miércoles, 6 de septiembre de 2017

DIOS USA DE MISERICORDIA HASTA CIERTO PUNTO, Y DESPUÉS CASTIGA – Por San Alfonso María de Ligorio.




   ¿No habéis fundado vuestra gloria usando de indulgencia con vuestro pueblo? (Is., XXVI, 15).

   Cuantas veces, Señor, habéis perdonado a este pueblo; le habéis amenazado de muerte con temblores de tierra, con la peste con que habéis afligido a los pueblos vecinos; habéis usado con ellos de misericordia; habéis perdonado; mas ¿qué habéis conseguido? ¿Acaso este pueblo ha dejado la culpa? No; aun se ha portado peor: después de algunos momentos de temor, os ha ofendido de nuevo, ha provocado otra vez vuestra cólera. ¿Qué pensáis vosotros, pecadores miserables? ¿Pensáis que Dios aguarda siempre, perdona siempre, y no castiga jamás? ¡Ah, no, no es así! Emplea la misericordia hasta cierto punto; empieza después la justicia, y castiga.

   Preciso es penetrarse de esta verdad: que el Señor no puede dejar de aborrecer el pecado. Dios es la misma santidad; no puede, pues, dejar de abominar a este horrible monstruo, enemigo suyo, cuya malicia está en oposición directa con sus divinas perfecciones. Y si Dios aborrece el pecado, debe de necesidad aborrecer al pecador que está estrechamente unido con el pecado. (Sap., XIV, 9.) ¡Ved con qué fuerza se queja el Señor, en la Escritura Santa, de aquellos que le desprecian para aliarse con tu enemigo! (Is., I, 2.) “Escuchadme ¡oh cielos!, dice el Señor; escúchame ¡oh tierra!, observa la ingratitud de los hombres hacia Mí; Yo los alimenté, Yo los  crié como hijos míos, y ellos me pagan con injurias y desprecios. (Is., I, 3-4.) Los animales faltos de razón son reconocidos a su amo, y mis hijos me ha desconocido y abandonado.”

   Los brutos son agradecidos con aquel que les hace bien. Ved, si no, con qué fidelidad sirve un perro al amo que le alimenta. Mas, vosotros, ¿cómo os portáis con Dios, que os ha dado el alimento y los vestidos; que os ha conservado la vida mientras vosotros le estabais ofendiendo? ¿Qué pensáis, pues, hacer en lo sucesivo? ¿Queréis vivir siempre del mismo modo? ¿Creéis tal vez que no habrá castigo ni infierno para vosotros? Sabed, pues, que así como el Señor no puede dejar de aborrecer el pecado, porque es Santo, del mismo modo no puede dejar de castigarlo cuando el pecador se obstina, porque es Justo.

   Cuando Dios castiga, se ve obligado a ello por nuestras culpas, porque no se place en castigarnos. No se complace el Señor en vernos condenados, dice el Sabio, porque no quiere la perdición de seres que ha criado. (Sap., I, 14.)

   No hay jardinero alguno que plante un árbol con el designio de cortarle y arrojarle al fuego. Así, según San Crisóstomo, Dios aguarda por mucho tiempo antes de castigar a los pecadores; espera que se corrijan para poder ser con ellos misericordioso. (Is., XXX, 17.) El Señor es pronto en salvar, lento en castigar. Al momento que David hubo dicho peccavi, el profeta le anunció el perdón que Dios acababa de concederle. (II. Reg., XII, 13.) Más deseo tiene Dios de perdonarnos que nosotros de conseguir el perdón.

LA INQUISICIÓN (esclarecimiento y cotejo) – Por Tomás Barutta S. D. B. (Parte II)




INTRODUCCIÓN

¡Atómica palabreja!

   ¡La Inquisición! ¿Cómo no se me arideció la mano al escribir la palabra tremenda, a cuyos trazos elévame, ante la espantada fantasía de muchos, abigarrada visión de atroces instrumento de exquisito suplicio, hábitos monásticos empapados en sangre y en vergüenza, llantos irrestañables corriendo sin cesar por rostros inocentes, hogueras infames en que —como en an nuevo Horeb— arde sin consumirse la eterna libertad de pensamiento?...

   Han corrido siete siglos desde que se fundara la fatídica institución inquisitorial, hace dos centurias que perdió toda virulencia, desde más de cien años cayó sobre ella definitivamente la losa del sepulcro y, sin embargo el tema, a juzgar por sus citas frecuentes, es de perenne actualidad.

   Con la Noche de San Bartolomé y el proceso de Galileo, Horma entre los hechos que la irreligión, el anticlericalismo y —las más de las veces— la supina ignorancia explotan clásicamente desde hace más de cuarenta lustros contra la Iglesia.

   No hay diario de izquierda, político liberal o rojo, conferenciante librepensador y sensacionalista que no crea  poner una pica en Flandes descalzar todo prestigio a esa augusta sociedad bimilenaria que      es la Iglesia, borrar todas sus benemerencias y hundirla en eterno desprecio, con sólo sacar a plaza esta atómica palabreja: ¡Inquisición!

   Como se ha notado infinitas veces, no deja de ser halagüeño homenaje para la Iglesia el que sus enemigos hayan de remontar continuamente los siglos para hallar contra ella un fundamental reproche que hacerle...

* * *

   ¡La Inquisición! ¡Tema antipático y difícil!

   Una nutrida y secular bibliografía    de intelectual suburbio antirreligioso ha convertido a la Inquisición en algo intrínsecamente aborrecible, le ha dado carácter de tópico ominoso; por lo que suscita natural e inconscientemente en el ánimo del lector una instintiva prevención y repulsa.

   ¡Qué no se ha dicho de ella! La deformación sistemática de la verdad basada en los dos procedimientos principales de la omisión y exageración (omisión de toda luz, exageración de toda sombra) ; los ciegos prejuicios colectivos transmitidos de generación en generación; una encendida literatura de combate en que la emponzoñada pluma del sectarismo protestante se transmitía a la superficial Enciclopedia y era heredada sucesivamente por el filosofismo, el positivismo, el racionalismo y el doctrinarismo liberal, han hecho de la Inquisición la verdadera “cabeza de turco” de la Historia, el monopolio milagroso de execrable crueldad deshonroso fanatismo y crasa ignorancia, la sentina de todos los vituperios, un Moloch sanguinario, “un basilisco que mata a miradas”…

   Si la verdad histórica dependiera sólo del número de los testigos, a fe que la inquisición estaría condenada total e irremisiblemente, y la Iglesia con ella.

