martes, 9 de septiembre de 2025

¡EL SUFRIMIENTO ES EL CIELO EN LA TIERRA!


 


   El sufrimiento es el Cielo en la tierra, porque Jesús está con quienes sufren, y estar con Jesús es experimentar la dulzura del paraíso. Sin sufrimiento, y sin sufrir mucho, no se encuentra el Amor, es decir, el Cielo. Si Jesús se encuentra en la cruz, allí también se encuentra el Cielo, porque como dijo Guido de Fontgallant, «El Cielo es Jesús ». En resumen: el sufrimiento es el Cielo en la tierra, porque en el sufrimiento se encuentra el Amor, y el Amor es Jesús, y Jesús es el Cielo. Santa Teresita decía, en el más perfecto abandono:

 

   – No deseo ni el sufrimiento ni la muerte, ¡y sin embargo los amo tanto! Los he invocado durante tanto tiempo como mensajeros de alegría. He poseído el sufrimiento y creí poder tocar las orillas celestiales.

 

   Y, en paz y alegría, el ángel del Carmelo saboreó los frutos amargos, siempre con una sonrisa acogedora ante el dolor. Un día, los novicios que presenciaron su sufrimiento le dijeron:

 

   – ¡Nos da pena verte sufrir y pensar que aún te queda mucho por sufrir!

 

   La Santa respondió:

 

   – ¡Oh! No te aflijas por mí. He llegado al punto en que ya no puedo sufrir, porque todo sufrimiento me resulta dulce.

 

   En una ocasión, una hermana, que dudaba de la heroica paciencia de Teresa, encontrándola con una expresión de alegría celestial, le preguntó el motivo:

 

   – “Es porque sentí un dolor intenso”, respondió, “y siempre me esfuerzo por amar el sufrimiento y acogerlo”.

 

   En otra ocasión le preguntaron:

 

   – ¿Por qué estás tan alegre esta mañana?

 

   Su respuesta fue esta:

 

   – “Es que hoy he tenido dos pequeños sufrimientos y nada me trae tanta alegría como el dolor”

 

   Teresa era feliz sufriendo, y su incomparable y hermosa sonrisa nunca la abandonó hasta su muerte. Y esta sonrisa nos dice que, en el camino de la infancia espiritual, ¡EL SUFRIMIENTO ES EL CIELO EN LA TIERRA!

 

Pensamientos para cada día del año. Tomado del “Breviario de la Confianza” Monseñor Brandão, Ascânio. Año 1936.

 

 

 

 

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