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jueves, 1 de junio de 2017

Del intenso grado a que suelen llegar las tentaciones sensuales – Por el M. R. P. Fray Antonio Arbiol




   La santa Iglesia de Dios hace pública rogativa a su divina Majestad diciéndole en las Letanías mayores: “Del espíritu de fornicación, líbranos Señor.” En esto se conoce cuán formidable es este pernicioso y feo vicio, pues en especial pedimos al Señor que de él nos libre, por su infinita bondad y misericordia. Conócese también de lo que dice el Sábio, que ninguno puede ser continente y casto, si Dios no lo concede. Así se dice en el sagrado Libro de la Sabiduría, notando que de sola la divina mano depende el serlo, para que con todo nuestro corazon lo pidamos al Señor (Sap. VIII, 21). El santo Job confiesa lo mismo, diciendo, que nadie puede hacer casto y limpio al que de inmunda fuente fué concebido (Job. XIV). Esto nos ha de obligar a clamar a Dios para que nos libre de las horrendas y porfiadas tentaciones contra la castidad y pureza, pues no tenemos otro medio (la oración) para conseguir tan grande bien.

   No hay digna ponderación humana para explicar la excelencia del alma pura, casta y continente. Así lo dice también el Sábio ilustrado de Dios: más toda ponderación no es digna del alma continente (Eccles. XXVI, 20). Y por eso, cabalmente, se pone tan rabioso y enfurecido todo el infierno contra las almas puras y castas.

   El grande San Antonio Abad dijo a sus monjes, que eran innumerables las artes y astucias del demonio para tentar y engañar a las almas. Por eso, cuando Lucifer cayó del cielo, se oyó aquella lamentable voz que dijo: ¡Ay de ti tierra y mar! porque baja a vosotros el diablo, con grande ira, sabiendo que tiene poco tiempo, para tentarlas y perderlas (Apoc, XII, 12). Esta furia de los demonios se encamina más reciamente contra todas las personas amadoras de la pureza y castidad, por lo mismo que Dios las ama tanto. Más aunque algunos ponderan tanto sus tentaciones que digan que absolutamente no pueden resistirlas, se engañan, y no dicen verdad; porque el Apóstol san Pablo dice lo contrario, y es de fe católica, que Dios es fiel, y no permitirá que ninguno sea tentado más de lo que pueda tolerar asistido de su divina gracia (Cor. X, 13). Otros dicen, que aunque viesen el infierno abierto, no se pueden detener, según es la vehemencia y fiereza de su tentación. Estas y otras semejantes ponderaciones explican el furor y fuego de las tentaciones; pero no pueden tomarse al pié de la letra, pues el Espíritu Santo dice: Acuérdate de los novísimos y jamás pecarás (Eccles. VII, 14); y en consecuencia, con la gracia de Dios, la tentación, por viva que sea, siempre puede resistirse. De algunas personas santas se refiere, que viéndose muy tentadas de liviandad, aplicaron fuego material a su cuerpo; mas de ninguna se sabe que no se remediase luego con esta diligencia. ¿Quién de vosotros, dice el profeta Isaías, podrá habitar con el fuego devorador? ¿Quién morará con los ardores sempiternos? (Is. XXXIII, 14).

   De tres causas, dice san Buenaventura, suele proceder que las tentaciones de liviandad suban mucho de punto, de tal modo que lleguen a parecer intolerables:

   La primera es, si nuestro pensamiento no se aparta, ni la imaginación advierte de la idea torpe que se le representa. Si la representación indigna va y viene una y otra vez, conmueve los humores malignos, que a manera de un fuego, encienden la sangre, y aumentan la tentación de un modo que parece no ser posible el resistirla. El remedio, es, pues, desviar prontamente la imaginación a otra cosa, aunque sea natural o indiferente; y se verá por experiencia que calma aquella fiereza de la tentación, en no pensando en ella. Pero mientras la imaginación no cesa, la tentación camina siempre en aumento.

