sábado, 10 de marzo de 2018

LAS TRES ESPECIES DE TEMOR – Por el P. REGINALDO GARRIGOU-LAGRANGE, O. P. (Primera parte)



LAS TRES ESPECIES DE TEMOR – Por el P. REGINALDO GARRIGOU-LAGRANGE, O. P. ( Parte 1)

   Qué hay que entender por temor de Dios. Tema realmente bastante difícil, porque se confunden con frecuencia tres especies de temor, muy diferentes entre sí. Una es mala simplemente.

   Las dos restantes, buenas, pero desiguales entre sí: la primera disminuye al aumentar la caridad, mientras la otra aumenta con ella. Es, pues, necesario precisar qué relaciones hay entre estas diversas especies de temor con el amor de Dios, que siempre debe prevalecer.

   El temor, en general, es el abatimiento del alma vencida por la gravedad de un peligro que la amenaza.

   El temor hace temblar y se relaciona tanto con el mal terrible que amenaza, como con el que puede ser causa de dicho mal. Con frecuencia, el temor no es más que una emoción de la sensibilidad, que hay que dominar con la virtud de la fortaleza, pero puede subsistir también en la voluntad espiritual y puede ser bueno o malo.

   Los teólogos y los autores espirituales distinguen tres especies de temor muy distintos entre sí; y, empezando por el inferior, son : 1), el temor mundano, o temor de la oposición del mundo que aleja de Dios; 2), el temor servil, que es el temor de los castigos de Dios, y es útil para nuestra salvación; 3), el temor filial, o del pecado como ofensa a Dios : temor que aumenta con el amor divino y subsiste incluso en el Cielo bajo forma de temor reverencial. Veamos lo que enseña la teología y especialmente Santo Tomás acerca de estas tres especies de temor, específicamente diversas entre sí.

   1) El temor mundano: es aquel por el cual tanto se teme el mal temporal que el mundo puede vencernos, que llegamos a estar dispuestos a ofender a Dios para evitar este mal. El temor mundano es, por consiguiente, siempre malo. Se presenta bajo muchas formas. En primer lugar es respeto humano, o timidez culpable, que se asusta de los juicios del mundo e impide cumplir los deberes para con Dios; por ejemplo, el de oír la Santa Misa en domingo, comulgar por Pascua, acercarse a la Confesión. Se teme el juicio de esta o aquella persona; hay miedo de perder la situación que tenemos si nos mostramos fieles a los deberes cristianos. Y este temor puede llegar hasta la vileza. En tiempo de persecución, el temor mundano puede impulsar incluso a renegar de la fe cristiana para evitar la pérdida de los bienes terrenos, de la libertad personal, o la pérdida de la vida en el martirio. Jesús dijo: “No temáis a los que pueden matar el cuerpo, pero que no pueden matar el alma. Temed, más bien, a Aquel que puede echaros el alma y el cuerpo a la gehena” (Math., X, 28). Dijo también (Luc, IX, 26): “¿De qué sirve ganar el universo, si se pierde el alma?” Y más: “Si alguno se avergüenza de Mí y de mis palabras, el Hijo del hombre se avergonzará de él, cuando venga en su gloria y en la del Padre y de los santos Ángeles.”

   El temor mundano es, por consiguiente, siempre malo. Hay que pedir a Dios que nos libere de él.

   Los que no quieren oír hablar del temor de Dios, como si no fuese un sentimiento bastante noble, padecen de este respeto humano, envilecedor, indigno de una conciencia recta. Avergonzarse de asistir a la Santa Misa es la completa inversión de los valores, porque la Misa, que perpetúa sacramentalmente el sacrificio de la Cruz, es lo más grande que hay, es de un valor infinito y, lejos de avergonzarnos de ello, persuadámonos de que el asistir a ella es de un gran honor y un gran provecho para el tiempo y para la eternidad.


“LA VIDA ETERNA Y LA PROFUNDIDAD DEL ALMA”



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