sábado, 22 de agosto de 2020

CARIDAD – Por el Rmo. P. D. Carlos José Quadrupani Bernabíta.





   Dice Jesucristo, nuestro Redentor, que sus discípulos serán conocidos por la mutua caridad. Esta nos hace amar a nuestros prójimos por Dios, a las criaturas por el Criador. Amor de Dios y del prójimo son dos ramos que nacen de un mismo tronco, y tienen la misma raíz.

   Socorred a vuestro prójimo necesitado, siempre que podáis, según vuestro estado y leyes de la prudencia: en lo demás supla el deseo.

   Aunque el prójimo os haya ofendido, no por eso deja de ser imagen de Dios, y a él ordenado; y por esa razón y motivo se debe amar. Quizá el ofensor no merece perdón; pero lo merece Cristo, que tantas veces os ha perdonado ofensas mayores.

   No está en nuestra mano el no sentir repugnancia contra nuestros ofensores: pero una cosa es sentir, y otra consentir. Cuando se nos manda amar a los enemigos y ofensores, se entiende que debemos amarlos con la punta del espíritu, y con la viveza de la fe, no con el apetito.

   Aunque nos están prohibidos el odio interno y la externa rivalidad contra nuestros ofensores y personas ruines; no nos está vedado obrar con cautela, la cual por el contrario es efecto de prudencia necesaria. La caridad cristiana nos guía al amor de nuestros caros hermanos sí; pero no a patrocinar a los malvados, ni a exponer nuestros intereses, ni la inocencia de otras personas a sus engaños y malicias. — Sed simples como las palomas, dice el Salvador; pero también prudentes como las serpientes. —

   Compadeceos del prójimo, y no juzguéis sus obras con siniestra intención. Una sola acción, dice San Francisco de Sales, puede tener cien caras. El hombre caritativo la mira de cara hermosa, y el vicioso la ve deforme.

   Es cosa muy difícil que el buen cristiano se haga reo de juicio temerario, esto es, que condene al prójimo con certeza de juicio sin justos motivos. Por lo regular, solo sospecha o teme, para lo que se necesitan motivos muy inferiores,

   La sospecha es lícita cuando tiene por objeto la propia prudente cautela. Prohíbe la caridad cristiana la malicia del pensamiento, más no la vigilancia y precaución.

   Así es lícita, y tal vez obligatoria, la sospecha en las personas que tienen gobierno, como en los padres con sus hijos, y en los señores con sus criados cuando se trata de enmendar algún defecto existente, o de prevenir remedio a un mal que razonablemente se teme.

   Es menester no confundir el temor con la sospecha. El temor es una pasión que está en nosotros sin querer nosotros, la sospecha es una acción voluntaria de nuestro entendimiento.


“PARA TRANQUILIZAR LAS ALMAS TIMORATAS EN SUS DUDAS.” (1816).


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