   La segunda causa de crecer tanto las tentaciones de esta especie, es, porque el alma no está bien resuelta a despreciarlas y quitarlas, y arrojar lejos a Satanás, y así se pierden. Fíanse en que es cosa leve lo que hacen, y engáñanse, y así vienen a perecer miserablemente. El remedio es una resolución firme, firmísima, de morir antes que pecar, y a consecuencia de ella, evitar todas las ocasiones y peligros por pequeñas y especiosas que parezcan.

   La tercera causa de la vehemencia de estas tentaciones suele provenir de un sutil y pernicioso engaño que el demonio persuade a gente timorata, que nunca se ha manchado con lo abominable de esos vicios, que el deleite es sumo y grandemente apetecible; y que una vez experimentado, saciará para siempre. Esta tentación se funda en dos horribles engaños del demonio, claramente falsos; porque, la experiencia, lejos de saciar, enciende un furor horrible, que exige nuevas culpas, y que hace a los vicios, y en especial al de la liviandad, como hemos visto, insaciable; y por otra parte los deleites abyectos, dado que sean vivos e intensos, ¡pero son tan infames! ¡Tan momentáneos! ¡Tan asquerosos! llenan al alma de tan negros remordimientos, que no debieran de probarse jamás.



“ESTRAGOS DE LA LUJURIA Y SUS REMEDIOS”

miércoles, 23 de noviembre de 2016

REMEDIOS CONTRA LA LUJURIA – (Frecuencia de los Santos Sacramentos)


ASMODEO EL DEMONIO DE LA LUJURIA


   8°) El último medio es la frecuencia de los santos Sacramentos. En ellos nos dejó Cristo la más sana, eficaz y segura medicina para remedio de todos nuestros males, porque, como dice el Tridentino, por ellos comienza la justificación, o comenzada, se aumenta, o perdida se recobra.

   Y muy especialmente la frecuencia de los sacramentos de la Penitencia y Eucaristía es poderoso remedio contra el vicio de la torpeza.

   No te confundas en confesar tus pecados, dice el Sabio (Eccles. IV, 91), confiándolos con una confesión humilde y vergonzosa de haberlos cometido, pues esto es una santa venganza que te traerá la paz del alma, dice San Bernardo

   Nada pudo el Rey de Siria con todo su ejército contra el Rey de Israel, porque el profeta Elíseo dió a éste noticia de todas las asechanzas del enemigo, así el demonio nada podrá hacer contra tí con todas sus asechanzas y sugestiones si tú las manifiestas a tu confesor, porque además de la gracia del sacramento, él, con sus santos consejos y amonestaciones, te ayudará a resistir y a vencer la sugestión y la torpeza. Casiano escribe de una alma molestadísima en esta materia, pero que siempre que volvía la tentación acudía a su confesor, por cuyo medio logró la más completa victoria.

   Él sacramento de la Eucaristía, es también antídoto y febrífugo de la sensualidad; porque, como dijo San Cirilo, cuando recibimos a la Majestad de Cristo, pacífica y refrena la ley de la concupiscencia, que reside en nuestros miembros; corrobora la piedad y extingue las inquietas perturbaciones del ánimo. Del augustísimo Sacramento habla Zacarías cuando pregunta: ¿Qué cosa es su bien, y qué su hermosura? y responde: El trigo de los escogidos y el vino que germina vírgenes (Zach. IX, 17): una versión dice: que hace cantar a las vírgenes; porque este divino Sacramento da a la castidad tan poderosas armas, que aun antes del combate ya puede cantar la victoria. Al profeta Elias, huyendo de la cruel y torpe Jezabel, le corroboró y dió fuerzas un pan, figura de la Eucaristía. Las aguas del Jordán se detuvieron luego que entró en el rio el arca de la alianza, y así se detienen las tentaciones al entrar la santa Comunión en nuestro pecho. Solamente que es necesario frecuentar estas armas de estos sacramentos, pues David no osaba salir a campaña contra el gigante con las armas de Saúl, aunque eran muy firmes y seguras, porque no estaba a ellas acostumbrado.

   El Señor nos conceda sus soberanos auxilios para frecuentar sus santos Sacramentos, y por su virtud alcanzar la vida eterna. Amen.


