ardientemente su visión en el cielo. Almas devotas, viéndose en el mundo combatidas día y noche por tantos enemigos, se asquean de la vida y exclaman: “Ay de mí, que dura tanto mi peregrinación” (Sal. 119, 5), y suspiran por la hora en que puedan decir: “Rota está el lazo y estamos libres” (Sal. 122, 7). El alma desearía subir hasta Dios, más una cadena la retiene en el mundo, donde es continuamente es asaltada por tentaciones. Las almas que aman a Dios suspiran por esa liberación, para verse libres del peligro de ofender a Dios.

 

“ESCUELA DE PERFECCIÓN CRISTIANA”

Año 1955.

 

 

 

 


jueves, 7 de noviembre de 2024

MES DE MARÍA INMACULADA: DÍA DE APERTURA. —7 de noviembre.




 


ORACIÓN.

 

   Al comenzar el bello mes que lleva vuestro nombre, ¡oh María! laten nuestros corazones a impulsos del más puro regocijo, porque podremos venir diariamente a este piadoso santuario a deponer a vuestros pies, junto con las más bellas flores de nuestros jardines, el homenaje de nuestro amor filial. Al ver levantarse el sol sobre nuestro horizonte y al declinar nuestras risueñas tardes, nos reuniremos aquí en torno de vuestra imagen querida, para cantar vuestras alabanzas, escuchar la historia de vuestras grandezas y recoger vuestras maternales bendiciones. Al ver abrirse esta serie de santos y felices días experimentamos el contento del hijo que, tras de larga ausencia, vuelve a arrojarse lleno de amorosa ternura en el regazo de su Madre. Cuando hemos visto despertar la naturaleza y cubrirse de flores nuestros jardines y de verduras nuestros campos, el primer pensamiento que ha venido a halagar nuestro corazón ha sido el de venir a festejaros ¡oh dulce Madre!, durante el tiempo de bendición y de salud; porque nos parece que en este mes nos encontramos más tierna, más bella y amorosa, y que vuestras manos están más cargadas que nunca de bendiciones y de gracias.

 

    ¡Ah! Nosotros abrigamos la dulce esperanza de que no transcurrirá ninguno de estos alegres días sin que recojamos algún beneficio de vuestras manos, sin que fijéis sobre nosotros una mirada propicia, o sin que veamos dibujarse en vuestros labios una sonrisa amorosa, símbolo de vuestra predilección de madre, jamás os separaremos de vuestro lado sin haber recibido algunas de vuestras santas inspiraciones y sin llevar en nuestro corazón la inefable seguridad de que seremos salvados por vuestra mediación. Durante treinta días vendremos aquí donde nuestras manos os han levantado un trono de flores, a contaros nuestras penas, a depositar en vuestro seno nuestras lágrimas, a pediros luz en nuestras dudas, resignación en nuestras desgracias y fuerza en nuestras tentaciones.

 

    ¡Oh mes dichoso de María, con cuánta satisfacción vemos llegar el primero de tus bellos días! ¡Cuántas delicias hay ocultas para el corazón cristiano en el transcurso de tus dulces horas! Como desciende en abundancia el rocío sobre las flores que engalanan las praderas, así lluvias de gracias y bendiciones desciendan sobre las almas. ¡Cuán plácida es la aurora de tus días y cuán llenas de atractivos tus hermosas tardes! Nosotros te saludamos ¡oh mes dichoso!, y penetrados de dulce confianza, esperamos que serás para nosotros escuela de perfección, fuente de merecimientos para el cielo y prenda segura de la protección de María.

 

CONSIDERACIÓN.

 

   La devoción a la Santísima Virgen María ha sido siempre el patrimonio de todo corazón cristiano y el distintivo de los pueblos católicos. Desde que Nuestro Señor Jesucristo, colgado cuando niño del cuello de su Madre, nos enseñó a amarla, y desde el momento solemne en que, enclavado en la cruz, nos la legó por Madre, el orbe cristiano no ha cesado jamás de prodigarle las más tiernas manifestaciones de amor filial. Ella fue el sostén y consuelo de los Apóstoles en los días primeros de la Iglesia, y en todos los tiempos ha sido una verdadera madre para los hijos de la fe. Por eso su culto ha atravesado las edades y tiene altares en todas las comarcas del globo, y en todas partes se oye pronunciar su nombre con las efusiones de entrañable amor. El mundo sabe por experiencia que ella tiene remedio para todas las dolencias, consuelo para todas las aflicciones, esperanza para todos los pecadores y gracia para todos los justos.

