domingo, 22 de abril de 2018

POR UN POCO... (III PASCUA)





   Muchas cosas en esta vida son cuestión de un poco más o de un poco menos. Los célebres pequeños márgenes: por poco se mata el otro en aquella curva, pero no se mató; por poco acertamos con los catorce resultados de la quiniela, pero no acertamos más que trece; un poco más, un esfuerzo más, y sacamos las oposiciones y, con ellas, un buen puesto para toda la vida; un poco de coba, y tal vez nos suben el sueldo; un poco olvidarnos del séptimo mandamiento, y hacemos un negocio imponente; un poco de seguir el régimen, y quizá nos curamos radicalmente.

   Muchas veces ese poco es una cosa muy importante que puede o podría haber cambiado el signo de nuestra vida. Y ahora nos preguntamos: ¿No habrá también un “poco” de esos para conseguir la vida eterna? Pues sí, lo hay. Lo dice Cristo en el Evangelio:

   En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Todavía un poco y ya no me veréis, y todavía otro poco y me veréis. Dijéronse entonces algunos de los discípulos: ¿Qué es esto que nos dice: todavía un poco y no me veréis, y todavía otro poco y me veréis? Y porque voy al Padre. Decían, pues: ¿Qué es esto que dice un poco? No sabemos lo que dice. Conoció Jesús que querían preguntarle, y les dijo: ¿De esto inquirís entre vosotros porque os he dicho: todavía un poco y no me veréis, y todavía otro poco y me veréis? En verdad, en verdad os digo, que lloraréis y os lamentaréis y el mundo se alegrará; vosotros os entristeceréis, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer, cuando está de parto, siente tristeza porque llega su hora; pero cuando ha dado a luz un hijo, ya no se acuerda de su tribulación, por el gozo que tiene de que ha nacido un hombre en el mundo. Vosotros, pues, ahora tenéis tristeza; pero de nuevo os veré y se alegrará vuestro corazón y nadie será capaz de quitaros vuestra alegría.

   Aquí tenemos el “poco” de Cristo: un poco de aguantar en esta vida y luego la vida eterna en premio para vosotros.

   Pero este poco es lo que nos cuesta. No sabemos jugar a la lotería con Dios; no sabemos hacer quinielas para la vida eterna. No sabemos adelantar ese pequeño precio que Dios nos exige de sacrificio, de rectitud, para cobrar después la felicidad interminable.

   Pero con una diferencia esencial: que aquí pagamos por la lotería o las quinielas, y luego nos toca o no nos toca; lo más probable es que no nos toque; y, entonces, dinero perdido. Con la vida eterna no es así: si nosotros pagamos en esta vida este precio de rectitud y buena conciencia, nos toca, seguro; es como si supiéramos de antemano el número del gordo y los resultados de los partidos del domingo.

   Pero ni por esas. Viene Cristo, y luego los apóstoles, y luego los predicadores, ofreciendo entradas para la felicidad eterna..., y nada.

   Va Cristo a casa de un industrial. Toca a la puerta, sale el dueño, y Cristo le dice: —Mire usted: vendo billetes para la vida eterna. Premio seguro. Un poco de ser recto en esta vida, y ya está. — El industrial le da buenas palabras: —Mire usted, Señor: tal vez en otra ocasión...; es que ahora tengo otro asuntillo urgente entre manos; mire: se trata de otro “poco” también. Mire usted, Jesucristo: un poco que gaste en propinitas con este, ese y aquel, y me va a venir a las manos un negocio redondo de maquinaria, algo para hincharse; podremos venderla al precio que nos dé la gana..., y sólo con un poco que ahora sepa uno aflojar... Ya comprenderá usted, Señor Jesucristo, que ahora no puedo hacerme cargo de su oferta; es que este asunto mío es muy bueno y, claro, uno no puede tomar lo de aquí y lo suyo a la vez...; son incompatibles, usted mismo lo ha dicho en alguna ocasión. Ya me entiende usted, Jesucristo; usted obra con rectitud, y yo, en este asunto mío, tengo que practicar algún pequeño soborno, algún suave enjuague...; ahora no puede ser lo suyo..., pero, ¡entendámonos!, tomo nota de su oferta y quién sabe si más tarde..., un poco de rectitud, y la vida eterna, ¡eso es! Tal vez le cueste encontrar accionistas para ese plan, pero ¿quién sabe? No hay que desanimarse... Hasta otra ocasión, Señor Jesucristo.