R. P. FR. ANTONIO ARBIOL

domingo, 20 de noviembre de 2016

REMEDIOS CONTRA LA LUJURIA (Recordar los Novísimos)


ASMODEO EL DEMONIO DE LA LUJURIA


   7°) El séptimo medio propuesto, es la memoria y consideración de los novísimos, acerca de los cuales dice la santa Escritura: Acuérdate de los novísimos, y jamás pecarás (Eccles. VII, 40).

   Y aunque es remedio contra todos los pecados, porque refrena las pasiones y apetitos desordenados, pero en particular contra la liviandad, es medicina eficacísima y muy experimentada.

   Así dice el Seráfico Doctor San Buenaventura: “La concupiscencia de los ojos la desprecia el pecador cuando piensa que se ha de convertir en polvo; la de la carne la reprime y supedita cuando se acuerda que ha de ser pasto de gusanos; y la soberbia de la vida la humilla, cuando reflexiona que el que quiso dominar a todos, ha de ser colocado bajo los pies de todos en el sepulcro”.

   San Gregorio escribe que “nada vale tanto para domar el apetito de los deseos carnales como el pensar qué será después de muerto aquel objeto que en vida nos seduce;” y de sí mismo confiesa San Agustín que nada lo arrancaba del golfo profundo de los carnales deleites en que sumergido se hallaba, como el temor de la muerte y del juicio futuro. Del glorioso atleta San Antonio Abad escribe San Atanasio en su vida que, tentado por el demonio con variadas y horrendas representaciones deshonestas, el Santo “oponía a la liviandad sugerida los gusanos dolorosos y las llamas vengadoras del abismo.”. San Bernardo habla así al pecador: “Si el amor del Señor no te contiene, ni logra refrenarte, por lo menos conténgante el temor del juicio, el miedo del infierno, los lazos de la muerte, los dolores infernales, aquel fuego abrasador, aquel gusano que por toda la eternidad ha de roer tu alma y cuerpo, aquel hediondo azufre, aquella llama inextinguible y todos los males que allí están epilogados”.

   Nota Alarino que el horrible ardor de la liviandad muy justamente se castiga con el horrible ardor de las llamas infernales, y el Abad Guerrico dice que a los impuros “acabará por devorarlos el último fuego del infierno, que comenzaron a encender con sus obras de lujuria”.



R. P. FR. ANTONIO ARBIOL




viernes, 18 de noviembre de 2016

REMEDIOS CONTRA LA LUJURIA (Gran devoción a la Virgen María)




   6°) El sexto medio es la devoción y recurso a la Virgen María, especialmente en el misterio de su purísima Concepción. San Buenaventura afirma que la soberana Reina ama y favorece a todos los que con deseo de ser castos se acogen a su amparo. A todos invita como árbol celestial, diciendo: Pasad a mi todos los que me apetecéis… que mis Flores son frutos de honor y de honestidad (Eccles. XXIV, 26). San Ambrosio escribe que la Virgen María, no sólo fué purísima sino que comunicaba la castidad y pureza a cuantos la miraban, y lo mismo hace ahora desde el cielo con los que acuden a su patrocinio. De san Edmundo, Arzobispo cantuariense se lee, que combatido fuertemente de la liviandad, se acogió a María santísima, y puso en el dedo de una imagen suya un anillo que llevaba, y volviéndolo a tomar lo trajo en su dedo en señal de fidelidad, siendo este remedio tan poderoso, que aunque fué terriblemente combatido por el demonio, y muy solicitado de perversas criaturas, salió siempre triunfante conservando toda su vida la pureza de alma y cuerpo. De san Bernardino de Sena escribe san Antonio, que logró singulares triunfos en la virtud dé la castidad con la protección de María santísima.  Santa Justina se halló muy afligida en los combates de la castidad, cuando el mago Cipriano por medio del demonio le hacía terrible guerra; pero invocando la santa joven el patrocinio de María santísima, no solo salió victoriosa, sino que ganó para Dios al turbador de su corazón, el que juntamente con Santa Justina padeció después el martirio. De semejantes hechos están llenas las Vidas de los Santos.