. Efectivamente ¡qué colección maravillosa de frases altisonantes y de trozos literarios antiinquisitoriales!

   ¿Quién ignora los versos de Voitaire?:

   “..Aquel sangriento tribunal,
   Horrible monumento del poder monacal,
   Que España ha recibido, pero que ella aborrece;
   Que venga los altares, y al par los envilece;
   Que, cubierto de sangre, de llamas rodeado,
   Degüella a los mortales con un hierro sagrado”

   ¿Quién no ha topado alguna vez con títulos sugestivos como el que Reinaldo González Montano ponía, mediando el siglo XVI (1567), al primero de los virulentos ataques contra la Inquisición española?: íntegro, amplio y puntual descubrimiento de las bárbaras, sangrientas e inhumanas prácticas de la Inquisición española contra los protestantes... Obra adecuada para estos tiempos y que sirve para apartar el afecto de todos los buenos cristianos de esa religión, que no puede sostenerse sin esos puntales del infierno.

   ¿Quién no ha leído en alguna antología las frases de Castelar: “¡Oh! No hay nada más espantoso, más abominable que aquel inmenso imperio español que era un sudario extendido sobre el planeta (...) Pero, señores, encendimos las hogueras de la Inquisición, arrojamos a ella a nuestros pensadores, los quemamos, y después ya no hubo de las ciencias en España más que un montón de cenizas.”? (1869).

   ¿Quién no conoce las del otras veces serio historiador, Lafuente, que se pone melodramático en el Discurso preliminar de su Historia General de España cuando escribe?: “Una negra nube aparece, no obstante en el horizonte español, que viene a sombrear este halagüeño cuadro (Gobierno de los. Reyes Católicos). En el reinado de la .piedad se levanta un tribunal de sangre… Se establece la Inquisición y comienzan los horribles autos de fe. Los hombres, hechos a imagen y semejanza de Dios, son abrasados, derretidos en hogueras porque no creen lo que creen otros hombres. Es la creación humana de que se ha hecho más pronto, más duradero y más espantoso abuso. Los monarcas españoles que se sucedan, se servirán grandemente de este instrumento de tiranía que encontrarán erigido, y el fanatismo retrasará la civilización por largas edades...”

   Ingenio de poesía, destello de elocuencia, agudo análisis de raciocinio, pretendida sinceridad de testigo, majestad de historia: todo se ha conjurado para hacer de la Inquisición un cuadro tan monstruoso que resulta históricamente inexplicable.

   Felizmente la secular “nube de testimonios” nada definitivo prueba contra ese Tribunal, porque todos pertenecen “a la misma familia”: los unos no son más que plagios y repeticiones de los otros, o han sido engendrados por los mismos antihistóricos padres: la ligereza científica, la pasión exacerbada, la ignorancia, el prejuicio, el sofisma histórico...

Objeción efectista y dolosa.

lunes, 4 de septiembre de 2017

LA INQUISICIÓN (esclarecimiento y cotejo) – Por Tomás Barutta S. D. B. (Parte I)



AL LECTOR

   Las páginas qué siguen no constituyen una “historia” de la Inquisición. Aunque se expongan en ellas los elementos principales de la trama histórica del famoso tribunal —su cómo y su porqué—, la finalidad perseguida es simplemente apologética. Entendimos en los artículos de Didascalia —hoy reproducidos en libro— brindar a los lectores de la revista, esto es, principalmente a los profesores de religión y a los alumnos universitarios o de la escuela secundaria, una ayuda y esclarecimiento en las dificultades, con que podían tropezar en manuales, vulgarizaciones históricas, lecturas literarias, etc., respecto a tan ardua e interesante como, en general, científicamente desconocida materia.

   Con lo dicho se indica que estas cuartillas no se enderezan a especialistas, ni tienen pretensiones magistrales.

   Las dijimos una, “apología” pero esto ha de entenderse despojado de cuanto de parcial, tendencioso o banderizo puede llevar anejo tal palabra en el lenguaje corriente. Basados en los autores mejor informados, pretendimos hacer un estudio serio y sereno. Más que ensayar una defensa o exaltación absoluta de la Inquisición, quisimos esbozar su “explicación” o defensa relativa, es decir, la que surge espontáneamente del estudio de las circunstancias de tiempo y ambiente en que se produjo este fenómeno histórico, y de la comparación con las otras instituciones de igual o parecido carácter. A estas finalidades precisas obedecen la elección de los temas y la insistencia sobre el lado luminoso de la Inquisición. Mucho tiene asimismo valor de argumento “ad hominem” contra protestantes, racionalistas, librepensadores, liberales y otros denigradores sistemáticos del Santo Tribunal. De allí también la alusión frecuente a lo contemporáneo.

   Cuanto antecede está contenido, a nuestro entender, en el subtítulo de la obra “Esclarecimiento y cotejo”. Creímos, sin embargo, nuestro deber explicarlo más extensamente para evitar todo equívoco e impedir se le exijan a estas páginas lo que ellas no pretenden dar.

   Recopilación de artículos periódicos, el volumen tiene, sin duda, los defectos propios de tal género de publicaciones: algunas repeticiones, no orden rígido de cuestiones, desproporción relativa de sus capítulos y un tanto por ciento de contorno y aderezo literario u oratorio. Pedimos por ellos la benévola consideración del lector.

   Aunque, por lo regular, en nuestro ambiente suele entenderse antonomásticamente por Inquisición a la española, hemos tratado en estas páginas también de la Inquisición medieval, ya porque ésta sirvió de inspiración y precedente a aquélla, ya sobre todo, porque, habiendo sido comunes en general los principios, procedimientos y penas, son comunes las acusaciones y había de ser común la defensa. No nos hemos ocupado, en cambio, “ex professo” de la Inquisición Romana o Santo Oficio, aunque lo más de lo escrito puede valer también para ella, porque no se la suele atacar en conjunto sino más bien en algunos de sus procesos (Giordano Bruno, Galileo, etc.), que, Dios mediante, han de ser objeto de otros escritos.

