domingo, 30 de abril de 2017

¿Padre, por qué insiste tanto sobre la Comunión frecuentes?




Discípulo. –– ¿Hacedme el favor de decirme, Padre, porque se insiste tanto sobre la Comunión frecuente?

Maestro. –– Porque la Comunión, como ya hemos dicho, es el deseo más grande del Corazón de Jesucristo y el mejor medio para salvarse. Así como Dios sustenta, con su Providencia, a todas las criaturas, para que no mueran de hambre, de la misma manera Jesucristo quiere alimentar y sustentar a las almas que ha redimido.

La Comunión es alimento; pero este alimento debe ser comido: la cosa es bien clara.

San Buenaventura dice que “el alimento que no sirve para ser comido no tiene razón de ser” o, lo que es lo mismo, es un alimento inútil; por esto decía, con mucha gracia, un Obispo: “La Eucaristía es pan, y el pan es para comerlo, y no para una exposición”.

D. –– Así es, Padre, pues yo he oído, muchas veces, predicar que Jesucristo apenas instituyó la Santísima Eucaristía, inmediatamente la dió a comer en su presencia, diciendo: Tomad y comed.

M. –– Y no solamente esto, sino, además, quiso que, para renovar este cambio del pan en su cuerpo, o sea para renovar la Santísima Eucaristía, fuera necesario comerle. Repetid este prodigio, les dijo Jesucristo, cuantas veces hagáis lo que habéis visto hacer a mí.

El consagró el pan y diólo a comer. Por eso, sapientísimos teólogos deducen de aquí que, si se pretendiese consagrar con el fin de consumir después de otra materia distinta a la establecida por Jesucristo, no habría consagración, porque faltaría la intención que tuvo Jesucristo y que tiene la Iglesia, y así faltaría la esencia de la acción eucarística.

Además, Jesucristo escogió, entre todos los alimentos, el pan, que no sirve sino para que se coma; de la misma manera el alimento eucarístico debe ser comido, de lo contrario no produciría los efectos que el Señor ha asignado a este alimento.


D. –– ¿Será por esto, Padre, que Jesucristo dijo: “El que come mi carne vivirá; si no coméis mi carne no tendréis vida en vosotros”?

M. –– Precisamente por esto. Así como Jesucristo instituyó el Bautismo para lavar, y por esto se necesita derramar el agua, sin que a ninguno se le ocurra bebería, de la misma manera Jesucristo mismo instituyó la Eucaristía a manera de alimento, y únicamente comiéndola se obtendrán los frutos tan excelentes de este admirable Sacramento.

D. –– ¿Tal vez quiere decir usted, Padre, con esto, que hace mal la Iglesia conservando la Eucaristía en el Sagrario y exponiéndola a la adoración de los fieles?

M. –– De ninguna manera. Dios tiene perfecto derecho a nuestros obsequios y a nuestra adoración, siendo además muy santo y muy útil conservar y adorar la Santísima Eucaristía; pero no pretendamos, repito, conseguir los efectos del Sacramento con solo estas adoraciones. Así como nunca obtendría los efectos del Bautismo el que pasara toda la vida de rodillas ante el baptisterio, de la misma manera tampoco recibirá los efectos de la Sagrada Comunión el que pasase toda su vida de rodillas adorando la Eucaristía, si no la recibiera.

D. –– ¿Será por esto, Padre, que a pesar de tantas devociones como hay a la Eucaristía no se ven los frutos prácticos que se deberían obtener?

M. –– Así es; precisamente por esto. Se derrocha en construir suntuosas iglesias, altares, sagrarios, ornamentaciones, procesiones de triunfo, solemnísimas funciones, con muy poco fruto práctico... ¿Por qué? Porque Jesucristo no dijo: “Tomad y adorad”, sino: “Tomad y comed”.

No ha excluido nuestros obsequios; pero ha dicho categóricamente que, si queremos obtener el fin primordial de la Eucaristía, debemos comerla, esto, es, comulgar.

D. –– Entonces, Padre, ¿no le agradan nuestras adoraciones ni nuestros obsequios cuando no van acompañados de una voluntad decidida de recibirle en nuestros corazones?

M. –– Claro está, no le agradan, no le pueden agradar.

Figúrate que una madre, a costa de grandes sacrificios, hubiese preparado una medicina muy buena para curar a su hijo y librarlo de la muerte, y este hijo se deshiciera en besos y caricias para con ella; pero entretanto, se negara a tomar la medicina, con riesgo de morir... ¿Qué diría esta madre? ¿Cuáles no serían sus lamentos y su dolor?

D. –– ¿Sucede lo mismo, Padre, con Jesús cuando nos obstinamos en no quererle recibir?

M. –– Lo mismo.

San Francisco de Sales dice que “el Señor nunca está tan bien servido como cuando se le sirve a su gusto y como Él quiere ser servido”. Y él quiere ser servido en la Eucaristía, quiere que se le coma; esto es todo.

D. –– ¿Cuál será, pues, la frecuencia con que deberemos alimentarnos de este manjar, o sea, recibir la Sagrada Comunión?

M. –– El alimento eucarístico está sujeto a las mismas leyes que regulan el alimento material, esto es, la comida. Así como, por lo que respecta al cuerpo, hacemos cada día una comida principal, de la misma manera debemos hacer una comida también principal, respecto del alma, o sea, la Sagrada Comunión.

Así nos lo enseñó y nos hace pedir, todos los días, Jesucristo, en el Padrenuestro: “El pan nuestro de cada día dánosle hoy”. ¿Qué deberíamos decir de un pobre que después de pedir pan lo tirase al suelo?

D. –– Diríamos que no merece que se le dé más.

M. –– Pues tanto merece se le dé más quien desprecia y descuida la Sagrada Comunión.
D. –– Pero, Padre, si Jesucristo desea y hasta quiere que le recibamos en la Santa Comunión con tanta frecuencia ¿por qué no nos lo ha mandado expresamente?

M. –– Mira, estimado discípulo, aunque no lo hubiera querido el Señor, tiene perfecto derecho a imponernos esta obligación; si no lo ha hecho expresamente debemos agradecer su tolerancia infinita en soportar nuestras miserias. Desde luego, Él sabe que esta frecuencia de la Comunión sería difícil para infinitas almas.

Muchos enfermos no podrían por su enfermedad; las distancias no darían a muchos, ni tiempo ni comodidad. Fíjate en la imposibilidad de tantas madres, de tantos empleados en trabajos pesados, de los que sirven en las casas.

Estemos convencidos de que para asegurar los efectos de la Sagrada Comunión es necesario, y en forma absoluta, tratarla tal como Dios la ha instituido, no gustarla de tanto en tanto con motivo de las principales fiestas, sino usando de ella en forma adecuada y normal.

D. –– Para vivir, bastaría comer alguna vez a la semana ¿no es verdad, Padre?, y no obstante comemos todos los días.

M. –– Pues debemos hacer lo mismo con la Sagrada Comunión.

Así complacemos a Jesucristo, que desea esto mismo, y pondremos en práctica lo mejor para nuestras almas, pues obtendremos los admirables efectos de este augusto Sacramento con la Comunión frecuente y bien hecha.


COMULGAD BIEN


Pbro. Luis José Chiavarino

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