   El Pontífice Inocencio III escribe, que “todo el que sienta la impugnación de los enemigos, ya del mundo, o de la carne, o del demonio, mire el escuadrón de batallones ordenado, solicite la ayuda de María, y ella, por su hijo enviará desde el santuario el auxilio, y desde Sion guardará.”

   En figura de esto, dos veces pelearon los hijos de Israel contra la tribu de Benjamín, para castigar la espantosa liviandad de que en ella se habían hecho culpables; y en ambas fueron vencidos; pero cuando salieron la tercera vez favorecidos con el arca de la alianza, entonces quedaron vencedores y triunfantes, para significar que no tenemos seguridad de obtener la victoria en los combates contra la carne, mientras no tengamos de nuestra parte a la que saludamos en sus Letanías con el mismo nombre de Arca de alianza, María, Señora nuestra. Compárase también con el cedro y con la mirra, cuando la Iglesia en el Oficio Parvo le aplica estas palabras: Como el cedro he sido exaltada en el Líbano; como la mirra escogida he exhalado olor de suavidad, (Eccles. XXIV, 17 al 20) sobre cuyas palabras dice un piadoso autor: “Compárase á la mirra y al cedro, porque así como el olor de la mirra destierra a los gusanos, y el del cedro a las serpientes, así el olor de su virginidad destierra y arroja de los corazones los apetitos y pasiones brutales”.

   Especialmente la devoción a la Purísima Concepción de nuestra Señora, tiene particular virtud contra la impureza, y el P. Maestro Ávila, en el capítulo 14 del Audi filia, dice haber visto provechos notables, por medio de esa devoción, en personas molestadas de tentaciones impuras. Y hoy, extendidísima esa devoción después de la declaración dogmática de ese misterio, y de la aparición de la santísima Virgen en Lourdes, ha venido a ser su remedio específico, universalísimo y casi infalible en esa materia.


R. P. FR. ANTONIO ARBIOL

miércoles, 16 de noviembre de 2016

REMEDIOS CONTRA LA LUJURIA (Practicar la oración y la lección)




   5°) El quinto medio es la oración y lección devota; y éstas tienen el primer lugar en los defensivos de la lujuria, pues con ellas se arma el cristiano para resistir los asaltos de tan poderoso enemigo. Los israelitas en el desierto vencieron fácilmente a sus enemigos; sólo al pelear contra Amalec fué necesaria la oración de Moisés: cuando oraba, levantando las manos, vencía Israel; si las bajaba, remitiendo el fervor de su oración, superaba Amalec (Éxodo. XVII, 11). Véase la explicación que de esto da San Gregorio: “¿Qué es la causa que contra los otros peleó Moisés con sólo las armas, más contra Amalec además de las armas necesitó la virtud de la oración?” “La razón es que aquí se nos muestra el gran combate de la lascivia, que solo puede superarse con tanta dificultad y tan grande virtud. La oración, es, pues, una arma indispensable en la batalla contra este vicio.”

   El Apóstol San Pablo a este firmísimo auxilio de la oración recurría contra esta clase de tentaciones (II Cor. XII); y el Sábio asegura que nadie puede ser continente si Dios no lo da. (Sap. VIII, 21).


   Todo lo alcanza y vence la oración humilde y fervorosa; la oración derribó los muros de Jericó, y convirtió a Rahab, mujer perdida; la oración de Pablo y Silas hizo temblar la cárcel y rompió las cadenas de los presos; la oración de los discípulos libertó al Príncipe de los Apóstoles; la oración de Daniel cerró la boca de los leones; la oración sacó ilesos de las llamas a los tres niños echados al horno de Babilonia; la oración dió  Judit la victoria; y finalmente la oración alcanzará cuanto pidiere, como dice Jesucristo (Marc., XI). Pues si ella es tan poderosa en todos los trabajos, angustias y tentaciones, armémonos con este poderoso escudo, manejemos esta arma celestial, para salir de la cárcel de la ocasión, para cerrar la boca al león de la lascivia, y para apagar las llamas en el horno de la concupiscencia y derribar los muros de las tentaciones. Lo mismo debe decirse de la lección de las sanas Escrituras, cuyas palabras son: Palabras del Señor, palabras castas, como plata probada por el fuego y muchas veces purificada (Psalm, XI, 7, 11). Más acerca de la oración y de la lección mucho hay escrito para dirección y enseñanza del cristiano.

sábado, 12 de noviembre de 2016

REMEDIOS CONTRA LA LUJURIA (Mortificar la carne y los sentidos)


ASMODEO DEMONIO DE LA LUJURIA.