   Para completar la obra, hemos añadido —amén de algunos retoques y ampliaciones— una introducción ideológica someros datos sobre el origen y desarrollo de la Inquisición, y una breve bibliografía.

   Esperamos en Dios que esta colección de artículos resulte una popularización —¡no una vulgarización!—, que sea de provecho a cuantos, sin ocios para estudios especializados, quieran tener una información seria e imparcial sobre el tema tan debatido del Santo Tribunal de la Inquisición.

El Autor


Editorial “APIS” Rosario (Rep. Argentina) Año 1958



De la misericordia de Dios – Por San Alfonso María de Ligorio


   Es tan grande el deseo que Dios tiene de concedernos sus gracias que, como dice San Agustín, más desea él dárnoslas que nosotros recibirlas. Y la razón es, que la bondad divina, como dicen los filósofos, es difusiva por naturaleza en beneficio de los demás. Siendo, pues, Dios la bondad infinita, tiene deseo 'infinito de comunicarse a nosotros, criaturas suyas, y de darnos participación de sus bienes.

   De aquí nace la grande misericordia que el Señor tiene de nuestras miserias. David dice que la tierra está llena de la misericordia divina y no de la justicia, porque Dios no ejerce su justicia en castigar a los malos, sino cuando conviene y se ve casi forzado a ello; por el contrario, es fácil y propenso a ejercitar su misericordia con todos y en todo tiempo, por lo que dice Santiago: La misericordia aventaja al juicio (Carta de Santiago II, 13).

   Sí, la divina misericordia arranca a menudo de las manos de la justicia los azotes preparados para los pecadores y les alcanza el perdón. Por esto el Profeta daba a Dios el nombre mismo de misericordia: Dios mío, misericordia mía (Salmo LVIII, 13. Y añadía: Por tu nombre, Señor, perdonarás mi pecado (Salmo XXIV, 11) . Esto es: Señor, perdóname por tu nombre, ya que eres la misma misericordia.

   Isaías decía, que el castigar no es según el corazón de Dios, sino ajeno y peregrino, como si dijese, lejano de su inclinación (Isaías, XXIII, 21). Su misericordia infinita le decidió a enviar a su Hijo   hacerse hombre sobre la tierra, a Morir en una cruz para librarnos de la muerte eterna. San Zacarías exclama: Por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, con que nos visitó de lo alto 5. Con las palabras entrañas de misericordia quiere indicarse una misericordia que procede del corazón de Dios, que prefirió ver morir a su Hijo hecho hombre a permitir la condenación del linaje humano.

   Para ver cuánta es la piedad que Dios tiene de nosotros y su deseo de hacernos bien, basta leer estas palabras que nos dice en el Evangelio: Pedid y se os dará (Mateo VII, 7). ¿Qué más pudiera uno decir a su amigo para probarle el amor que: Pídeme lo que quieras y te lo daré? Pues esto es justamente lo que nos dice Dios a cada uno de nosotros.

   Nos invita además a que recurramos a él en nuestras tribulaciones, y promete aliviarlas: Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados y yo os aliviare (Mateo XI, 23). Quejábanse en cierta ocasión los Hebreos de Dios, y decían que no volverían a pedirle gracia alguna. Entonces dijo Dios á Jeremías: ¿Por qué mi pueblo no quiere acudir a mí? ¿Por ventura he sido yo para Israel un desierto, o tierra tardía? ¿Pues porque ha dicho mi pueblo: Nos hemos retirado, no vendremos más a tí? (Jeremías II, 31). Reprendía el Señor por estas palabras la conducta de los hebreos que habían dudado de su bondad, pronta siempre a socorrer como lo dijo por Isaías. Tan pronto como te oiga te responderá (Isaías XXI, 19).

   Habéis pecado: ¿queréis ser perdonados? No temáis, dice San Juan Crisóstomo, porque más impaciente está el Señor de perdonarnos, que nosotros de recibir el perdón (Homilía 23 in Mateo)  Si Dios nos encuentra obstinados en el pecado, nos aguarda para ser indulgente con nosotros (Isaías XXX, 18).  Nos muestra entonces los castigos que nos están preparados, para que nos arrepintamos (Salmo LIX, 6) Empieza llamando a la puerta de nuestro corazón para que le abramos (Apocalipsis XXX, 20). Nos sigue después por todas partes y nos dice: ¿Y por qué moriréis, casa de Israel? (Ezequiel XVIII 31). Que es como si nos dijese: “Hijo mío, porque quieres perderte”

   San Dionisio dice, que el Señor llega a rogarnos que no nos perdamos. El Apóstol lo había ya escrito, rogando en nombre de Cristo a los pecadores que se reconciliasen con Dios (II Corintios V, 2). San Juan Crisóstomo comenta así el referido pasaje: El mismo Jesucristo os ruega. ¿Y qué os ruega? Que os reconciliéis con Dios.

   Si después de todo eso los pecadores persisten en su obstinación, ¿qué más ha de hacer Dios? Todavía ofrece no rechazar a los que se llegaren a él arrepentidos: Aquél que  a mi viene, no le echare fuera (Juan VI, 57).

   Dice además que está pronto a abrazar a todos los que se echan en sus brazos: Volveos a mí, y yo me volveré, a vosotros (Zacarías I, 3) Promete perdonar al impío luego que se arrepienta, y echar un velo sobre sus culpas pasadas: Mas si el impío hiciere penitencia... vivirá... de todas sus maldades que él obró, no me acordaré yo (Ezequiel XVIII, 21) Y llega a decir: Venid y acusadme: si fueren vuestros pecados como la grana, como nieve serán emblanquecidos (Isaías I, 18). Que es como si dijese: Arrepentíos, y si yo no os acojo en mis brazos, acusadme de haber faltado a mi palabra.