   En cambio, el amor de los fieles para con ella no tiene límites. Nada hay que no hagan por honrarla. El más hermoso de los meses del año ha recibido su nombre y ha sido dedicado a su culto. Ese mes, lleno de encantos, ofrece a los amantes de María un hermosísimo campo donde ejercitar su devoción y, los multiplicados homenajes que llevan a las plantas de la Reina del cielo, atraen con amorosa violencia sobre los hombres, sus miradas compasivas y su especial protección. ¡Felices las almas que, animadas de un santo celo, se dedican a honrarla durante este mes de bendiciones!

 

   Veamos cuáles son los medios más adecuados para sacar de este mes copiosos frutos espirituales.

 

   En primer lugar, nuestras almas deben estar purificadas de toda mancha que pudiera hacerlas abominables a los ojos de Jesús y de María. Si así no fuera, nuestros homenajes no serían aceptables, ni nuestras plegarias subirían al cielo envueltas en el humo del incienso que diariamente se quema al pie del altar de María. Que las flores y las coronas que nos complacemos en presentarla sean el símbolo de nuestra pureza; ellas se marchitarían bien pronto si la mano que las deja al pie del altar, fuera la misma que acaricia el vicio y ha sido manchada por el pecado. Para cumplir esta condición, conviene frecuentar durante este mes los Santos Sacramentos de la confesión y comunión.

 

   En segundo lugar, la mejor manera de honrar a María es la de procurar imitarla. Esta es la expresión más positiva del verdadero amor. El que ama, por un instinto invencible, trata de identificarse con el objeto amado y de arreglar su conducta del modo más apropiado para agradarle. Y si esta cualidad se descubre hasta en el amor profano, ¿con cuánta mayor razón debe adornar el amor que se profesa a la Madre del amor hermoso y de la santa esperanza?

Formemos, pues, al comenzar este mes, la resolución de adquirir la virtud que más necesitemos o de extirpar el defecto que más nos domine.

 

   En tercer lugar, es preciso llevar nuestros obsequios a María con un espíritu ajeno a toda afición terrenal y a toda conveniencia mezquina. Que sólo el amor y el celo por honrarla nos impulsen a llevar a sus pies nuestras ofrendas. Cada flor añadida a su corona vaya acompañada de un suspiro suplicante y de una mirada amorosa. De otra manera nuestros obsequios serían muertos, porque los actos externos sacan su valor del espíritu que los anima y de la intención con que se ejecutan.

 

   Finalmente, no olvidemos que, si María está siempre pronta a acudir a la voz del hijo que la llama y a interponer a favor suyo su poderoso influjo, nunca está más dispuesta que en estos días de bendición. Pidamos por nuestras necesidades espirituales y temporales, por la conversión de los pecadores y por el triunfo de la Santa Iglesia.

 

PROPÓSITO.

 

   Practicar todos los ejercicios de este santo mes con el mayor fervor y exactitud, no dejando pasar un solo día sin honrar a la Madre de Dios con especiales obsequios.

 

OFRECIMIENTO DEL MES A MARÍA INMACULADA.

 

   Postrados a vuestros pies y en presencia de Jesús, vuestro Hijo Santísimo, venimos a ofreceros ¡oh Virgen pura!, los homenajes de amor que traeremos a vuestras plantas durante el mes que hoy comenzamos en vuestro nombre. Pobres serán nuestras ofrendas e indignos de Vos nuestros obsequios; pero no miréis su pequeñez, para fijaros tan solo en la voluntad con que os los presentamos. Junto con ellos os dejamos nuestros corazones animados por amorosa ternura. Sois Madre, y lo único que una madre anhela es el amor de sus hijos. Esas flores y esas coronas con que decoramos vuestra imagen querida; esas luces con que iluminamos vuestro santuario; los dulces himnos con que cantamos vuestras alabanzas, símbolo son de nuestro amor filial. A coged, pues, benignamente nuestros votos, escuchad nuestros suspiros y despachad favorablemente nuestras súplicas. Obtenednos las gracias que necesitamos para terminar este mes con el mismo fervor con que lo comenzamos, a fin de que, cosechando copiosamente frutos para nuestra santificación, podamos un día cantar vuestras alabanzas en el cielo. Amén.

 

PRÁCTICAS ESPIRITUALES.

 

   1—Oír una misa en honra de la Santísima Trinidad en acción de gracias por los favores otorgados a María.

   2—Saludara María con el Ángelus por la mañana, a mediodía y en la tarde.

   3—Sufrir con paciencia por amor a María, todo trabajo, aflicción o contrariedad.

 

“Presbítero Rodolfo Vergara Antúnez”