   Cristo sigue y llama a otra puerta. La que abre es una joven soltera que, precisamente, acababa de prepararse para salir y aguardaba a las amigas o al novio. Pero no. Es Jesucristo. Apresuradamente se sube el escote y hasta se pone un jersecito. Parece que la vista de Jesucristo le ha dado frío. Cristo le ofrece también billetes de cielo: un poco de ser buena chica, y luego feliz para siempre. Claro, ella ya lo sabe muy bien, pero precisamente ahora está en una época en que no puede aceptar ese “poco” que le pide Jesucristo para conseguir la eternidad. Es que ahora ella está trabajando en otro “poco”: un poco de exhibicionismo en los vestidos, un poco de concesiones en bailes..., en el trato con ese chico que, en lo demás, es tan bueno, tan ideal, sería un partido estupendo para ella...; un poco de olvidarse de detalles del sexto mandamiento, y si consigue casarse con él..., la ilusión imperiosa de toda su vida. Lo siento, Jesucristo, ahora no puedo aceptar tu asunto: es incompatible con el mío. Estoy, como otras de mi edad, dedicada exclusivamente a la caza del hombre...; va a ser cuestión de un poco de tiempo y de un poco de concesiones. Después, una vez casada, ¡es que voy a ser una santa, Jesucristo! Entonces no voy a aceptarte sólo ese poco que me pides; entonces te voy a comprar todos los billetes...

   Total, que Cristo vuelve a darse media vuelta, porque esta también se empeña en emplear un poco de lo suyo para comprar localidades de infierno y no de cielo. Pero sigamos.

   Llama a otra puerta Cristo. Salen dos: él y ella. Son todavía jóvenes; viven sólo del sueldo de él, que es pequeño, y tienen cinco críos. Ya habían empezado a pensar que cinco eran bastantes, cuando llama Cristo a la puerta y dice que un poco más... ¡Un poco más! Sí..., eso es; un poco más — les dice Cristo — de todo: de aguante..., de hijos, si vienen, un poco más de seguir siendo buenos, y Él les extiende recibo de felicidad eterna; de esa que no van a conseguir ni el industrial aquel que andaba con el asuntillo, ni la chica aquella que estaba de cacería... Y entonces se miran los dos y miran a Cristo..., y como saben que Cristo tiene razón, y además tiene las llaves de allí arriba..., pues venga, aceptado, pero con una condición: de que Tú, Cristo, eres el responsable de lo que les pase después a estos críos y a los que vengan, y a nosotros..., porque la verdad es que infierno y cielo son cosas serias, mucho más serias que lo bien o mal que podamos pasar aquí. Eso también es verdad.

   Por último, vamos a asistir a otra de las llamadas de Cristo. Esta vez se dirige a una “peña” de amigos en cierto café, allá, a la mesa reservada que tienen ellos en el rincón, junto a la ventana. Se levantan todos, le hacen sitio y hasta piden un café para El. Son simpáticos y campechanotes de veras todos ellos. Cristo, entonces, les expone su plan: — Miren, señores: un poco de tiempo que sean ustedes honrados y buenos en esta vida, y en seguida vengo Yo y me los llevo a ser felices conmigo por toda la eternidad; es decir: un poco de tiempo soportando esta vida y pronto me verán ustedes en el cielo por toda la eternidad. ¿Qué tal?

   — Nada —dicen ellos—. ¿Cómo que un poco de tiempo nada más? Mire, Señor Cristo: nosotros no tenemos ninguna prisa de dejar esta perra vida; nada de un poco de tiempo; tómese usted todo el tiempo que quiera. Por nuestra parte le agradecemos a usted, Jesucristo, su delicadeza de estar con usted en el cielo por toda la eternidad; pero por nosotros no se apresure; tómelo con calma; por nuestra parte, les cedemos a otros las primeras llamadas a la vida eterna.

   Habrá otros muchos que tendrán más prisa de llegar que nosotros. Nosotros, al fin y al cabo, ya ve usted que estamos bastante acostumbrados a sobrellevar las penas y trabajos de esta vida. Vivir treinta o cuarenta años más es cosa que estamos dispuestos a sobrellevar cualquiera de nosotros. Nada de un poco de tiempo, Señor Cristo; tómese usted todo el tiempo necesario. Ya sabe usted muy bien lo que nos agrada su compañía; pero ya sabe: nosotros estamos dispuestos a esperar todo lo que sea. Y cedemos nuestro puesto a todo el que tenga prisa. ¡Hay tantos que necesitan pasar cuanto antes a una vida mejor...! Nosotros, en medio de todo, ya hemos aprendido a vivir y no lo pasamos tan mal en esta vida. Conque..., mucho gusto, Señor Cristo; y ya sabe que no solamente aceptamos su poco de tiempo en esta vida, sino ¡todo lo que sea!

   Como veis, a los de la “peña” esa no les interesa especialmente la vida eterna. Uno piensa por qué Dios no los hizo elefantes o cocodrilos en vez de hombres.

   En fin; por lo menos a vosotros, yo os repito, en nombre de Cristo, la misma oferta: un poco de sacrificio, un poco de buena conciencia, unos pocos días de aguantar aquí abajo..., y en cambio de todo eso la felicidad de Dios para siempre. ¿Qué tal?


“EVANGELIO SÍ, EVANGELIO NO”


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