   Pero no: el Señor no aparta de si a un corazón arrepentido (Salmo L, 19). San Lucas describe la alegría del Señor al encontrar la oveja extraviada (Lucas XV, 5), y con cuánto amor acogió al hijo pródigo, cuando éste vino a echarse a sus pies (Lucas XV, 20). Dios mismo dice allí que hay más gozo en los cielos por el arrepentimiento de un pecador, que por noventa y nueve justos inocentes (XV, 7). San Gregorio nos da de ello la razón, y consiste, según el Santo, en que los pecadores arrepentidos por lo común suelen ser más fervorosos en amar a Dios que los inocentes tibios.

   Jesús mío, ya que habéis sido tan paciente esperando mi arrepentimiento, y tan amoroso en perdonarme, quiero amaros con ardor; pero es necesario que vos mismo me deis ese amor: concededme esta gracia, Señor. No sería glorioso para vos el ser débilmente amado por un pecador a quien habéis colmado de tantos beneficios. Señor, ¿cuándo comenzaré yo a ser tan agradecido con vos, como bondadoso habéis sido vos conmigo?


   Hasta el presente en lugar de reconocimiento no ha habido en mí más que ofensas y desprecios. ¿Habré de ser siempre así con vos, Señor, con vos que ningún medio habéis omitido de granjearos mi amor? No, Salvador mío, quiero amaros de todo corazón, y no quiero disgustaros más. Me ordenáis que os ame, y yo no deseo más que amaros. Vos me buscáis a mí y yo no busco a otro que a vos. Dadme vuestro auxilio, sin el cual yo nada puedo. ¡Oh Virgen María, Madre de misericordia, haced que yo sea enteramente del Señor!

jueves, 31 de agosto de 2017

DEMONIOS – Por Cornelio Á Lápide. (Parte IV)




El demonio es débil


   Sujetaos a Dios, dice el apóstol Santiago: resistid al demonio, y huirá de vosotros. Resistidle con una fe viva y firme, dice el apóstol San Pedro.

   Cuando el demonio se acerca y trata de excitar en vosotros movimientos de ira, de orgullo, de impureza, etc., resistidle con valor; y al momento le ahuyentaréis. Porque delante de un alma firme, el demonio tiembla; con los que titubean, es, por el contrario, terrible como un león.

   Él enemigo antiguo, dice San Gregorio, es fuerte contra los que le escuchan, y débil contra los que le oponen resistencia. Sí cedemos a sus sugestiones, es formidable como un león, es vencedor; pero si le rechazamos fuerte y prontamente, queda aplastado como una hormiga.

   Asi pues, para los unos es un león, y para los otros una hormiga: las almas carnales tienen trabajo para escaparse de su crueldad; mientras que las almas puras pisan su debilidad con el pié de la virtud.

   ¿De qué modo, dice Isaías, arrancaremos su presa a un hombre tan esforzado? ¿Cómo recobrar aquello que ha arrebatado un varón tan valiente? He aquí lo que dice el Señor: Le serán quitados al hombre esforzado los prisioneros que ha hecho, y será recobrada la presa que arrebató el valiente.

   Si consideráis la naturaleza del demonio, dice Orígenes, es un gigante, y nosotros unos pigmeos; pero si seguimos a Jesús, que le ha privado de su fuerza, el demonio no nos inspirará ya ningún temor.

   El demonio es muy débil, ante los hombres valerosos y heroicos.

   Es un león rugiente, es terrible: Leo rugiens. (I. Petr. V. 8). Es una serpiente que se arrastra por el suelo; es muy débil. Dios, que le ha dejado sus fuerzas para suplicio suyo, le ha puesto un freno. No puede dominar más que a aquellos a quienes Dios desprecia y abandona: ¡triste poder y reino vergonzoso!...

   El demonio es débil, puesto que emplea la habilidad, la astucia, los rodeos, la mentira; es débil, puesto qne se arrastra y se oculta. Es impotente; Jesucristo le ha derrotado ¿Quién es el que le vence y le derriba? El que está vigilante, el que huye, que ruega, el que desconfía de sí mismo y se mortifica.

   Una sola palabra de Jesucristo ahuyentaba a legiones de espíritus infernales del cuerpo de los poseídos: ¿qué fuerza no ha de tener la presencia de Jesucristo, su gracia, la sagrada comunion? Sólo una señal de la cruz asusta a los espíritus de las tinieblas, y les hace huir, San Bernardo asegura que cualquiera que invoque los santos nombres de Jesús, de María y de José, es invencible, aunque todos los demonios luchen contra él. Tertuliano decía a los perseguidores de la religión, que un poseído, cualquiera que fuese, no podía resistir a un simple cristiano. El demonio es pues muy débil. (Apolog.). Una simple resistencia estrella sus fuerzas y le pone en derrota, dice el apóstol Santiago (IV. 7).

   Los Santos de todos los siglos, de todas las edades y de todos los sexos, han triunfado del demonio y le han aplastado la cabeza; siguiendo su ejemplo, todos nosotros podemos quedar victoriosos de este enemigo salvaje...




“Tesoros de Cornelio Á Lápide”

miércoles, 30 de agosto de 2017

Las penitencias de Santa Rosa – Por Leopoldo Marechal




DE CÓMO ROSA FABRICA SU CORONA

   ¡Rosa no había descuidado ese detalle, ciertamente! Sólo tenía doce años cuando, al mirar cierto día una imagen de Cristo, consideró particularmente los dolores de las espinas que se hincaban en su cabeza y resolvió hacerse una semejante. Era de estaño fundido, y Rosa la circundó de mimbres y llenó por dentro de clavos que, distribuidos estratégicamente, le herían y ensangrentaban la cabeza, sin que toda esa máquina de dolor, oculta por la toca, se revelase a ojos profanos. Diez años antes de su felicísima muerte abandonó aquella primera corona, en el deseo de forjarse otra que respondiese mejor a la de su Esposo místico. Intentó ponerse una de verdaderas espinas, a fin de que la imitación fuera exacta, pero dos razones la hicieron desistir: primero, la de su confesor, que temía el efecto corruptible de la substancia orgánica luego la suya propia, que le dió a entender cuán difícil era ocultar espinas reales bajo una toca. Entonces, doblando un fleje de plata, Rosa le dió la forma de un círculo, dentro del cual introdujo noventa y nueve clavos, también de plata, distribuidos en tres series de treinta y tres, o sea el número de años que vivió el Redentor. A fin de poder ceñírsela sin obstáculos, la virgen se afeitó a navaja los cabellos, que habían vuelto a crecerle un tanto, y sólo se dejó en la frente un mechón que, dispuesto con artificio, escondiese la corona y no la revelase a ojos extraños.