   4°) El cuarto medio es la mortificación de la carne y de las potencias y sentidos, medio no sólo útil, sino preciso y necesario, porque, como advierte san Gregorio, poco aprovechará vencer a los enemigos de fuera con la resistencia o con la fuga, si dentro de los muros de la ciudad hay enemigos domésticos que la entregan, entendiéndose con los contrarios que la cercan y asaltan. El traidor más poderoso, contra quien debemos vigilar y observar sus movimientos, es nuestra propia carne, que, desde que se rebeló contra el espíritu, apetece el bien puramente deleitable que la pierde, y aborrece el bien honesto que le aprovecha. De sí mismo dice el Apóstol, experimentado en estas batallas, que castigaba su cuerpo, y lo reducía a la servidumbre (I Cor.VI, 27): no hay que esperar que la razón lo convenza, ni que le haga fuerza el precepto de su señor y dueño; es esclavo rebelde, que no obra sino por temor del azote y del castigo.

   Al siervo malévolo, tortura y grillos, dice la sagrada Escritura (Eccles. XXX, 28); y por el contrario: El que nutre con delicadeza a su siervo, después lo experimentará contumaz (Prov, XXIX, 21).

   Como la liviandad tiene su asiento en la gula, débese mortificar la carne con la abstinencia y el ayuno, para que no recalcitre y se precipite al torpe apetito.  El Angélico Doctor reparó que el apóstol San Pablo pone a la castidad como fruto y efecto de la mortificación cuando dice: “En trabajos, en vigilias, en ayunos, en castidad.” (II Cor. VI, 7). “Trata inmediatamente de la castidad, dice Santo Tomás, después de las vigilias y ayunos, porque el que quiera tener la virtud de la castidad, es necesario que se dé a los trabajos, que insista en las vigilias, y que macere la carne con los ayunos.” “Con la saciedad anda siempre la lascivia,” nota San Jerónimo, y por eso quitando ese pábulo cesa aquel incendio como dice Salomón en los Proverbios: “Cuando los leños fallen, extinguiráse el fuego.” (Prov, XXXI, 20). El campo que no se cultiva y labra con el arado, produce espinas y abrojos, decía San Nilo, y era dicho también de Santa Teresita de Jesús.

   En la guarda de los sentidos debemos ser muy precavidos, pues son las ventanas por donde sube la muerte y se introduce a nuestras casas, como dice Jeremías (IX, 21). El primer sentido que debemos guardar es la vista; por ver Eva el fruto vedado, tuvo principio nuestra ruina; por poner el príncipe de Siquem los ojos en Dina, atrajo la ruina de su pueblo; por mirar la esposa de Putifar a José, llegó a tan horrible descaro; por mirar Amnon a Tamar, se siguió tan grande escándalo en Israel.

   Estos ejemplos en que abundan las santas Escrituras persuaden con eficacia, que el que desee guardar la limpieza del alma, ha de ser cuidadoso en precaver los peligros de la vista.

   Más veamos cómo discurre el angélico Maestro en el particular. Sobre un célebre texto de Job, diserta así: “Lo primero en el pecado de lujuria es el aspecto de los ojos con que se miró la mujer hermosa, y principalmente la doncella; lo segundo es el pensamiento; lo tercero la delectación; lo cuarto el consentimiento; lo último, la obra. Queriendo pues, Job, excluir los principios de este pecado, para no ser envuelto en él, dice: Formé alianza, es decir, afirmé en mi corazón, como se afirman los pactos; con mis ojos, por cuyo mirar se llega a la concupiscencia de la mujer: para, ni aun pensar en la doncella, esto es, no tocar ni el primer grado interior que es el pensamiento, pues veía ser difícil, cayendo en el primero, escapar de los demás, que son la delectación y el consentimiento.»

