sábado, 18 de febrero de 2017

OBSEQUIO TERCERO (3 de 10) A NUESTRA SEÑORA – Por San Alfonso María de Ligorio.



   Esta publicación es una colaboración de: Fátima de Jesús


EL ROSARIO Y EL OFICIO

   Se sabe que la devoción al santo Rosario le fue revelado a Santo Domingo por la Madre de Dios misma, cuando hallándose afligido y quejándose con Nuestra Señora de los herejes albigenses, que hacían entonces terrible daño a la Iglesia, le dijo la Virgen: “Este terreno será siempre estéril, mientras no caiga lluvia en él”. Comprendió entonces Santo Domingo que esa lluvia era la devoción del Rosario, que él debía propagar públicamente. Así lo hizo predicando el Rosario por todas partes, de manera que todos los católicos abrazaron esta devoción; hoy día no existe devoción más universal y practicada por los fieles en cualquier estado que la del santísimo Rosario.

   ¿Qué no han hecho los herejes modernos, como Calvino, Bucero y otros, para desacreditar la devoción del Rosario? Pero todos conocen el bien inmenso que esta noble devoción ha aportado al mundo. ¡Cuántos, por medio de ella han sido liberados del pecado!, ¡Cuántos, guiados hacia la santidad!, ¡Cuántos tuvieron buena muerte y se han salvado! Léanse tantos y tantos libros que tratan de esta materia.

   Basta saber que esta devoción ha sido aprobada por la santa Iglesia y que los soberanos Pontífices la han enriquecido con indulgencias.

   Para ganar las indulgencias concedidas a la recitación del Rosario, es preciso, al mismo tiempo, contemplar los misterios que se hallan transcritos en diferentes libros. Y aun cuando alguien no lo sepa, le basta con que contemple algunos de los misterios de la pasión de Jesucristo, como la flagelación, la muerte, etc. Además, hay que recitar el Rosario con devoción. Adviértase al respecto lo que la Virgen misma le dijo a santa Eulalia, a saber, que le agradaban más cinco decenas recitadas con calma y devoción, que quince de carrera y sin devoción. Por ello es conveniente recitar el Rosario de rodillas, delante de alguna imagen de la Virgen, y al comenzar cada decena hacer un acto de amor a Jesús y María, pidiéndoles alguna gracia. Adviértase también que es más provechoso recitar el Rosario acompañado de otros, que rezarlo solo.

   Acerca del oficio de Nuestra Señora, la Iglesia ha concedido muchas indulgencias quien lo recita. Y la Santísima Virgen ha patentizado cuánto le agrada esta devoción, como puede verse consultando al P. Auriemma

   Mucho agradan a María LAS LETANÍAS, el himno AVE MARIS STELLA, que mandó a santa Brígida recitar cada día, y más aún, el cántico del MAGNÍFICAT, porque con éste la alabamos con las mismas palabras con que ella alabó a Dios.


“LAS GLORIAS DE MARÍA”

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