   Aquel artefacto le producía dolores continuos y diferentes con sus noventa y nueve púas que se le hincaban al menor movimiento de su cabeza, al hablar y sobre todo al toser. Para colmo, la virgen se lo plantaba cada día en sitio diferente, buscando los lugares no heridos todavía o los que cicatrizaban recién: ninguno de sus familiares conocía el secreto de aquella corona, ni aun lo alcanzaba del todo su confesor, que sólo tenía vagas referencias.

   Cierto día el padre de Rosa, muy colérico, perseguía en el huerto a un hermanito de la virgen, sin duda para castigarle una travesura: la niña se interpuso entre ambos y rogó a su padre que no se dejara llevar por la ira; mas el hombre, al rechazar a Rosa, la golpeó, sin quererlo, en la frente, de modo tal que los clavos de la corona, oprimidos a fondo, hicieron saltar tres hilos de sangre, que la toca no logró disimular. La niña, temiendo que por aquella sangre se descubriera el artificio de la corona, voló a su aposento, la arrancó de su frente y tras esconderla se lavó la sangre y volvió a cubrirse con la toca y el velo. Pero su madre, que temía siempre los rigores penitenciales de aquella hija extraordinaria, no tardó en seguirla al aposento y en obligarla a descubrir su cabeza: viéndola llena de puntazos y desolladuras, adivinó la naturaleza del instrumento que los había producido; y, sin embargo, nada le dijo a la virgen, temiendo que al quitarle la corona no inventase algo peor. Con todo, la excelente madre hizo intervenir a uno de los consejeros espirituales de Rosa, el padre Juan de Villalobos, el cual mandó a la niña que le llevase aquel instrumento con el que martirizaba su cabeza. Obedeció ella, como siempre, y el consejero, al ver la terrible máquina, trató de hacer que su penitente renunciase a tanto rigor. Pero Rosa, viendo una insinuación más que una orden en las palabras de su consejero, insistió tanto y tan bien que ambos llegaron a un acuerdo por el cual Rosa llevaría su corona, pero con algunos clavos de menos que el padre Juan limaría o remacharía con sus propias manos, como efectivamente lo hizo luego al ver una Rosa tan obstinada en sus espinas...

LOS AYUNOS DE ROSA

   Cualquiera podría creer que un cuerpo tan trabajado como el de aquella virgen necesitaba, sin duda, un sustento material proporcionado a sus fatigas. Por lo cual es bueno decir, ahora, con qué sabores regaló su lengua y de qué manjares alimentó sus días terrestres, que no fueron muchos.

   Como todas sus virtudes, la de la abstinencia se reveló en sus más verdes años: acaso no hablaba todavía cuando se negó a comer las frutas que tanto agradan a los niños; a los seis años apenas, ayunaba a pan y agua los miércoles, viernes y sábados, sin que poder humano alguno lograse hacerle probar otra cosa; y a los quince se prometió no alimentarse nunca de carne, voto que cumplió en la medida de sus fuerzas y luchando contra familiares, amigos y médicos, ya mediante la astucia, ya con la resistencia natural que oponía su estómago a cuanto no fuese un pedazo de pan mojado en agua.

   Muchas veces la debilidad de su cuerpo alarmó a los suyos, y sobre todo a su madre que, bien arraigada en este mundo, no acababa de entender los extremos de aquella hija prodigiosa. Le reprochaba sus ayunos, la llamaba verdugo de sí misma; y viendo que nada lograba con sus sermoneos la obligó un día a comer en la mesa familiar, delante de sus ojos, para verlo que comía y en qué cantidad. Rosa obedeció con la dulzura de siempre, y temblando a la sola idea de ingerir alimentos que le repugnaban, solicitó que no se la obligase a probarlos todos, sino aquellos que su naturaleza le indicase.

   Con la complicidad de Mariana, su infaltable escudero, logró intervenir en la cocina doméstica para aderezarse algo que tenía los exteriores de un pastel, pero que se integraba sólo con unos pedazos de pan y un manojo de hierbas: la intervención de algunas pasas en aquella torta singular no tenía más objeto que el de satisfacer y despistar las miradas maternas; y la falta de sal, así como la amargura de las hierbas que Rosa elegía, daban al pastel un sabor que, de probarlo, hubiese asombrado no poco a la excelente madre. Algunas veces, y a fin de variar el condimento, la virgen mezclaba cenizas a los hierbajos y mendrugos de su famoso pastel, de modo tal que, a su lado, el pan y el agua que Rosa prefería resultaban un manjar delicioso. Otra vez su madre le descubrió un vaso de hiel, e interrogada la niña sobre el uso que hacía de aquella substancia, confesó que también la utilizaba para sazonar sus comidas. Andando el tiempo Mariana refirió que Rosa bebía hiel en ayunas, el día que no comulgaba, y que mezclando hiel, cortezas de pan y lágrimas se hacía un alimento que llamaba “mis gazpachos”.

   Hay en América un vegetal muy curioso que nuestros indios llaman mburucuyá y nosotros pasionaria, el cual da una flor cuyos órganos interiores fingen admirablemente los instrumentos de la Pasión. La virgen limeña no podía menos que sentirse ganada por tan religioso vegetal; pero en lugar de comer su fruta, que es muy dulce, se alimentaba de sus tallos, que tienen un sabor amarguísimo. Por otra parte, bueno es decir que tal hierba o tal fruta sólo le sirvieron de estratagema para satisfacer la ansiedad de sus familiares hasta el día en que, convencidos de la violencia que con sus instancias le hacían, dejaron que Rosa dispusiera libremente de sus ayunos. Estos eran de dos clases, según la época litúrgica: durante siete meses del año, hasta la Pascua de Resurrección, sólo comía pan y agua en raciones que, siendo ínfimas en sí, Rosa iba disminuyendo gradualmente al llegar la Cuaresma, entrada la cual sólo se alimentaba con algunas pepitas de membrillo, cinco los viernes y rociadas con hiel. Su segunda forma de ayuno consistía en no comer absolutamente.