   El segundo sentido o conducto por donde introduce Satanás el fuego de la lascivia es el oído; por lo cual debe también guardarse con cautela: Cerca tus oídos con espinas, y a la mala lengua no quieras oír, dice el Espíritu Santo. El no cerrar los oídos a palabras y conversaciones de mujeres, es inminente peligro de la castidad, aun cuando la conversación sea honesta; por lo cual san Pablo decía: El enseñar, no lo permito a la mujer (I Timoh. II, 12), y esto aun cuando fuese buena a instruida, y la razón la da santo Tomás explicando esas mismas palabras: porque las palabras de la mujer inflaman y abrasan. Pues si hay peligro en oír las cosas buenas y útiles, ¿qué será oírles cantar cosas profanas y amatorias en los saraos y bailes que tanto se han introducido en las públicas costumbres?

   Del tacto, poco hay que decir, pues es como la sede de la liviandad a inmundicia, y por eso dice la Escritura: Quien toca a la mujer, es como el que coje al escorpión (Eccles. XXXI, 10); y en figura también se advierte que el que tocare a la pez, se manchará con ella (Eccl, XIII, 1). Y de estos tres sentidos decía Santa Teresa: “Si quieres ser casto, guarda la vista, el oído y el tacto.” Del gusto dijimos hablando de la gula.

   Del olfato, aunque es el menos peligroso, dice no obstante el Crisóstomo: “La fragancia del cuerpo, arguye que en el interior se aposenta un ánimo inmundo y pestilente.”


R. P. FR. ANTONIO ARBIOL

jueves, 10 de noviembre de 2016

REMEDIOS CONTRA LA LUJURIA (Huir de las ocasiones)



ASMODEO DEMONIO DE LA LUJURIA


   3°)  El tercer remedio, principalísimo, es la fuga de las ocasiones. Bien sabido es la prescripción del Apóstol: Huid de la fornicación (I Cor.VI, 18); y el Angélico Doctor, comentando este pasaje, se explica de esta suerte: a Aquí debe notarse que los demás vicios se vencen resistiéndolos; porque cuanto más el hombre va considerando y tratando sus particularidades y detalles, tanto menos encuentra en ellos motivo de delectación, antes más los repugna y rechaza; mas el vicio de la fornicación no se vence resistiéndolo, porque cuanto más el hombre desciende en esta materia a las particularidades, más se va encendiendo; y por eso se vence con la fuga, esto es, evitando totalmente los inmundos pensamientos, y toda clase de ocasiones, por lo cual en Zacarías (II, 6) está escrito: Huid de la tierra del aquilón, dice el Señor. Y lo mismo está más ampliamente explicado en aquel libro de oro del Combate espiritual, tan apreciado de san Francisco de Sales, que lo trajo por más de diez y ocho años consigo. Allí, pues, dando remedio contra la sensualidad, se dice: “Contra este vicio has de pelear con modo particular, y muy distinto de los otros; y así, para que sepas pelear contra él en breve forma, debes atender las diferencias de los tiempos, que son tres: antes que seamos tentados, cuando somos tentados, y cuando ha pasado ya la tentación. Antes de la tentación, la pelea se ha de enderezar contra los objetos que nos ocasionan y motivan la tentación. Y lo primero, has de pelear, procurando huir de ellos con gran cuidado, y de cualquiera otra persona en quien puedas conocer la menor sombra o asomo de peligro; y siendo forzoso tal vez comunicar con ella, debes hacerlo con todo acuerdo, con el rostro modesto y grave, y las palabras sean antes ásperas que demasiadamente blandas y afables. Y no debes fiarte en que tantos años como has gastado, no has sentido ni sientes los estímulos de la carne; porque este maldito vicio suele hacer en una hora, y en un momento, lo que no ha hecho en muchos años, y muchas veces dispone sus máquinas ocultamente, y tanto más daña y hiere de muerte, cuanto más lisonjea y procura hacerse menos sospechoso. Y muchas veces hay más que temer, como en muchas ocasiones lo ha mostrado la experiencia, y lo muestra cada día, cuando la comunicación se sustenta debajo de pretexto de cosas lícitas, como de parentesco, de cortesía debida, y de alguna virtud que se halla en la persona amada; porque en la demasiada, incauta e imprudente comunicación, se va mixturando el venenoso deleite sensual, que pasando insensiblemente poco a  poco a lo más interior de las almas, va siempre oscureciendo la razón, de manera que empieza a hacerse poco caso, y a  juzgar como nonada las cosas peligrosas, y las palabras de cariño de una a otra parte , y el gusto de la conversación viene a  precipitarse en una conocida ruina, o por lo menos en una tentación muy trabajosa y dificultosa de vencer.

