Aunque
el justo muera con una muerte anticipada, se hallará en reposo. La experiencia
enseña frecuentemente que los justos son retirados de este mundo en lo más
florido de su edad. Muchas veces es efecto de la bondad de Dios que los quiere
sacar de los males o peligros de esta vida.
Pero de cualquiera modo y en cualquiera
tiempo que ponga fin a su carrera, no se debe reputar su muerte por desgracia,
puesto que le coloca Dios en un lugar de paz y de sosiego.
Líbrale de un lugar de destierro, de una
región de llantos, de una estancia triste y tumultuosa, en que las tempestades
son tan frecuentes, y los escollos tan multiplicados, y tan comunes los
naufragios. Solo por una especie de encanto se puede vivir con gusto en un país
donde todo nos es contrario; en una tierra que solo lleva abrojos y espinas,
donde los más dichosos son aquellos que mejor poseen el arte de atolondrarse, y
por decirlo así, el adormecer y confundir sus desasosiegos y sus pesadumbres
entre el ruido y el estruendo.
El nacimiento ilustre, la fortuna brillante,
los empleos sobresalientes, las prosperidades engañosas, todo esto puede
embriagarnos; pero nada de esto es capaz de hacernos verdaderamente dichosos y
felices. Todas esas plantas solo producen unas flores por la mañana muy lozanas,
que a breves horas se marchitan; y si dan algún fruto, ¡qué raro es el que no
sea muy amargo y de poca duración! Basta una fiebre, un dolor, un catarro, un
revés de fortuna, un accidente para; trastornarlo todo, para arruinarlo todo y
para desvanecerlo todo.
¿Qué edad, qué salud, qué condición hay
exenta de estos fatales accidentes? Esta es la calidad, este es el mérito de la
tierra que pisamos.
¡Mi Dios, y de cuántos males nos libra la
muerte de los justos! Y si nosotros lo fuéramos; es decir, si fuéramos
verdaderamente santos, ¡qué objeto tan halagüeño y tan gozoso seria tambien
para nosotros!
El más perfecto modelo de una muerte
preciosa fué la de la santísima Virgen. No solo murió en la caridad, que eso es
común a todos los santos; no solo por la caridad, que eso es propio de los
mártires, de quien es reina, sino a manos de la misma caridad y del puro amor
de Dios. La muerte de los santos es preciosa por el mérito de su vida y de su
inocencia, en que consiste todo su precio y toda su estimación. Pues ¿qué vida más
pura, más llena de merecimientos, que la de la santísima Vírgen?
No consiste la felicidad de la muerte en
morir entre la pompa y el fausto, sino en morir en gracia de Dios; no entre
abundancia de bienes, sino con multitud de virtudes, que son los verdaderos
tesoros; no rodeado de criados, sino cercado de ángeles. Tal fué la muerte de la
santísima Vírgen. Llena de gracia desde el primer instante de su aurora; ¿qué
tesoros no aumentaría en el último momento de su brillante día? En ninguno de
su vida dejó de multiplicar y doblar los infinitos tesoros de sus
merecimientos; ¡pues cuán preciosa seria su santísima muerte!
“AÑO
CRISTIANO”
AÑO.
1864
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