¡Oh
Jesús mío!,
que
en el dolor y en la alegría
se
haga tu voluntad y no la mía.
Un
día de la Octava del Corpus, el 16 de junio de 1675, se le apareció a Santa
Margarita María de Alacoque el Sagrado Corazón de Jesús, rodeado de llamas de
amor, coronados de espinas, con una herida abierta y manando sangre y con una
cruz saliendo de su interior, y oyó de sus labios estas palabras: “He aquí el
Corazón que tanto ha amado a los hombres y, en cambio, no recibe de la mayor
parte de ellos más que ingratitudes, irreverencias y desprecios en este santo
sacramento de amor”. Pide amor, reparación y desagravio.
En mayo de 1688 hace a la misma santa esta
Gran promesa: “Yo te prometo, en la excesiva misericordia de mi Corazón, que su
amor omnipotente concederá a todos aquellos que comulgasen nueve Primeros
Viernes de mes seguidos, la gracia de la penitencia final; no morirán en desgracia mía, ni sin recibir los
sacramentos; y mi Corazón divino será su refugio en aquel último momento”, y
además:
—Les
daré todas las gracias necesarias a su estado.
—Pondré
paz en sus familias.
—Les
consolaré en todas penas.
—Seré
su amparo y refugio seguro durante la vida, y sobre todo en la hora de la
muerte.
—Derramaré
abundantes bendiciones sobre todas sus empresas.
—Los
pecadores encontrarán en mi Corazón la fuente y océano infinito de la
misericordia.
—Las
almas tibias se harán fervorosas.
—Y
las fervorosas se elevarán a gran perfección.
—Bendeciré
las casas en que la imagen de mi Corazón sea expuesta y honrada.
—Daré
a los sacerdotes el don de mover los corazones más empedernidos.
—Las
personas que propaguen esta devoción tendrán su nombre escrito en mi Corazón y
jamás será borrado de él.
Por
el Padre Celso Mejido Díaz Misionero del Sagrado Corazón
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