   Vuelvo a  decir que huyáis, porque sois una estopa: no os fiéis de que la estopa está bien mojada y llena de agua de una voluntad firme y resuelta, dispuesta antes a morir que ofender a la Majestad divina, porque como la conversación frecuente es fuego, con su calor va poco a poco enjugando y secando el agua de la buena voluntad que tiene esa estopa, y cuando menos penséis prenderá en ella el fuego, sin respetar a parentesco, ni a amigos, ni a temor de Dios; ni se les da nada de la honra, ni de la vida, ni de todas las penas del infierno. Por tanto, huye, huye, si no quieres ser desbaratada, presa, y lo que es más, muerta.” Hasta aquí ese precioso libro. Esta doctrina está conforme con la de los Santos. San Agustín dice: “Contra el ímpetu de la liviandad, emprende la fuga, si quieres obtener la victoria.”. San Jerónimo: “En esta guerra, los cobardes vencen,” es decir, los que vuelven las espaldas. Y el mismo Espíritu Santo, como vimos, dice: El que agrada a Dios huira de ella, de la mujer (Eccles. VII. 27).


R. P. FR. ANTONIO ARBIOL

martes, 8 de noviembre de 2016

REMEDIOS CONTRA LA LUJURIA (Amar la Castidad)


ASMODEO DEMONIO DE LA LUJURIA


   2°)  El segundo remedio contra las tentaciones de liviandad, es el amor a la castidad y a la pureza. San Agustín divide la castidad en conyugal, vidual y virginal: buena es (dice) la primera; mejor la segunda; óptima la tercera. Y san Jerónimo aplica a ellas los premios del trigésimo, sexagésimo y centésimo de la parábola evangélica (Mateo Cap. 13); y cada cual debe amar la especie que le pertenece, pues el amor a esta virtud es remedio contra el vicio que le es opuesto. Este amor preserva al alma de las caídas; le da fuerzas y la corrobora para que salga victoriosa en la ruda pelea que mueve la carne contra el espíritu, como lo afirma el Espíritu Santo de la valerosa Judit, en el triunfo que alcanzó del impuro Holofernes: Has obrado varonilmente, y has confortado tu corazón porque has amado la castidad.

   La castidad es un tesoro que depositó Dios en vasos de barro quebradizos, y es menester gran cuidado y vigilancia para conservarlo y defenderlo de las continuas asechanzas con que le asaltan los enemigos de fuera, y los de dentro. El que no guarda este tesoro, y lo expone a la vista del peligro, no quiere seguramente conservarlo sino perderlo: “Ser robado apetece quien un tesoro públicamente lleva en un camino” dice san Gregorio Papa. Y este tesoro, es justamente el arma más poderosa para su propia defensa, pudiéndose de él entender lo del santo Job: Acaso has entrado en los tesoros de nieve… que he preparado en el día de la pelea y del combate (Job. XXXVIII, 22). Pues la castidad, como una nieve cándida y refrigerante, apagará el fuego horrible y devorador de la impureza.

