jueves, 13 de junio de 2019

El milagro de la mula y la Eucaristía – Un pasaje de la vida de San Antonio de Padua.




   Los patarinos, que eran más fuertes en aquella ciudad que en otra parte, habían, entre ellos, desfigurado completamente el dogma de la presencia real, reduciendo la Eucaristía a una simple cena conmemorativa. Con esto, como fácilmente se comprende, herían a la Iglesia en lo que le era más vital, ya que la Eucaristía es precisamente el centro y el corazón de la Iglesia, y de este Sagrado Corazón le fluye la sangre y la vida, se irradia la luz de la Verdad, la llama del amor y se derivan todas las gracias.

   Antonio, en su predicación en Rímini, tuvo bien en cuenta este error particular de los herejes, e ilustró plenamente la realidad de la presencia de Jesús en la Hostia Santa: más los jefes de la herejía daban, por su parte, muestras de tenacidad en sus negaciones, y tal vez en presencia de los más sencillos intentaban rebatir los razonamientos del Santo. Hubo, entre otros, uno que se hacía el sabihondo, aduciendo todas las más mezquinas razones del hombre que no cree en las explícitas palabras de Jesucristo.

   Intentó Antonio iluminarle tanto en público como en privado, aduciéndole, entre otras cosas, que en una diminuta semilla se encuentra en embrión todo el cuerpo futuro,, tanto en el reino animal como en el vegetal; los muchos cambios de que hablan las Escrituras: el agua de las bodas de Cana trocada en vino y, más que todo, el infinito poder de Dios, el cual nos lo ha asegurado con aquellas palabras de Cristo: —Este es mi cuerpo: ésta es mi sangre—, que no admite discusión.

   Bonvillo, así se llamaba el hereje, replicaba siempre que no quería entender tantas razones y sofismas, y una vez añadió: —Si quieres que yo crea en este misterio no tienes más remedio que mostrármelo con un milagro. Te juro que después del milagro estoy dispuesto a creerte y a convertirme.

   —Elige —respondió el Santo— el milagro que quieras, porque yo confío en Dios que lo verás realizado.


   —Yo tengo una mula —respondió Bonvillo —: la tendré sin comer por tres días continuos, pasados los cuales, yo y tú nos presentaremos juntos ante ella: yo con el pienso y tú con tu Sacramento. Si la mula, sin cuidarse del pienso, se arrodilla y adora ese tú Pan, entonces también lo adoraré yo.

   Oída la elección del milagro y considerada su necesidad y utilidad para librar a tantos ilusos de los lazos del error, sin temor de tentar a Dios, mas con una firme confianza en El, aceptó el Santo la prueba, y habiéndose retirado para pasar aquellos tres días en ferviente oración, ayunos y penitencias, se presentó al tercer día para realizarla.

   La multitud era numerosa sobre toda ponderación y Antonio celebró la Santa Misa a cielo abierto; después en la plaza pública tomando una Hostia consagrada, se dirigió hacia el jumento famélico, mientras por otra parte avanzaba Bonvillo sosteniendo en sus manos un cestillo de pienso.

  La mula, viendo a su amo, olfateó el cesto del tan apetecido pienso; mas después se retiró, y, vuelta de repente hacia la parte de Antonio, dobló las rodillas delanteras y bajó la cabeza, ¡como si verdaderamente hubiera sido capaz de un acto de adoración!

   A la vista de un tan estupendo prodigio, resonaron los vivas de los buenos católicos, y hasta los herejes se compungieron, llegando a derramar lágrimas juntamente con Bonvillo, el cual se arrodilló el primero para adorar al Santísimo Sacramento, bien convencido de que proceder de otro modo hubiera sido lo mismo que ponerse más bajo que los animales brutos y proclamarse más testarudo que un mulo.       

   Los herejes se retractaron de sus errores, y Antonio, después de dar la bendición con el Santísimo, condujo la Hostia procesionalmente y en triunfo a la iglesia, donde se dieron gracias a Dios por el estupendo portento y por la alcanzada conversión de tantos herejes.

   Este milagro fué verdaderamente el golpe maestro dado a la herejía por el Santo, y desde este momento le viene a propósito el glorioso apelativo de “Martillo de la herejía”, ya que él, después de haber intentado persuadir y convencer a los herejes, viéndolos absolutamente refractarios a la santa doctrina, trituró a la hidra infernal con la fuerza de lo sobrenatural.

   En Rímini ha perseverado tan tenaz la tradición que comprueba este hecho, que aún hoy señalan la casa en que habitó el hereje, la cual se levanta frente al templete, recuerdo del prodigio, en la plaza donde éste tuvo lugar.


“San Antonio de Padua – Pía Sociedad de San Pablo – Año 1952”



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