   Tanto en su celda como en casa de doña María de Usategui se le vió realizar los más extraordinarios ayunos. Doña María comenzó a enviarle a su celda ocho panecillos negros que habrían de constituir su alimento de toda la semana: ¡cuál no sería el asombro de aquella señora cuando vió que la niña, terminada la semana, le devolvía seis panes y medio que le habían sobrado! Más a delante se comprobó que con un pequeño pan y un vaso de agua la virgen había pasado cincuenta días; igual tiempo se pasó más tarde sin beber ni una sola gota de agua; y cuando llevada por la fiebre bebía, no tomaba el agua fresca del aljibe, lo cual habría sido imperdonable regalo, sino el agua caliente de la cocina, y a pequeños sorbos. Con estos sabores de la tierra iba ganándose Rosa los sabores del cielo.



“Vida de Santa Rosa de Lima” año 1945

DEL DESPRECIO DE TODA CRIATURA PARA PODER HALLAR AL CREADOR – Por el Beato Tomás de Kempis




   El discípulo. Señor, bien tengo necesidad de una gracia más eficaz todavía si he de alcanzar tan alto grado de perfección que ningún hombre, ni otra criatura alguna pueda quitarme la libertad. Pues mientras alguna cosa me retenga, no puedo volar libremente hacia ti.

   Quería volar libre hacia ti el que dijo: “¿Quién me dará alas como las de la paloma para volar y luego descansar?” (Sal 54, 7). ¿Quién más tranquilo que el hombre de intención pura? ¿Quién más libre que el hombre que no desea nada de las cosas de la tierra? Es, pues, necesario elevarse sobre todas las criaturas, renunciar enteramente a sí mismo y salir de sí mismo en arrobamiento de espíritu y mirar cómo el Creador del universo nada tiene en común con las criaturas.

   Y si no se desprende uno de todas las criaturas, no podrá entregarse libremente a las cosas de Dios. Pocos contemplativos se encuentran, porque pocos quieren desprenderse enteramente de lo creado y perecedero.

   Se requiere para eso una gracia tan poderosa, que eleve al alma, y sobre sí misma la arrebate.

   Poco vale cuanto sepa y tenga el hombre, si no está elevado en espíritu, desprendido de toda criatura y a Dios perfectamente unido.

   Será siempre niño y por la tierra se arrastrará quien grande considere lo que el inmenso, eterno y único bien no sea.

   Lo que no sea Dios, es nada, y en nada debe estimarse. Existe gran diferencia entre la sabiduría del varón iluminado y piadoso, y el saber del clérigo letrado y estudioso.

   Mucho más alta es la sabiduría que Dios de lo alto infunde, que la ciencia que el humano ingenio con el estudio adquiere.

   Hay muchos que quisieran ser contemplativos; pero lo que se requiere para serlo no lo quieren practicar.

   Mucho estorba para ser contemplativo la concentración de la piedad en prácticas exteriores, en cosas sensibles, haciendo poco caso de la mortificación perfecta.

   ¿Qué espíritu nos guía, qué intentamos, por qué será que nosotros, los que profesamos ser espirituales, tanto trabajamos y tanta solicitud de lo vil y perecedero tenemos, y de lo eterno tan poca, que en nuestra vida interior con recogimiento de los sentidos rara vez meditemos?

   ¡Ay, que tras breve recogimiento, luego nos precipitamos en la disipación sin sujetar nuestra vida a riguroso examen!

   No advertimos cuan viles son nuestros afectos, ni lamentamos cuan faltos estamos de pureza.

   “Porque toda carne corrompió su camino” (Gén 6, 12), el gran diluvio la anegó en sus aguas.

   Habiendo mucha corrupción en nuestros afectos íntimos, por fuerza la hay también en las acciones que de ellos se derivan, síntomas de la enfermedad del espíritu.

   El corazón puro da frutos de virtud.

   Se pregunta cuánto hizo alguno; pero no se considera con cuanta virtud lo hizo

   Se investiga si uno es valiente, rico, buen mozo, hábil, bueno para escribir, cantar o trabajar. Pero muchos callan sobre cuán pobre de espíritu sea, cuán apacible y sufrido, cuán espiritual y fervoroso.

   La naturaleza mira al exterior de hombre; la gracia al interior. Aquélla se engaña a menudo; ésta confía en Dios para no errar.



“LA IMITACIÓN DE CRISTO”

lunes, 28 de agosto de 2017

Una hermosa oración para hacerla antes de dormir



Bendecid, oh Dios mío, el descanso que voy a tomar para reparar mis fuerzas a fin de serviros mejor. Virgen Santísima, Madre de Dios y después de Él mi más firme esperanza, San José, Ángel de mi Guarda, Santos Patronos míos, y todos los Ángeles y Santos, interceded por mí, protegédme durante esta noche, todo el tiempo que dure mi vida y particularmente en la hora de mi muerte. Amén.

San Agustín la conversión de un intelectual – Por el DR JUAN CARLOS OSSANDÓN VALDES (Una conferencia imperdible, un audio difícil de conseguir, descárguenlo y escúchenlo)


Necesidad de la oración mental – Por San Alfonso María de Ligorio.



   La oración mental primeramente es necesaria para tener luz en el viaje que estamos haciendo a la eternidad. Las verdades eternas son asuntos espirituales que no se perciben con la vista corporal, sino sólo con la consideración de la mente. El que no hace oración no las columbra, y por esto anda difícilmente por el camino de la salvación. Por otra parte, el que no hace oración no conoce sus defectos ni los aborrece, como dice San Bernardo. No concibe tampoco los peligros en que se encuentra, y por tanto, no piensa en evitarlos. Pero aquél que hace oración descubre al momento sus imperfecciones, advierte los peligros que corre su salvación, y viéndolos procura remediarlos. San Bernardo, añade, que la meditación regula los afectos, dirige las acciones y corrige los defectos.