   La castidad preserva de la inmensa multitud de males de que hemos hablado, acarreados por la liviandad; y además hace al alma muchos bienes contrarios a aquellos. “La pureza, dice san Cipriano, es honor de los cuerpos, adorno de las honestas costumbres, santidad de los sexos, vínculo del pudor, paz y concordia de las familias; no busca ornatos ni galas materiales, porque ella es hermosura de sí misma; hácenos a Dios amables, a Cristo conjuntos; reforma los ilícitos deseos, trae a nuestro cuerpo la paz, es bienaventurada, y nos hace bienaventurados.”

   Esta preciosa virtud nos hace a Dios gratos despejando las potencias para el divino conocimiento, y haciendo al alma capaz de los secretos celestiales. Por eso los dos apóstoles vírgenes, san Pablo y san Juan, lograron superiores luces, siendo el uno arrebatado hasta el tercer cielo, y el otro bebiendo altísimos secretos sobre el Corazón adorable de Jesús. La castidad, finalmente “forma ángeles, y el que la guarda, es un ángel,” dice san Ambrosio.

   La sagrada Escritura, que, como se ha observado no es pródiga de encarecimientos y admiraciones, hace no obstante, admirada, esta bella exclamación. ¡Oh y cuán bella es la generación casta, rodeada de claridad! inmortal será su memoria, pues de Dios y de los hombres será conocida (Sap. IV, 1).


R. P. FR. ANTONIO ARBIOL

lunes, 7 de noviembre de 2016

REMEDIOS CONTRA LA LUJURIA (Resistir a los principios)*

ASMODEO EL DEMONIO DE LA LUJURIA


   *NOTA: La expresión Resistir a los principios, debe entenderse como “Resistir al comienzo de la tentación, cuando esta empieza”

   Aunque el vicio de la lujuria es tan poderoso para pervertir a las almas; la divina bondad ha preparado auxilios y remedios para que se preserven o se curen de su pestilente contagio, si los pecadores cooperan poniendo de su parte lo que les toca.

    Ocho son los más principales medios que señalan los santos Doctores:

   1°)  El primero es, resistir la tentación a los principios. Las tentaciones nacen las más veces de la carne regalada, briosa y desenfrenada; otras, aunque esté débil y mortificada, vienen del demonio que las suscita, como en san Benito y en san Jerónimo; otras del trato y comercio del mundo con los mil incentivos que en él reinan. Pero, sea cual fuese la causa de las tentaciones impuras, el primer remedio y muy oportuno es resistir a los principios. San Gregorio, Papa, enseña que la tentación comienza con la sugestión, de la cual sigue la delectación, que se consuma en el consentimiento; y el remedio más conveniente es cerrar la puerta a la sugestión, para que no pase adelante. Cuando el enemigo es pequeño, dale muerte, dice san Jerónimo, y de este modo la tentación se extirpará en su simiente. La medicina dada a tiempo, aprovecha y cura; fuera de tiempo poco o nada vale, de ahí aquel aforismo tan verdadero en las enfermedades del alma, como en las del cuerpo: “Resiste a los principios, tarde se previene la medicina, si el mal ha cobrado fuerzas con la dilación.” El Espíritu Santo dice: De una sola chispa el fuego recrece (Eccles. XI, 34); y santo Tomás observa que un mismo pensamiento, sin reprimirse, puede producir un completo incendio.

   San Cipriano enseña que “se ha de hacer frente a las primeras tentaciones, ni fomentarse la culebra hasta que se transforme en serpiente”; y el Abad Ruperto, como insistiendo en la misma figura, explica que “la cabeza de esta serpiente es la primera sugestión del pecado, la delectación es el cuerpo, y el consejo la causa; por lo cual el golpe debe dirigirse a la cabeza.” Por eso conjurando el santo abad Pacomio al demonio, que se le apareció en forma sensible, respondió: “Si cuando ostentamos, comenzáis a dar entrada a nuestras titilaciones, y prende en vuestra alma la sugestión, luego os ponemos mayores incentivos; más si resistís en los principios, y no nos dais entrada, nuestras fuerzas flaquean y nos desvanecemos como el humo.”


R. P. FR. ANTONIO ARBIOL