Yo
soy como un muro, y mi seno es como una torre para aquellos que imploran mi
protección. (CANT; VIII, 10.)
La
gracia divina es un tesoro inestimable, pues nos hace amigos del Señor. (Sap;
VII, 14.) El mayor de los bienes es la gracia de Dios, así como el más horrendo
de los males es caer en la desgracia del Señor por el pecado, que nos hace
enemigos de Dios. (Sap; XIX, 9.) Más,
si habéis perdido la gracia de Dios por el pecado, no os abandonéis a la
desesperación. Consolaos, porque Dios le ha dado a su mismo Hijo, que puede, si
queréis, obtener el perdón de vuestras faltas, y haceros recobrar la gracia que
habéis perdido. (Joan., II, 2.) ¿Qué
temor podéis tener, dice San Bernardo, si os dirigís a este gran Mediador?
Él lo puede todo para con su Eterno
Padre; Él ha satisfecho por vos a la justicia divina; clavó en su cruz vuestros
pecados y os ha librado de ellos. Más si, a pesar de todo esto, añade, teméis
dirigiros a Jesucristo; si os espanta su majestad divina, Dios os ha dado una
Protectora cerca de su Hijo: tal es la Santísima
Virgen María.
María es Mediadora universal entre Dios y el pecador. Ved lo que el Espíritu Santo le hace decir en los Cantares (Cant; VIII, 10): Yo soy el
refugio de todos aquellos que a Mí se recomiendan: mi seno, es decir, mi
misericordia, es un lugar de seguridad para todos aquellos que le buscan: sepan
todos cuantos se hallan en desgracia del Señor, que Yo he sido puesta en el
mundo para restablecer la paz entre Dios y los pecadores. Se dice en los Cantares que María es bella como las tiendas
de Salomón. (Cant, XIV.) En las tiendas de
David no se trataba sino de guerra, al paso que en las de Salomón no se trataba sino de paz: lo cual significa que, en el Cielo, María no se ocupa sino en
alcanzar la paz y el perdón para nosotros, pobres pecadores. Ella no se emplea en otra cosa que en rogar a Dios sin
cesar por nosotros: sus súplicas son muy poderosas para obtener
todas las gracias, con tal que nosotros no las rehusemos. Y ¿qué? ¿Habría hombres capaces de rehusar los favores que esa Madre divina
está dispuesta a obtener para ellos? Sí, existen
tales hombres. El que no quiere renunciar al pecado,
alejar sus relaciones peligrosas; el que no quiere evitar las ocasiones o
restituir el bien de otro; todos, todos éstos rehúsan los favores de María;
ellos los rechazan, porque María quiere obtenerles la gracia de dejar el
pecado, y ellos no quieren hacerlo. Más no por esto deja de tener compasión de
nosotros: Ella
ve de lo alto de los Cielos todas nuestras miserias y todos nuestros peligros;
Ella siempre tiene para nosotros la ternura de una madre; Ella procura siempre
socorrernos.
Un día Santa Brígida oyó que
Jesucristo decía a María: Pedidme, Madre mía, todo lo que queráis; y
Ella le respondió: Hijo mío, ya que Vos me habéis constituido Madre de
misericordias y Protectora do los pecadores, os pido únicamente que seáis
misericordioso con estos desgraciados. En una palabra, entre todos los
santos del Cielo, ninguno hay, según San Agustín,
que más desee nuestra salud que María, ni que se ocupe más que Ella en
alcanzarla de Dios por sus oraciones.
Lamentábase Isaías con el Señor, y le decía (Is; LXIV, 7): Con razón
estáis indignado a causa de nuestros pecados, y nadie hay que pueda interceder por
nosotros y aplacar vuestro furor. Observa San
Buenaventura que en aquella época podía el Profeta hablar
en éstos términos, porque María no existía aún; mas, si hoy día un pecador,
a punto de ser castigado por el Señor, se encomienda a María, desde que Esta ruega por él ablanda a su divino
Hijo y libra a este pecador del castigo.
Nadie tiene tanto poder como María para detener el cuchillo de la divina Justicia: San Andrés la llama Pacificadora entre Dios y los hombres; San Justino le da el nombre de sequestra, es decir, de arbitra,
encargada de conciliar los intereses
de las partes litigantes, porque a
Ella es a quien remite Jesucristo
los derechos que tiene como Juez
sobre el pecador, a fin de que negocie la
paz; y, por otro lado, el pecador se
entrega también en manos de María, y
entonces María procura al pecador el
arrepentimiento y el cambio de vida;
después le alcanza el perdón de su
Hijo, y así es como queda concluida la
paz. Tal es el empleo sublime en que no cesa de ejercitar su misericordia.