sábado, 7 de mayo de 2022

LA MASONERÍA ENEMIGA DEL ESTADO.


 


El asesinato de Sarajevo.

   El 28 de junio de 1914, caían asesinados en Sarajevo el Arquiduque heredero de Austria y su esposa.

   Los principales autores materiales del atentado fueron Cabrinovic, Grabez y el judio Princip. El primero, situado en lo alto del puente Gumurja, habia lanzado una bomba sobre el coche en que viajaban los archiduques, pero el artefacto hizo explosión entre los coches de la comitiva. Esta prosiguió su marcha una vez recogidos los heridos que produjo la metralla. Princip, que aguardaba el paso de la caravana real en la esquina de la calle Francisco José, para entrar en acción en el caso de fallar los otros implicados, al pasar el coche del heredero imperial disparó con extraordinaria sangre fría sobre el Archiduque y su esposa que viajaba a su lado, resultando ambos gravemente heridos. Trasladados los dos ilustres personajes al palacio del gobernador, fallecieron pocos momentos después. Algunos meses más tarde, los culpables manifiestos del asesinato comparecían ante un Consejo de Guerra. En el curso de los interrogatorios se comprobó que en el atentado había intervenido la sociedad secreta serbia de inspiración masónica “Narodna Odbrana”, uno de cuyos jefes, Tankosic, se encargó directamente de la preparación de aquél. Dicho sujeto habia estado en íntimo contacto con un individuo, cuya verdadera personalidad no pudo ponerse totalmente en claro durante el proceso, llamado Casimirovic, auténtica clave maestra de la conspiración, y que en la fase preparatoria de la misma realizó un viaje de inspección por Europa visitando diversos centros masónicos. El acusado Cabrinovic manifestó a este respecto en una de las audiencias del Consejo, que Casimirovic era amigo de Tankosic, representando tener “de treinta a cuarenta años”, y explicando que ambos individuos habían celebrado una entrevista, en la cual se acordó el viaje de Casimirovic a diversos países. Y añadió: “Tenía que visitar Budapest, Francia y Rusia. Siempre que yo le preguntaba a Ciganovic” cómo andaba el negocio, me respondía: “Ya hablaremos cuando venga el otro” Ya para entonces me había contado Ciganovic –otro de los encartados– cómo los francmasones habían condenado a muerte al heredero del trono, pero que no tenían hombres para ello. Cuando me dió la “browning” y los cartuchos, me dijo: “Ayer tarde llegó el otro de Budapest” Sabía yo, pues, que su viaje se relacionaba con el negocio, que habia ido al extranjero y que allí habla tenido confidencias de ciertos medios.

   Preguntado el acusado Cabrinovic por el Presidente del Consejo de Guerra: “¿Ha oído usted decir que el mayor reproche que se formula contra Austria es el ser un Estado católico?”, respondió con una solemne afirmación de que así era en realidad.

   Efectivamente, el asesinato de Sarajevo fué el clarinazo que anunció el comienzo de la guerra europea, antesala obligada para la realización de otro atentado tan alevoso como el anterior: la destrucción del Imperio Austrohúngaro.

   Tenemos, pues, un caso concreto contemporáneo –uno de muchísimos– que prueban palmariamente la intromisión de la masonería en la vida interna de los pueblos, usando y abusando de todos los medios a su alcance, hasta llegar a la comisión de atentados abominables y a la preparación de guerras, con tal de conseguir una de sus más caras ambiciones: la destrucción de los Estados y de las naciones católicas.

Casimirovic y Piccolo Tigre.

   El viaje de Casimirovic por Europa como preparación fundamental del asesinato de los príncipes de Austria, respondía a la norma más estricta de la secta en casos semejantes. Considerando el hecho de que el atentado había de ser el comienzo de una fuerte sacudida en el mundo entero y especialmente en el seno de las cancillerías de nuestro continente, se comprende que la masonería internacional desease tener bien atados los cabos de la conspiración, principalmente en aquellos países que reputaba más interesantes para el desarrollo de sus planes. Casimirovic era un agente de la secta, pero, con toda seguridad, un agente calificado.

   A fines de la primera mitad del pasado siglo, otro obscuro personaje había recorrido gran parte de Europa, al objeto de establecer contactos y conjugar actividades entre los conjurados contra la causa de Cristo y de su Iglesia. Se estaba preparando el estallido revolucionario conocido en la historia con el nombre de “revolución de 1848”, y que tenía señalado como meta la destrucción total del orden social nacido al calor y bajo la influencia vital del Cristianismo.

   Para conducir a su término tales propósitos, dicho personaje, cuya verdadera personalidad no ha podido nunca descubrirse y del que únicamente se sabe que se trataba de un judio piamontés que respondía al seudónimo de Piccolo Tigre, fué a explorar, dos años antes de aquella fecha, los círculos tenebrosos de los dirigentes revolucionarios de varias naciones. Veamos cómo él mismo nos explica el resultado de su misión: “El viaje que acabo de verificar por Europa ha sido tan feliz y productivo como habíamos esperado; de hoy más no nos falta sino querer para llegar al desenlace de la comedia. En todas partes he visto los ánimos muy inclinados a la exaltación, y nadie hay que no confíe que el mundo antiguo se hunde y que el tiempo de los reyes ha pasado ya. La cosecha por mí recogida ha sido abundante, y sus primicias van en este mismo pliego, siendo inútil que de ellas me deis recibo, pues no soy aficionado a cuentas con mis amigos, y casi podría decir con mis hermanos. El grano sembrado fructificará sin duda, y a dar crédito a las noticias que recibo estamos tocando a la época tan deseada, sin que en mi sea posible la duda acerca de la caída de los tronos, pues acabo de estudiar en Francia, Suiza, Alemania y hasta en Rusia el trabajo de nuestras sociedades. El asalto que de aquí a pocos años y quizá dentro de algunos meses daremos a los príncipes de la tierra los sepultará entre los escombros de sus monarquías caducas y sus impotentes ejércitos”.

