En realidad muchas
veces vivimos como miserables teniendo muchas riquezas. No sabemos valorar lo
que Dios nos ha regalado en el paisaje, en la familia, en los amigos, y en
nuestro propio cuerpo. Vivimos echando de menos lo que no tenemos, más que
valorando y agradeciendo lo que poseemos.
“Un hombre descontento con su suerte,
exclamaba:
— ¡Dios manda riqueza a los demás, y a mí no
me da nada! ¿Cómo puedo vivir así?
Un anciano oyó sus palabras y le dijo:
— ¿Eres tú tan pobre como crees? ¿No
recibiste de Dios la juventud y la salud?
— No digo que no, fue su respuesta. Y puedo
estar orgulloso de mi fuerza y de mi juventud.
El viejo tomó entonces la mano derecha de
aquél hombre y le preguntó:
— ¿Te dejarías cortar esta mano por un
millón de pesos?
— ¡No! Indudablemente que no.
— ¿Y la izquierda?
— Tampoco.
— ¿Aceptarías quedar ciego por diez millones
de pesos?
— ¡Dios me libre de ellos! No daría ni uno
solo de mis ojos por todo el dinero del mundo.
— Ya ves, agregó el anciano, cuánta riqueza
te ha dado Dios. ¡Y sin embargo te quejas!”
Este relato tan simple nos enseña tanto.
Parece tan obvio que nuestros ojos contemplen los paisajes. Parece tan obvio
que nuestros oídos puedan escuchar la música. Parece tan obvio que nuestros
pies nos encaminen hacia donde nosotros deseamos. Parece tan obvio que nuestros
labios puedan modular las palabras. Parece tan obvio rodearse de familiares y
de amigos y reír y jugar con ellos… ¡Sí! Parece todo muy obvio. Hasta el día en
que una desgracia nos aqueja.
Debemos reconocerlo sin ambigüedad: no
sabemos vivir agradecidos de lo que Dios nos ha regalado con enorme generosidad
y cariño. No sabemos gozar lo que hemos recibido. Una cierta cultura de la
queja, del desgano, de la tristeza y del lamento, nos hace vivir pensando en lo
que no tenemos y en lo que nos hace falta, más que en alegrarnos y emocionarnos
por lo que se nos ha dado.
No se trata sólo de ponerle preció a una
mano, a los ojos, a los pulmones o al corazón. Se trata más bien de tener la
sabiduría de vivir con optimismo y con realismo. La vida es siempre breve para
amarse y para amar. Tener los ojos lánguidos por los bienes materiales, por los
éxitos económicos o por los triunfos deportivos académicos, nos hace
desaprovechar lo que sencillamente nos rodea, a quienes con silencio y humildad
nos aman, y lo que nosotros mismo somos o tenemos.
La vida es tan breve para el amor…
Miguel Ortega Riquelme
Fuente. Familia
Cristiana.
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