   En segundo lugar, sólo en la oración podemos hallar fuerzas para resistir a las tentaciones y practicar la virtud. Santa Teresa decía, que el que descuida la oración no necesita demonios que lo lleven al infierno, porque él mismo se mete en él. Esto nace porque que sin la oración mental no hay petición. El Señor está siempre dispuesto a concedernos sus gracias; pero dice San Gregorio, que para concederlas quiere que le roguemos y casi que le obliguemos a dárnoslas por nuestras súplicas perseverantes.

   Pero sin estas no tendremos fuerza para resistir a nuestros enemigos, y no podremos alcanzar la perseverancia. Palafox ha dicho: ¿Cómo nos ha de conceder el Señor la perseverancia, si no se la pedimos? ¿Y cómo se la pediremos sin la oración? Más los que se dedican a la oración son como el árbol plantado junto a la corriente de un río.

   La oración es la feliz hoguera en donde se inflaman las almas en el amor divino. Santa Catalina de Bolonia decía: La oración es el lazo que estrecha el alma con Dios.

   Introdújome el rey en la cámara del vino y ordenó en mi la caridad. Esta cámara del vino o bodega es la oración, en que de tal modo se embriaga el alma de amor divino que casi llega a perder la sensibilidad para las cosas de este mundo. Ella no ve entonces más que lo que agrada a su amado, no habla más que de su amado, ni quiere oír hablar más que de su amado: cualquier otra conversación le causa tedio y la aflige. El alma en la oración retirándose a hablar a solas con Dios, se eleva sobre sí misma. Se sentará solitario y callará, porque lo llevó sobre sí.

   Dice Sedebit: el alma sentándose, esto es, parándose a considerar en la oración cuán amable es Dios, y cuán grande el amor que le tiene, tomará gusto a Dios, se le llenará la mente de santos pensamientos, se despegará de los afectos terrenos, concebirá gran deseo de hacerse santa, y, finalmente, tomará la resolución de darse toda a Dios, ¿Y no es la oración la que ha inspirado a los Santos sus más generosas resoluciones, que los han levantado a un grado sublime de perfección?

   Oigamos lo que dice San Juan de la Cruz hablando de la oración mental:

Allí me dió su pecho,
Alli me enseñó ciencia muy sabrosa:
Yo le di de hecho
A mi, sin dejar cosa:
Allí le prometí de ser su esposa.

   Pero San Luis Gonzaga decía que jamás llegaría a un alto grado de perfección, quien no llegue a tener mucha oración. Dediquémonos pues a la oración, y no la abandonemos jamás por fatigosa que pueda parecernos. Este tedio que suframos por Dios, ya nos lo pagará, El largamente.

   Perdonad, Señor, mi pereza. ¡Cuántas gracias he perdido por haber descuidado tantas veces la oración! En adelante dadme fuerza para seros fiel en continuar acá hablando con vos, con quien espero conversar eternamente en el cielo. No pretendo que me regaléis con vuestros consuelos: no los merezco, bástame que me admitáis a estarme a vuestros pies para recomendaros a mi pobre alma, la cual se encuentra tan pobre porque se ha alejado de vos Allí, ¡Oh Jesús crucificado! el solo recuerdo de vuestra sagrada pasión me arrancará de la tierra y me unirá a vos. Virgen Santa María, socorredme en la oración.



miércoles, 23 de agosto de 2017

LA FRECUENTE COMUNIÓN PARA LOS AFLIGIDOS Y ENFERMOS – Por Monseñor de Segur.




   Siempre y en todas circunstancias tenemos necesidad de acudir a Jesucristo, pero este sabe de punto cuando nos encontramos acosados por las penas y los sufrimiento, o bien cuando nuestra alma se halla apesadumbrada.

   El divino consolador de todos nuestros males, desde el fondo de su tabernáculo, nos llama y dice; “Acudid a mí vosotros todos los que sufrís y estáis abatidos; que yo os consolaré.”

   Solo él puede secar nuestras lágrimas, o a lo menos debe endulzarlas: El solo puede devolver a nuestro afligido corazón, hecho pedazos por los sufrimientos y pesares, aquella paz, aquella esperanza, aquella alegría íntima, sobrenatural, que solamente es conocida por los cristianos y que tan maravillosamente se hermana con las lágrimas, Puede muy bien un cristiano hallarse rodeado de las mayores angustias, encontrarse postrado por el dolor; pero jamás puede ser desgraciado. “Lloro decía un día con la mayor tranquilidad una madre que acababa de perder a su hija única; lloro, sí, pero a pesar de todo estoy contenta” Aquí se ha de advertir que esta buena mujer comulgaba diariamente.

   Encontramos en Jesucristo la eternidad, y también el cielo: con Él nos juntamos, cuando es para nosotros demasiado largo este destierro, y se nos vuelve pesada la vida. Acudamos, pues, a recibir con frecuencia la sagrada Comunión, que nos hace olvidar de la tierra y de las pruebas, de las tribulaciones, de sus luchas e injusticias, y Jesucristo se encargará de ensenarnos a sufrir con la más santa resignación, y compadeciéndose de nuestras amarguras, se dignará concedernos en cambio su paz y su divina gracia.

   Acudamos igualmente a Jesucristo; siempre y cuando nos hallemos enfermos, porque además de ser el mejor médico, es indudable que su visto, al mismo tiempo que dará consuelo y alivio al cuerpo, llevará la alegría a nuestro corazón, Para cumplir como buen cristiano, debería todo el que estuviese enfermo comulgar a lo menos una vez por semana, y esto había de  ser desde el principio de la enfermedad de aquí que antes debería llamarse al médico de la alma que al del cuerpo, porque lo primero y principal es la salvación del alma, no acordándonos del poco tiempo qne nos toca estar en este mundo, sino pensando en la eternidad qne nos espera. Esta es la costumbre establecida en Roma. Todas estas Comuniones, si habéis de recobrar la salud, harán que aquellos días de padecimientos, sean días de santificación que influirán para lo venidero: más si ha sonado la hora de la muerte, prepararán para recibir dignamente la Extremaunción y dispondrán el alma para presentarse ante el supremo tribunal de Dios, completamente purificada por su amor.