   Dos años tan sólo transcurrieron de esta predicción hasta el movimiento subversivo que anegó el viejo continente, incluso los Estados Pontificios, obligando al Papa Pio IX a abandonar la Ciudad Eterna para conservar su libertad y su independencia.

   Los dos graves sucesos que hemos relatado, de tan hondísimas consecuencias para el futuro del mundo, coinciden en su origen misterioso, y también en el hecho de que vienen precedidos por un viaje simbólico a través de Europa para recabar consejos y apoyos. ¿No parece indicar todo ello la existencia de una organización efectiva que, aparte de su intervención en cada Estado particular, controla en conjunto la vida de las naciones, formando un organismo supraestatal capaz en un momento dado de influir en los destinos de la sociedad universal?

   Y aquí Se plantea el problema gravísimo de la influencia de las sociedades secretas de todo orden en el desenvolvimiento de todos los pueblos; influencia que lleva impregnada en su mismo seno el germen de su ruina final y la negación más absoluta de la independencia y de la dignidad nacionales.

Objeto de la masonería.

   En espacio de siglo y medio –dice León XIII– la secta de los masones se ha apresurado a lograr aumentos mayores que cuanto podía esperarse, y entrometiéndose por la audacia y el dolor en todos los órdenes de la república, ha comenzado a tener tanto poder que parece haberse hecho casi dueña de los Estados; ... y se ha llegado a punto de temer grandemente para el porvenir... de aquellas naciones en que logra grandes influencias la secta de que hablamos u otras semejantes que se le agregan como auxiliares y satélites” (León XIII Enc. Humanum Genus).



   ¿Qué peligro es éste que señala el Papa? Los hechos explicados anteriormente nos muestran dos casos concretos de intervención violenta, pero nos atreveríamos a decir que no es ésta la peor amenaza que las sectas representan para la sociedad. En el fondo de la campaña de odios y violencias se halla latente el auténtico espíritu de maldad que hace converger todo ese cúmulo de horrores hacia su designio supremo. Cual sea ese designio, lo declara el propio Pontífice: “De los ciertísimos indicios que hemos mencionado antes, resulta el último y principal de sus intentos, a saber: el destruir hasta los fundamentos todo el orden religioso y civil establecido por el cristianismo, levantando a su manera otro nuevo con fundamentos y leyes sacados de las entrañas del naturalismo.”

¡Ahí radica la terrible amenaza! Dos principios fundamentales aplica el naturalismo en el gobierno de los Estados: “La fuente de todos los derechos y obligaciones civiles está o en la multitud o en el Gobierno de la nación, informado, por supuesto, según los nuevos principios. Conviene, además, que el Estado sea ateo; no hay razón para anteponer una u otra entre las varias religiones, sino todas han de ser igualmente consideradas.” Porque, en realidad, los fautores del naturalismo –cita el Papa palabras de San Agustín–, “no quieren que el Estado se asiente sobre la solidez de las virtudes, sino sobre la impunidad de los vicios” (León XIII. Enc. Citada).

   Por todas estas razones, el ilustre Obispo Dr. Torras y Bages señalaba la incompatibilidad absoluta entre el Estado cristiano y la masonería, y sentenciaba: “O la sociedad pública matará a la sociedad secreta, o la sociedad secreta matará a la sociedad pública” (Torras y Bages obras completas). El dilema no admite posiciones intermedias acomodaticias, tan del gusto de los que se jactan de dominar el secreto de la táctica política. Y se comprende perfectamente que sea así. ¿Cómo Un Estado que se declare cristiano puede permitir la existencia de organizaciones enemigas de la Iglesia y de la sociedad?

   Además, la masonería y las sectas similares, al alejar a la Iglesia de su misión sacratísima en la vida social, dejan al Estado privado de los más elementales medios de defensa, con lo cual no es extraño que caiga aquél inmediatamente bajo el control despótico de los dirigentes de las logias, quienes se erigirán en conductores despiadados de los destinos del pueblo, amparados en las fórmulas acomodaticias de un liberalismo opresor.

“El objeto de la masonería –define Torras y Bages– es usurpar al Estado la dirección temporal de la sociedad que legítimamente le corresponde y Dios le tiene confiada” Después viene la lucha dura y tenaz contra la Iglesia de Cristo. Primero coloca a ésta –en nombre de una falsa libertad–  al mismo nivel de las falsas religiones y aun del ateísmo; más tarde aparece la guerra declarada a fin de lograr su destrucción. “Al repudiar el Estado a la Iglesia –concluye el sabio Obispo– para unirse a la masonería, al tomar el pensamiento masónico como criterio de gobierno, comienza seguidamente una era de persecución contra los católicos; no habrá, tal vez, torturas para el cuerpo, será persecución legal, pero habrá tormentos exquisitos para el espíritu; el Estado se convierte en verdugo de la Iglesia, y en sus manos la Leyes el cruel lazo corredizo que ahoga aquella hija del cielo, para quitarle la respiración y la vida (Torras y Bages. Obra citada).

   ¿Cabe una explicación más amplia y convincente de la perversidad del sistema masónico y del doctrinarismo naturalista que trata de infiltrar como activo veneno en el cuerpo social?

 

“Revista Cristiandad” – N° 117 – año 1949

 


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