Cristo. Hijo mío, déjame hacer de ti lo que
quiera, pues yo sé lo que te conviene. Tú piensas como hombre, y sientes en
muchas ocasiones como tu humano corazón te inclina.
El discípulo. Es verdad lo que dices, Señor. Tú tienes
mayor solicitud de mí que todo el cuidado que yo puedo tener. Demasiado
inseguro está quien no te confía todos sus cuidados.
Con
tal que mi voluntad permanezca firme y recta en tu amor, haz conmigo lo que
quieras, Señor. Porque sólo bueno puede ser lo que de mí hicieres.
Si
quieres que esté en tinieblas, bendito seas. Y si quieres que esté en la luz,
seas igualmente bendito.
Si
te dignas consolarme, bendito seas. Y si quieres que sufra, seas también
bendito eternamente.
Cristo. Si quieres andar conmigo, debes estar
en esta disposición: tan pronto a sufrir como a gozar; tan contento en la
pobreza y escasez como en la riqueza y abundancia.
El discípulo. Señor, sufriré con gusto por ti cuanto
quieras que me venga.
Con
igual contento quiero recibir de tu mano los bienes que los males, lo dulce que
lo amargo, las alegrías que los pesares, y agradecerte igualmente cuanto me
suceda.
Guárdame
de todo pecado, y no temeré la muerte ni el infierno.
Ninguna
tribulación que me venga podrá dañarme, con tal que no me destierres para
siempre, ni me borres del libro de la vida.
“LA IMITACIÓN DE CRISTO”
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