   Y vosotros, padres, no olvidéis lo que acabo de indicar si tenéis la desgracia de que caiga enfermo alguno de vuestros hijos; porque la Iglesia Católica, nuestra Madre nos dice muy terminantemente que no solo pueden sino qne deben comulgar desde que han alcanzado el uso de razón, y añade además el Papa Benedicto XIV, que basta que el niño “pueda hacer la debida distinción entre aquel celestial manjar y otro cualquiera vulgar alimento.” ¡Cuan santamente comulgan los niños enfermos! Obra en ellos con una fuerza admirable la gracia del Bautismo, preparándoles, mejor que todos nuestros esfuerzos, para recibir dignamente tan divino Sacramento.


“LA SAGRADA COMUNIÓN”


El amor divino triunfa de todo – Por San Alfonso María de Ligorio



Fuerte como la muerte es el amor. Así como la muerte nos desprende de todos los bienes de la tierra, de todas las riquezas, de todas las dignidades, de todos los parientes y amigos, y de todos los deleites mundanos, así cuando reina en nuestros corazones el amor divino, arranca de nosotros todo apego a los bienes de este mundo. Por esto se ha visto a los Santos despojarse de cuanto les ofrecía el mundo, renunciar las posesiones, las altas posiciones y todo lo que tenían, y se han retirado s los desiertos o a los claustros para no pensar más que en Dios.

   El alma no puede existir sin amar al Criador o a las criaturas. Examinad a un alma exenta de toda afección terrestre: la encontraréis llena del amor divino. ¿Querernos saber si somos de Dios?  Preguntémonos si estamos despegados de todas las cosas terrenas.

   Se quejan algunos de que en los ejercicios piadosos, en sus oraciones, en sus comuniones, en sus visitas al Santísimo Sacramento, no encuentran a Dios. A estos es a quien Santa Teresa dice: Desprended vuestro corazón de las criaturas, y después buscad a Dios, que ya le hallaréis.

   No siempre encontrarán las dulzuras espirituales que el Señor no da continuamente en esta vida a los que le aman, sino sólo de cuando en cuando, a fin de aficionarlos a las inmensas dulzuras que les tiene preparadas en el paraíso. Con todo, les deja saborear aquella paz interior, que supera todos los placeres sensuales ¿Puede haber delicia mayor para un alma enamorada de Dios, que poder exclamar con verdadero afecto: Mi Dios y mi todo? San Francisco de Asís pasó una noche entera en un, éxtasis celestial, y durante toda ella repetía de continuo: ¡Mi Dios y mi todo!

   Fuerte corno la muerte es el amor. Si viésemos que algún moribundo se llevaba algo de acá abajo, eso sería señal de que no estaba muerto: la muerte nos priva de todo. El que quiere ser, enteramente de Dios, lo debe abandonar todo; si retiene algo, su amor al Señor será débil e imperfecto.

   El amor divino nos despoja de todo. Decía el Padre Segneri, el joven, gran siervo de Dios: El amor de Dios es un ladroncillo simpático que nos despoja de todo lo terreno.

   A otro siervo de Dios, que había repartido a los pobres cuanto poseía, le fué preguntado, qué era lo que le había reducido a tanta pobreza, y él, sacando el Evangelio de su seno, respondió: Ved ahí lo que me ha despojado de todo.

   En suma, Jesucristo quiere poseer nuestro corazón por entero, y no quiere sociedad con nadie en esta posesión. Dice San Agustín, que el Senado romano no quiso decretar la adoración de Jesucristo, porque decía que era un Dios orgulloso por cuanto quería ser él solo el adorado. Y así es. Siendo él el único Señor nuestro, justo es que él solo quiera ser amado y adorado por nosotros con puro amor. San Francisco de Sales dice, que el puro amor de Dios consume todo lo que no es Dios. Así pues, cuando se alberga en nuestros corazones cualquier afición o cosa que no es Dios ni por Dios, debemos ahuyentarla al punto diciendo: ¡Fuera! no hay aquí lugar para ti. En esto consiste aquella renuncia total que el Salvador tanto nos recomienda si queremos ser suyos del todo. Total, es decir, de todas las cosas y especialmente de parientes y de amigos.

   ¡Cuántos por agradar a los hombres dejan de hacerse santos! David dice, que los que se esmeran en agradar a los hombres son despreciados de Dios.
   Pero sobre todo debemos renunciar a nosotros mismos, domando el amor propio. Maldito amor propio que quiere entrometerse en todo, aun en nuestras obras más santas, poniéndonos delante la propia gloria el propio gusto.

   ¡Cuántos predicadores pierden por esto todos sus trabajos! Muchas veces, aun en la oración, en la lectura espiritual el en la Sagrada Comunión, se introduce algún fin no puro, como hacerse ver, o sentir dulzuras espirituales.

   Debemos, pues, dedicar todo nuestro esmero a domar este enemigo, que nos hace perder las mejores obras, Debemos privarnos, cuanto nos sea dable, de todo lo que más nos agrada: privarnos de aquel pasatiempo: servir al hombre ingrato, precisamente porque nos es ingrato: tomar aquella medicina amarga, precisamente porque es amarga.

   El amor propio quiere que creamos que no es buena una cosa sino cuando él se halla satisfecho. Pero el que quiere ser todo de Dios, es menester que cuando se trata de alguna cosa de su gusto, se haga fuerza y diga siempre: Piérdase todo y dese gusto a Dios.

   Por otra parte nadie está más contento en el mundo que quien desprecia todos los bienes del mundo: el que más se despoja de tales bienes, resulta más rico de gracias divinas.

   Asi sabe el Señor premiar a sus fieles amantes. ¡Dios mío! Vos conocéis mi debilidad: habéis prometido socorrer a los que ponen toda su confianza en vos. Señor, yo os amo, confió en vos: dadme fuerzas y hacedme todo vuestro.

   También espero en vos, ¡oh Virgen María! mi dulce protectora.